Sólo quiero que le miréis a Él

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

El domingo pasado concluía el tiempo pascual con el glorioso acontecimiento de Pentecostés. Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, celebración que nos ayuda a considerar el misterio de Dios, uno y trino, en quien creemos; «misterio de Dios en sí mismo, misterio central de la vida cristiana», dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Solo Dios puede darnos a conocer este misterio y lo ha hecho revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo. En su nombre hemos sido bautizados. Lo repetimos tantas veces cuantas hacemos la señal de la cruz, a lo largo de nuestra vida. Profesamos nuestra fe en el Dios trinitario cada vez que rezamos el Credo. Y nuestra oración siempre va dirigida «al Padre, por el Hijo, en el Espíritu». Nuestro Dios, como decían los primeros pensadores cristianos (ante el monoteísmo de los judíos y el politeísmo de los paganos) es un Dios único, pero no solitario. Es comunión de vida y amor, es un Dios personal que tiene rostro y nombre: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En el marco litúrgico de este domingo de la Santísima Trinidad la Iglesia celebra la jornada «pro orantibus», en la que recordamos a quienes han sido llamados a la vida contemplativa. Los monjes, las monjas y la vida eremítica, que ofrecen su vida en alabanza continua a la Santa Trinidad y elevan su oración de intercesión por la comunidad cristiana y el mundo entero. El lema de esta jornada es: «Sólo quiero que le miréis a Él». Estamos viviendo el Año Jubilar Teresiano, y ¡quién mejor que la Santa andariega, peregrina por los caminos del Espíritu, para indicarnos la necesidad de contemplar a Jesús! «No os pido más que le miréis», escribía ella. «Solo quiero que le miréis a Él», es la fuerte invitación que también nos hace a todos nosotros en este primer Año Jubilar Teresiano, concedido por el Santo Padre a la Iglesia española; en particular a la diócesis abulense y por extensión, podríamos pensar, a todos los burgaleses, dado el arraigo y los frutos teresianos de vida contemplativa que se dan en nuestra tierra.

Pensando en nuestros monasterios, que son un especial regalo de Dios con el que nuestra diócesis se ha visto enriquecida a lo largo de los siglos, quiero recordar algunas palabras del Papa Francisco en la Exhortación Apostólica sobre la vida contemplativa (Vultum Dei quaerere, 2016): «La vida consagrada, les dice, es una larga y enriquecedora historia de amor apasionado por el Señor y por la humanidad. En ella esta historia se despliega, día tras día, a través de la búsqueda del rostro de Dios, en la relación íntima con él. A Cristo Señor, que “nos amó primero” (1Jn 4, 19) y “se entregó por nosotros” (Ef 5, 2), vosotras mujeres contemplativas respondéis con la ofrenda de toda vuestra vida, viviendo en Él y para Él, “para alabanza de su gloria” (Ef 1, 12). En esta dinámica de contemplación todos vosotros sois la voz de la Iglesia que incansablemente alaba, agradece y suplica por toda la humanidad, y con vuestra plegaria sois colaboradores del mismo Dios y apoyo de los miembros vacilantes de su cuerpo inefable» (nº 9).
Y yo también les felicito hoy y renuevo lo que ya decía con agradecimiento y cariño en mi reciente Carta pastoral, Se alegra mi Espíritu en Dios mi salvador: «No puedo dejar de recordar de manera especial los monasterios de vida contemplativa, porque el amor que experimentáis en vuestra oración constante es el aliento que permite respirar a toda la Iglesia. Mi visita nos ha hecho experimentar de modo visible que la diócesis es la casa de todos. Tengo la firme convicción de que vuestra vida entregada al Amor es, aunque muchos no lo sepan, especialmente preciosa y valiosa para Dios, para la Iglesia y para la sociedad».

Celebremos, pues, con sincera gratitud este domingo de la Santa Trinidad bendiciendo al Señor por la vocación consagrada contemplativa, y recemos hoy por tantos hermanos y hermanas nuestras que viven, trabajan y oran en los monasterios, en favor de las necesidades de todos nosotros. Pidamos hoy para ellos la especial bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Parroquia Sagrada Familia