Una vez, un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido grandemente. ¡Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad! El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo. El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol.
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En el templo de un lejano pueblo perdido entre las heladas montañas, vivía una gran maestra. Todos los años, numerosas mujeres se apuntaban para ser sus discípulas.
Amira, una joven que cuidaba las cabras se apuntó sin ninguna esperanza de ser seleccionada. Su sorpresa fue muy grande cuando se enteró que la habían elegido. No se creía digna de eso. Se enojaba fácilmente y tenía muchos otros defectos. Como tardaba en presentarse, la maestra envió otro emisario para que la conduzca al templo.
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Sandra paseaba con la abuela por las calles de la ciudad de Buenos Aires. En un momento se detuvo y se puso a contemplar un negocio que nunca había visto antes. Ella vivía en un pequeño pueblo de Catamarca y las únicas flores que conocía eran las que estaban en los jardines. Nunca había visto una floristería. Pero, entre la gran variedad de flores que había, algunas dentro de una heladera y otras con carteles que decían “prohibido tocar”, aquellas le llamaron especialmente la atención.
—Son narcisos, —le explicó la abuela—. El narciso es una flor muy bella, delicada, frágil…
Sandra insistió para entrar a la floristería y verlas más de cerca. La encargada, al ver su interés, le explicó:
—Existe un mito que aparece en culturas diferentes con algunas variantes y que explica la belleza de estas flores.
Cuentan que Narciso era un joven, hijo de un dios y de una ninfa. A la madre se le había prometido que su hijo viviría muchos años si no se conocía a sí mismo.
Narciso era muy bello y, los que lo veían, quedaban impresionados con su belleza. Sin embargo, Narciso despreciaba a todos. No sólo los rechazaba, sino que los trataba mal, creyéndose superior a ellos.
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Un chico del barrio enfermó y necesitaba una habitación especial en su casa para una internación domiciliaria. Debía tener suelo de cerámica y las paredes de azulejos para limpiarlos con profundidad. Debía poseer calefacción y ventanas herméticas. Los padres pidieron presupuesto para la obra, pero era inalcanzable para ellos. Cada día que su hijo pasara en el hospital sería perjudicial para su salud, porque contagiarse un simple resfriado era muy peligroso para él. Santiago y Mica se enteraron de esto y decidieron hacer algo.
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