Tomar la cruz y seguirlo
En el templo de un lejano pueblo perdido entre las heladas montañas, vivía una gran maestra. Todos los años, numerosas mujeres se apuntaban para ser sus discípulas.
Amira, una joven que cuidaba las cabras se apuntó sin ninguna esperanza de ser seleccionada. Su sorpresa fue muy grande cuando se enteró que la habían elegido. No se creía digna de eso. Se enojaba fácilmente y tenía muchos otros defectos. Como tardaba en presentarse, la maestra envió otro emisario para que la conduzca al templo.
Amira le dijo que estaba arreglando algunas cosas y que en unos días iría al templo ella sola. Durante un tiempo más, la joven siguió intentando dejar de lado los que consideraba sus defectos, aquello que no le gustaba de ella misma, para presentarse ante la maestra de una forma adecuada.
Cierta tarde, en la puerta de su casa apareció la maestra en persona. Pocas veces había salido del templo.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no vienes? Si no te interesa, decímelo, y busco a otra, —le dijo a la joven.
—Es que no me siento digna, estoy intentando dejar de lado mis defectos —contestó Amira.
—Pero qué tontería, —dijo la maestra—. Justamente te elegí a ti por cómo eres. Lo que tu llamas defectos, yo los percibo como "colores" que se mezclan con otros y hacen que seas lo que eres: una hermosa pintura. La puedes perfeccionar, hacer más brillante, más poderosa, pero siempre a partir de los colores que ahora tienes. Toma lo que eres, y sígueme.
¿Le pedimos algo a los demás para que sean nuestros amigos? ¿Encuentras alguna relación con el texto del Evangelio de hoy?
A veces dejamos de lado lo que nos da “vida” para conseguir otra cosa que, aparentemente, es mejor. Por ejemplo, cuando nos alejamos de un amigo o no defendemos a un compañero para ser aceptados por un grupo más “popular”. Muchas veces terminamos pensando que no nos sirvió de nada, y que hubiera sido mejor hacer lo que creíamos que estaba bien.