Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)

El pasado 12 de julio, el Papa concluyó su maratoniano viaje apostólico a Ecuador, Bolivia y Paraguay. Se ha notado que estaba en una tierra que conoce bien. Porque ha hablado su mismo lenguaje y de sus mismos problemas. Lo ha hecho en todas partes. Pero con inusitada fuerza y contundencia en el Discurso a los Movimientos Populares en Santa Cruz. Tenía delante, ciertamente, un país concreto. Pero sus palabras valen para el mundo entero. Porque -como el mismo Pontífice ha recordado- los problemas son hoy mundiales y las respuestas no pueden venir sólo de un determinado país. Todos estamos implicados en la marcha de todos.
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Había una vez un hombre sabio, gran matemático, al que en cierta ocasión un hombre muy rico y muy avaro le pagó un gran tesoro por encontrar la forma de obtener el máximo beneficio en todo lo que hiciera, pues su gran sueño era llenar de oro y joyas una inmensa caja fuerte que había fabricando él mismo.
El matemático estuvo encerrado durante meses en su laboratorio; cuando pensaba que había encontrado la solución, descubría errores en sus cálculos... y vuelta a empezar. Una noche apareció en casa del hombre rico con una gran sonrisa en la cara: "¡lo encontré!", le dijo, "mis cálculos son perfectos". El avaro, que al día siguiente partía para un largo viaje y no tenía tiempo de escucharle, le prometió el doble del oro si se quedaba a cargo de sus bienes poniendo en práctica sus fórmulas. El matemático, entusiasmado por su descubrimiento, aceptó encantado.
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Una vez, un niño se hizo un barquito de madera y salió a probarlo en el lago. Sin darse cuenta, el botecito impulsado por un ligero viento fue más allá de su alcance.
Apenado, corrió a pedir ayuda a un muchacho mayor que se hallaba cerca, para que lo ayudara en su apuro. Sin decir nada el muchacho empezó a juntar piedras y a arrojarlas... al parecer en contra del barquito.
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¿Se puede hacer la guerra sólo con generales y capitanes? ¿Se puede jugar un partido de fútbol sólo con el árbitro y los linieres?. Pero la pregunta también se puede formular de este modo: ¿Si no hay generales y capitanes, pueden hacer la guerra los soldados? ¿Si no hay árbitro, se puede jugar un partido de alta y disputada competición? Hay que convenir, por tanto, que se necesitan generales y árbitros, y soldados y jugadores.
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