María era tímida, muy tímida, excesivamente tímida. Y tenía una amiga genial: ¡Dori era lo más! Sabía lo que quería, y, cuando lo que quería Dori se cruzaba con lo que quería María, iba al frente, lo decía, luchaba por conseguirlo. Muchas veces ganaba ella. Pero, si era María la que obtenía lo que deseaban ambas, en un primer momento se sentía mal. Después era capaz de alegrarse con la felicidad de su amiga. Era sincera, decía lo que pensaba y no permitía que alguien hablara mal de quien no estuviera presente, aunque no fuera su amigo o amiga. Esto era lo que más destacaba María de Dori: su sinceridad. Por eso, cuando le dio el consejo, ese que le cambió la vida, María la escuchó y lo puso en práctica. Todo ocurrió cuando estaban organizando el acto del 25 de mayo, y la maestra distribuyó los papeles. María soñaba con ser una dama antigua y vestirse con esos vestidos "inflados". Pero, como siempre, la eligieron para vender pastelitos.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Estamos en verano. Y de un modo u otro todos pensamos en disfrutar ese descanso vacacional que llega otra vez a nuestra puerta. Para niños y mayores, las vacaciones se presentan, en general, como una especie de evasión, un tiempo libre de trabajo y de compromisos, para descansar, divertirse y pasarlo bien... Eso es algo bueno y ciertamente merecido, porque el curso es duro para todos al tener que atender las obligaciones de cada día, de manera constante y entregada. Pero también el verano puede darnos la oportunidad de hacer algo diferente, o de hacer de modo diferente lo que siempre hemos hecho.
Porque no vale cualquier descanso para volver de las vacaciones «con las pilas cargadas», como solemos decir, a reemprender la vida cotidiana. Descansar bien y reponer fuerzas no es algo meramente físico o biológico. Junto a los viajes de fuera, que a veces multiplicamos en busca del descanso, se necesita un viaje al interior de nosotros mismos para renovar el sentido y la motivación de nuestra vida cotidiana, familiar, profesional, creyente, humana... Para que ese «feliz verano», que en este tiempo nos deseamos y repetimos unos y otros, pueda ser algo real y sentido con satisfacción, paz y alegría interior.
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Jesús oraba muchas veces. Los buenos israelitas solían hacerlo tres veces al día. Por eso no era extraño para los apóstoles ver a Jesús que se ponía a orar. Lo que les impactaba no era el hecho de orar, sino la manera de orar: el darse cuenta que Jesús hablaba verdaderamente con otra persona, que era su Padre, y quizá muchas veces le escucharían las palabras tiernas que dirigía a su Padre celestial. Por eso una vez que terminó su oración, le dijeron: “Señor, enséñanos a orar”. Un motivo, por lo que se lo dijeron, era porque Juan Bautista había enseñado a orar a sus propios discípulos.
Jesús, como respuesta, les enseñó el Padrenuestro. Es muy posible que no fuese una oración en concreto enseñada una sola vez, sino que en diferentes momentos les fue enseñando cómo hablar con Dios y los deseos y peticiones más importantes. De esas enseñanzas, que solían ser parecidas, san Mateo nos presenta el “padrenuestro”, como lo conocemos, y san Lucas lo presenta un poquito más abreviado.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
El próximo día 25 celebraremos la fiesta de Santiago Apóstol, Patrón de España. La costumbre de honrar al santo patrón hunde sus raíces en lo más profundo de la experiencia cristiana, y es a la vez una expresión de nuestra vivencia eclesial. Las fiestas patronales van acompañadas de manifestaciones populares, de carácter folclórico y lúdico, que configuran una cultura y crean convivencia y unidad entre los ciudadanos. Estas celebraciones sin embargo no deberían difuminar el motivo que las hizo nacer y que las ha mantenido a lo largo de los siglos.
El patrón es un santo con el que se mantiene una relación especial, a quien se le considera e invoca como protector, abogado, defensor, intercesor... Cuando decimos en el Credo que creemos en la Comunión de los santos expresamos que la muerte no rompe los lazos que unen a los cristianos en Cristo. Y entendemos que Dios no se mantiene en la distancia respecto al Pueblo que peregrina todavía en el tiempo, sino que quiere seguir mostrando su cercanía y su providencia por medio de aquellos que ya han alcanzado la meta. En cuanto a ellos, dice el Concilio Vaticano II que: “Es sumamente conveniente que amemos a los amigos y coherederos de Cristo, hermanos también y bienhechores nuestros; que demos a Dios las gracias que le debemos por ellos; que los invoquemos humildemente y que, para suplicar a Dios sus beneficios por medio de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor, acudamos a sus oraciones, socorro y protección (LG, 50).
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