Las maestras hablaban en la sala de maestros acerca de los quintos grados. La maestra de 5º A estaba feliz porque había avanzado muchísimo en los contenidos de las materias e iba cumpliendo lo que habían planificado a principio de año. Sus estudiantes hacían lo que les pedía, eran ordenados; nada más terminar el recreo, estaban en la puerta de la clase, llevaban el material que les solicitaba... La maestra de 5º B, no podía decir lo mismo: llegaba todas las mañanas arregladita, y, al mediodía, ya estaba agotada, despeinada, sin haber parado un minuto. A veces, no tenía tiempo ni de ir al baño. Corría detrás de los niños toda la mañana. En la clase, caminaba de un lado hacia el otro intentando que participaran todos los niños y las niñas y que se escucharan entre sí. Durante el recreo estaba atenta porque, generalmente, discutían por las reglas de los juegos, si hacían trampa, si no dejaban jugar a alguno o a alguna... Cuando tocaba el timbre de finalización del recreo, llamaba a sus estudiantes varias veces para que dejaran de jugar. Siempre eran los últimos en entrar en clase. En la sala de maestras, la de 5º A, estaba feliz, tranquila... la del B, siempre estaba muy cansada, a veces creía que era una mala maestra.
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Hoy nos habla Jesús con palabras que nos parecen desconcertantes y hasta algo duras. Pero, como en todas las palabras, debemos considerar las circunstancias y el contexto de ellas. Jesús iba camino de Jerusalén, iba a sufrir en la cruz para salvarnos. Él había venido para cambiar el mundo de una manera radical. Para ello debe contar con nuestras voluntades, que muchas veces se muestran muy rebeldes y obcecadas por el pecado. Él siempre ha mostrado con suavidad la gran misericordia de Dios; pero ve que no basta y se necesita una gran pasión, que es el fuego del Espíritu Santo. Sabe que su Pasión puede hacer encender ese fuego en la tierra, y por eso siente deseos de sumergirse en esas aguas terribles de la Pasión. Sabe también que seguir el Evangelio será difícil, porque exigirá una decisión fuerte, de modo que seguirle o no seguirle será causa de que haya división, hasta dentro de las mismas familias.
Por eso grita: “¡Fuego!”. Ya san Juan Bautista había dicho que Jesús bautizaría con Espíritu Santo y fuego. Éste suele significar el ardor y la pasión que se requiere para que la palabra de Dios encienda la tierra o por lo menos algunos corazones. También en Pentecostés el Espíritu Santo vino con fuego a los apóstoles, dándoles la fortaleza necesaria para predicar los mensajes de Jesús. En ese ardor del Espíritu se sienten quienes han sido sumergidos en el Espíritu. Muchos mártires han sentido las ansias del martirio para sumergirse, como Jesucristo, en las aguas salvadoras de su pasión.
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La celebración central de nuestra vida cristiana es la Pascua, es decir, la actualización de la muerte y resurrección de Jesucristo. En los domingos llamados del tiempo ordinario (que son los 34 domingos fuera del tiempo pascual y el de Navidad) la Iglesia nos va invitando a profundizar y a vivir el seguimiento de Jesús en las realidades concretas y diversas de la vida cristiana.
Hoy es el domingo XIX del tiempo ordinario. En la Palabra de Dios que se nos ha ofrecido se nos invita, en primer lugar, en el Libro de la Sabiduría, cap. 18, 6-9, a saber con certeza en qué promesas creemos para ir recorriendo bien fundamentados el vivir de cada día.
Como respuesta a esa primera lectura, si nuestra fe es viva y coherente, deberíamos hacer nuestro el Salmo responsorial, Sal. 32, orando personal y comunitariamente así: “Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti” (Sal. 32, 20.22).
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En el pueblo, habían dividido en lotes unas tierras fiscales que fueron ocupadas por familias de diferentes lugares. Entre ellos, muchos extranjeros de diversos países y culturas. Había mucha hambre en los países vecinos y, por eso, la gente llegaba hasta esa región en donde podían encontrar algún trabajo. Los habitantes “de siempre” protestaban: que les quitaban el trabajo, que no había espacio para todos, que tenían otras costumbres... Muchas de estas cuestiones eran ciertas, pero no todas eran perjudiciales para el pueblo. Sin embargo, la gente se miraba mal cuando se cruzaban en la calle y cuando se encontraban en la puerta de la escuela, montaban grupitos separados. Al comenzar el año, las maestras y los maestros hicieron una reunión con las familias. Allí vieron reproducido lo que sucedía en el pueblo. Cada comunidad estaba apartada de la otra. Iba a ser un año difícil. Pensaron realizar algún proyecto en dónde pudieran estar juntos, donde cada uno valorara lo que tenía el otro... Podrían hablar y estudiar las diferentes culturas, pero eso no era suficiente. Tenían que pensar en qué actividad podían encontrarse los niños realmente.
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