Evangelio del domingo, 4 de agosto de 2019

Hoy comienza el evangelio diciendo que uno fue ante Jesús para que fuera juez entre él y su hermano por razones de herencia. No era raro en aquella sociedad judía que una autoridad religiosa hiciera las veces de juez. Quizá por eso, porque aquel hombre vio en Jesús una cierta autoridad religiosa, le propuso el caso. Pero Jesús no quiere hacer de juez entre aquellos hermanos. La razón es porque aquel hombre buscaba la justicia con el poder; pero Jesús no quiere usar la vía del poder, sino la del amor. Ve que aquel hombre no se acerca a Él para conocer la Buena Nueva, sino para provecho propio material. Es el ejemplo de tantos que esperan que sus problemas los solucionen otros o el mismo Dios, como de una forma mágica, cuando en verdad Dios nos ha dado inteligencia y responsabilidad para ir solucionando nuestras cosas.

Jesús aprovecha la proposición de aquel hombre para dar a sus discípulos y a todos nosotros una gran lección sobre la avaricia o codicia que corroe a gran parte de los seres humanos. Es decir, que Jesús va a solucionar el caso desde la raíz: desde la caridad, que debe ser lo contrario de la avaricia. Para ello cuenta una parábola.

Es la historia de un rico que tiene muchas riquezas, pero quiere más. Como otras veces, no es que Jesús esté en contra de los bienes terrenos, aunque sean bastantes. Lo malo es apegarse a ellos, lo cual suele ser bastante fácil. Al rico de la parábola Jesús le llama “necio”, porque piensa mal: piensa que las riquezas dan al hombre toda la felicidad y no se da cuenta que se pueden perder en la vida y sobre todo se pierden definitivamente en la muerte. Además es necio porque no sabe distinguir diferentes bienes con los que nos podemos encontrar. El dinero no es todo ni siquiera para la felicidad material. Y cuando se habla del dinero puede hablarse de poder, prestigio, éxitos materiales, placeres corporales. Hay otros valores más importantes y que dan una felicidad más íntima, como la amistad, la vida de familia, cultura, naturaleza, etc.

Pero lo que Jesús quiere enseñarnos es que no hay comparación entre los tesoros de la tierra con el atesorar y ser rico ante Dios para el cielo. Y normalmente no suelen ir demasiado juntos, de modo que cuantos más bienes materiales se poseen, menos se siente la necesidad de acudir a Dios; y a veces la falta de bienes materiales nos ayuda para acercarnos más a Dios. De hecho esto es lo definitivo e importante para nuestra vida que nunca se terminará. Lo que Jesús quiere es que siempre contemos con Dios, en las buenas y en las malas, porque Dios siempre quiere lo mejor para nosotros.

Lo malo de aquel rico es que, al almacenar riquezas, prescindía de Dios, y además lo hacía sin mirar a los demás, sino a su propio provecho. Porque con el dinero se pueden hacer muchas obras buenas. Jesús lo dijo claramente: que nos hagamos amigos para el cielo con el dinero. Pero hay una gran tentación de almacenar dinero o querer que toque la lotería con el pretexto de hacer muchas obras buenas, pero luego nos quedamos en el propio provecho material.
Hoy Jesús va contra la avaricia, sobre todo cuando con ella se falta a la caridad. Así lo vemos desgraciadamente que pasa en tantas familias con asuntos de herencias. Todo parece que va bien hasta que llega el momento de la herencia y vienen las envidias y los odios u otras cosas peores. Ello es porque falta la caridad. Si tuviéramos una gran caridad, se solucionarían todos los conflictos terrenos. Tener caridad para con Dios es buscar sobre todo los tesoros del cielo, y tener caridad para con los demás es saber ceder nuestros propios derechos para que los demás estén más contentos.

Con esta actitud se solucionarían todos los conflictos entre los pueblos y las naciones. La dificultad de hacer un buen tratado de paz es que todos siguen con su avaricia y todos quieren lo mejor para ellos mismos, no para el prójimo. Y así es muy difícil contentar a las dos partes. Busquemos sobre todo el Reino de Dios, el almacenar para el cielo, y todo lo demás se nos dará por añadidura.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,13-21):

EN aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dije a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
Él le dijo:
«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?».
Y les dijo:
«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».
Y les propuso una parábola:
«Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose:
“¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo:
“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Pero Dios le dijo:
“Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”.
Así es el que atesora para SÍ y no es rico ante Dios».

Parroquia Sagrada Familia