Adentrados en un periodo que ojalá sea de serenidad y descanso, Dios –una vez más, después de todo este tiempo de pandemia– nos concede la oportunidad de disfrutar de la belleza de la creación, al lado de las personas que confirman y dan sentido a nuestra existencia.
El verano es tiempo de familia, de amistades, de respiro, de pobres y de Dios.
La familia es el hogar de nuestro amor cotidiano, la casa donde el pan, la paz y el corazón siempre están dispuestos. En estos días de descanso, es esencial convertirnos en custodios de este regalo para que no olvidemos la importancia de cuidar, con compasión, la fragilidad que conforma nuestra propia carne y sangre. Esta iglesia doméstica nos enseña, día tras día, y a ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret, el verdadero sentido del amor.
Puedes ver la oración y santa misa del sábado tarde aquí:
El domingo pasado comenzábamos el capítulo 6º de san Juan, que seguirá unos pocos domingos. El ciclo B se caracteriza por seguir el evangelio de san Marcos; pero como es el evangelio más corto y este capítulo 6º de san Juan es muy importante, quiere la Iglesia que lo meditemos en estos domingos.
Comenzaba el capítulo 6º el domingo pasado con la multiplicación de panes y peces, que tiene una conexión con la promulgación o proclamación de la Eucaristía. De hecho san Juan no habla de “milagros”, sino de “signos”. La multiplicación de panes y peces no sólo es el anticipo y la ocasión, sino que es “signo” del pan espiritual o “pan de vida” que Jesús va a anunciar.
Tenía que ser un día bonito de primavera, pues dice san Juan que había mucha yerba en aquel sitio y la gente podía sentarse para poder comer con tranquilidad. La cercanía de la Pascua también encendía los corazones y todos querían aclamar a Jesús y estar con Él. Pero Jesús despidió a la gente y “se escapó” al bosque o la montaña. La gente se quedó con las ganas y al día siguiente le buscaban por los alrededores hasta que le encontraron en Cafarnaún.
Comienza un diálogo de Jesús con la gente. Él les rebaja los ánimos haciéndoles ver que los motivos de seguirle son demasiado egoístas, ya que sólo le siguen por la comida material, cuando en verdad él les quiere dar un alimento que nos sirva para siempre. También hoy podría Jesús recriminar a muchos que parece que buscan en la religión sólo un provecho material. Hay gente que sólo va a la iglesia cuando, además del acto religioso, hay un motivo social, que quizá sea lo principal para ellos: participar en el acto social de un bautismo o boda o entierro. Algunos hasta se acercan a comulgar sin estar en gracia, porque no suelen asistir a misa los domingos, además de otras cosas. El pan sagrado no es para ellos “pan de vida”.
Entre la gente que hablaba con Jesús, había algunos con buenas intenciones y parece que estaban dispuestos a escucharle con sinceridad. Por eso le dicen “¿Qué haremos para hacer obras de Dios?” Y Jesús les dice que tienen que tener fe. Deben creer en el enviado de Dios. No es fácil creer en Jesús presente en la Eucaristía. La fe es la preparación necesaria. Por eso la primera parte de la misa es como una ayuda para aumentar nuestra fe.
Y como no es fácil creer, la gente le pide algún signo especial. Algo así como lo de Moisés que les dio el maná, un pan bajado del cielo. Jesús les aclara que el maná no era del cielo, sino algo terreno; pero en cambio lo que él les dará sí es pan “bajado del cielo”. Ese es el que nos va a saciar y va a tener repercusiones de eternidad.
Hay gente que tiene muchos bienes materiales, pero siempre tiene hambre de más. Hay muchos que teniendo lo suficiente para poder ser feliz, no encuentran satisfacción, porque no encuentran respuesta al sentido de la vida. Aquellos que han experimentado la llenumbre de la gracia, se sienten saciados de Dios, aunque la verdadera saciedad sólo estará en la otra vida. En esta vida algo se va teniendo unidos en la caridad.
También hoy Jesús nos puede decir a cada uno: ¿Qué signos haces tu para trabajar en lo que Dios quiere? San Pablo en la 2ª lectura nos dice que no actuemos como los que no tienen fe, sino que nos dejemos renovar por el Espíritu, para vivir según Dios en justicia y santidad verdadera. No vivamos como los gentiles que sólo se preocupan de lo material.
Dar frutos de santidad es muy difícil; pero para eso se quedó Jesús en la Eucaristía: para ayudarnos en esta gran empresa, mediante el alimento de su propio Cuerpo y Sangre, como luego lo dirá Jesús y meditaremos en los próximos domingos. Pidamos que nos dé “hambre de Dios”, porque tener hambre es lo esencial para podernos saciar. Con esa fe encontraremos el verdadero sentido de la vida.
Decía Goethe, famoso escritor alemán del siglo XIX, que «Europa se hizo peregrinando a Compostela». Un pensamiento que precisamente hoy, día de Santiago el Mayor, en el corazón de un Año Santo, adquiere una relevancia exclusiva, señalada y especial.
Santiago de Compostela celebra el Año Jubilar cada vez que el 25 de julio coincide en domingo. Una secuencia temporal de seis, cinco, seis y once años que se inaugura con la apertura de la Puerta Santa la tarde del 31 de diciembre del año anterior. Desde ese momento, se abre la puerta que, tradicionalmente, utilizan los peregrinos para entrar en el templo. Cabe destacar que este año, debido a la pandemia, el Papa ha concedido que el Año Santo se prorrogue un año más.
El Camino de Santiago es el primer itinerario cultural europeo y el cordón umbilical de nuestro continente. Un Camino que no se anda, se vive. Como lo hizo san Juan Pablo II, en 1982, para convertirse en el primer Papa peregrino que llegaba a la Catedral de Santiago. Y como lo han hecho tantos y tantos hijos de Dios.
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Hoy celebramos la fiesta del apóstol Santiago. El nombre de Santiago viene de dos palabras: Sant y Jacob. Parece que su nombre en hebreo era Jacob. Se le llama “el mayor”, para distinguirle de otro discípulo, que sería menor en edad o en estatura. Santiago era hijo de Zebedeo y de Salomé. Vivían en Betsaida y tenían una especie de pequeña empresa pesquera, pues tenían algunos obreros. Por eso Juan, su hermano, puede irse libremente a “escuchar” a Juan Bautista. Cuando éste se encuentra a Jesús le anima a su hermano a seguir también a Jesús. Al principio en plan experimental, hasta que después de una pesca milagrosa se decidieron a seguir plenamente a Jesús. Santiago debía ser de un temperamento ardoroso, pues, juntamente con su hermano Juan, eran llamados los “hijos del trueno”. Los dos, llevados de un ardor imperfecto, cuando unos samaritanos no quisieron hospedar a Jesús, le dijeron a éste que debía mandar caer fuego del cielo para arrasar aquella ciudad. Pero le seguían a Jesús con mucho amor, tanto que Jesús les escogió, juntamente con Pedro, para ser testigos de hechos importantes: la resurrección de la hija de Jairo, la Transfiguración y la oración en el huerto de Getsemaní, donde fueron testigos de la agonía de Jesús.
Cuando ya recibió al Espíritu Santo el día de Pentecostés, ese ardor lo trasladó a su apostolado. Por eso nos dice la tradición que quiso ir a lo que entonces era “el fin del mundo”, que era España y especialmente Galicia. Vuelto a los pocos años para estar con los compañeros y especialmente con su hermano Juan, fue el primero que dio su sangre por Jesucristo muriendo mártir. Herodes, queriendo agradar a los judíos y queriendo hacer un escarmiento entre los cristianos, hizo matar a Santiago, que con toda seguridad sería de los que más ardientemente defendían la fe en Jesús.
Hoy el evangelio nos trae el momento en que la madre de Santiago y Juan pide a Jesús los primeros puestos en su Reino. Jesús acababa de anunciar, por tercera vez, que subían a Jerusalén, donde El iba a morir y luego resucitar. Los apóstoles no acababan de entender estas palabras. Ellos tenían muy metida en su mente la idea del pronto establecimiento del reino mesiánico. En ese reino, que lo veían como muy material, tendría que haber honores y dignidades y puestos especiales para los amigos de Jesús. Y con esta idea se acerca la madre de Santiago y Juan, que era de las mujeres que solían acompañar a Jesús. Como veía que Jesús les estimaba bastante, se atreve a pedir los primeros puestos en su reino para ellos. Todos deseamos lo mejor para nosotros y para los nuestros. Eso es bueno. Lo que pasa es que muchas veces nos equivocamos en lo que sea lo mejor. Hoy Jesús enseña a Santiago y Juan, y también a todos los discípulos y a nosotros mismos, que lo mejor es el servir, el estar a disposición de los demás para hacer el bien. Lo principal es el amor a todos.
Santiago es un ejemplo para nosotros en saber poner a disposición del Reino de Dios las cualidades que cada uno tenga. No es malo el ardor y el entusiasmo, sino el ser soberbio, fanfarrón y egoísta. Dios nos quiere como somos en temperamento; pero debemos actuar con la fuerza del Espíritu Santo, que nos hará humildes, es decir: ser verdaderos, pero sobre todo serviciales con todos. En nuestra religión no tienen valor las exigencias ni las pugnas por “llegar arriba”, ya que el Reino de Jesús consiste sobre todo en ponerse al servicio de los demás. Por eso dice Jesús que su reino no se puede comparar con los reinos o gobiernos de la tierra, donde existen tantas ambiciones.
Jesús les propone a aquellos dos hermanos “beber el cáliz que El ha de beber”. Con toda seguridad Santiago no entendía del todo lo que significaba. Mucho piensa que tendría relación con lo que les había dicho sobre el ir a Jerusalén... Pero Santiago, viendo que sobre todo significaba tener un mismo destino con Jesús, con mucho ardor y con mucho amor a Jesús, junto con Juan, responde: “Somos capaces”. Un día lo haría realidad dando su vida por Cristo y por todo lo que significaba su gran ideal.
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El Evangelio de hoy nos dice que los apóstoles después de la experiencia de la misión, están contentos pero cansados. Y Jesús lleno de comprensión quiere darles un poco de alivio. Entonces les lleva a aparte, un lugar apartado para que puedan reposarse un poco. "Muchos entretanto los vieron partir y entendieron... y los anticiparon".
Y a este punto el evangelista nos ofrece una imagen de Jesús de particular intensidad, 'fotografiando' por así decir sus ojos y recogiendo los sentimientos de su corazón. Dice así el evangelista: “Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato”.
Retomemos los tres verbos de este sugestivo fotograma: ver, tener compasión, enseñar. Los podemos llamar los "verbos del Pastor".
El primero y el segundo están siempre asociados a la actitud de Jesús: de hecho su mirada no es la de un sociólogo o la de un fotoreporter, porque Él mira siempre "con los ojos de corazón".
Estos dos verbos: "ver" y "tener compasión", configuran a Jesús como el Buen Pastor. También su compasión no es solo un sentimiento humano, pero es la conmoción del Mesías en la que se hizo carne la ternura de Dios. Y de esta compasión nace el deseo de Jesús de nutrir a la multitud con el pan de su palabra. O sea, enseñar la palabra de Dios a la gente. Jesús ve; Jesús tiene compasión; Jesús enseña. ¡Que bello es esto!