Evangelio del domingo, 1 de agosto de 2021
Puedes ver la oración y santa misa del sábado tarde aquí:
El domingo pasado comenzábamos el capítulo 6º de san Juan, que seguirá unos pocos domingos. El ciclo B se caracteriza por seguir el evangelio de san Marcos; pero como es el evangelio más corto y este capítulo 6º de san Juan es muy importante, quiere la Iglesia que lo meditemos en estos domingos.
Comenzaba el capítulo 6º el domingo pasado con la multiplicación de panes y peces, que tiene una conexión con la promulgación o proclamación de la Eucaristía. De hecho san Juan no habla de “milagros”, sino de “signos”. La multiplicación de panes y peces no sólo es el anticipo y la ocasión, sino que es “signo” del pan espiritual o “pan de vida” que Jesús va a anunciar.
Tenía que ser un día bonito de primavera, pues dice san Juan que había mucha yerba en aquel sitio y la gente podía sentarse para poder comer con tranquilidad. La cercanía de la Pascua también encendía los corazones y todos querían aclamar a Jesús y estar con Él. Pero Jesús despidió a la gente y “se escapó” al bosque o la montaña. La gente se quedó con las ganas y al día siguiente le buscaban por los alrededores hasta que le encontraron en Cafarnaún.
Comienza un diálogo de Jesús con la gente. Él les rebaja los ánimos haciéndoles ver que los motivos de seguirle son demasiado egoístas, ya que sólo le siguen por la comida material, cuando en verdad él les quiere dar un alimento que nos sirva para siempre. También hoy podría Jesús recriminar a muchos que parece que buscan en la religión sólo un provecho material. Hay gente que sólo va a la iglesia cuando, además del acto religioso, hay un motivo social, que quizá sea lo principal para ellos: participar en el acto social de un bautismo o boda o entierro. Algunos hasta se acercan a comulgar sin estar en gracia, porque no suelen asistir a misa los domingos, además de otras cosas. El pan sagrado no es para ellos “pan de vida”.
Entre la gente que hablaba con Jesús, había algunos con buenas intenciones y parece que estaban dispuestos a escucharle con sinceridad. Por eso le dicen “¿Qué haremos para hacer obras de Dios?” Y Jesús les dice que tienen que tener fe. Deben creer en el enviado de Dios. No es fácil creer en Jesús presente en la Eucaristía. La fe es la preparación necesaria. Por eso la primera parte de la misa es como una ayuda para aumentar nuestra fe.
Y como no es fácil creer, la gente le pide algún signo especial. Algo así como lo de Moisés que les dio el maná, un pan bajado del cielo. Jesús les aclara que el maná no era del cielo, sino algo terreno; pero en cambio lo que él les dará sí es pan “bajado del cielo”. Ese es el que nos va a saciar y va a tener repercusiones de eternidad.
Hay gente que tiene muchos bienes materiales, pero siempre tiene hambre de más. Hay muchos que teniendo lo suficiente para poder ser feliz, no encuentran satisfacción, porque no encuentran respuesta al sentido de la vida. Aquellos que han experimentado la llenumbre de la gracia, se sienten saciados de Dios, aunque la verdadera saciedad sólo estará en la otra vida. En esta vida algo se va teniendo unidos en la caridad.
También hoy Jesús nos puede decir a cada uno: ¿Qué signos haces tu para trabajar en lo que Dios quiere? San Pablo en la 2ª lectura nos dice que no actuemos como los que no tienen fe, sino que nos dejemos renovar por el Espíritu, para vivir según Dios en justicia y santidad verdadera. No vivamos como los gentiles que sólo se preocupan de lo material.
Dar frutos de santidad es muy difícil; pero para eso se quedó Jesús en la Eucaristía: para ayudarnos en esta gran empresa, mediante el alimento de su propio Cuerpo y Sangre, como luego lo dirá Jesús y meditaremos en los próximos domingos. Pidamos que nos dé “hambre de Dios”, porque tener hambre es lo esencial para podernos saciar. Con esa fe encontraremos el verdadero sentido de la vida.
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,24-35):
En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les dijo:
«Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.»
Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»
Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.»
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: "Dios les dio a comer pan del cielo."»
Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.»
Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan.»
Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»
Palabra del Señor