Tiempo para serenar el alma
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Adentrados en un periodo que ojalá sea de serenidad y descanso, Dios –una vez más, después de todo este tiempo de pandemia– nos concede la oportunidad de disfrutar de la belleza de la creación, al lado de las personas que confirman y dan sentido a nuestra existencia.
El verano es tiempo de familia, de amistades, de respiro, de pobres y de Dios.
La familia es el hogar de nuestro amor cotidiano, la casa donde el pan, la paz y el corazón siempre están dispuestos. En estos días de descanso, es esencial convertirnos en custodios de este regalo para que no olvidemos la importancia de cuidar, con compasión, la fragilidad que conforma nuestra propia carne y sangre. Esta iglesia doméstica nos enseña, día tras día, y a ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret, el verdadero sentido del amor.
«Un amigo fiel es una protección segura; el que lo encuentra ha encontrado un tesoro» (Ec 6:14). Un verdadero amigo es un bálsamo de vida que «no se paga con nada y no hay precio para él» (Ec 6:15). Las amistades, para cualquier persona que se adentra en el corazón del Misterio, están en el corazón de la fe: en ellas encontramos nuestro lugar, nuestra morada, nuestro alivio. Los amigos verdaderos son amanecer, consuelo, faro y puerto seguro cuando nuestra barca naufraga a la intemperie. Vivir este tiempo vacacional junto a ellos nutre de estabilidad nuestra preciosa condición de hijos amados del Padre.
Las vacaciones son, también, un respiro: una tregua de calma, serenidad y sosiego para el espíritu, para volver a habitarnos de nosotros mismos. Qué bonito es volver a esa fuente «que mana y corre», ese deseo de amor tan infinito que nos regala el precioso canto de san Juan de la Cruz (el poeta místico por antonomasia de la literatura española). Ese cantar del alma que acompaña cada uno de nuestros días y «que se huelga de conocer a Dios por fe» nos lleva, en cada gota que mana de esa fuente de Vida, a cada uno de esos instantes en presencia del Amado. Esos momentos que tanto necesitamos; aunque solo sea escuchando el latido de su corazón, aunque sea de noche.
Y no podemos, durante estos días, descuidar a los pobres: el lugar de la Iglesia, los preferidos del Padre. Ellos, quienes moldean cada letra de la palabra Evangelio, han de tener hueco en nuestros corazones, en nuestros equipajes, en nuestros momentos de descanso. El vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres (EG 48) ha de permanecer sólidamente anclado en el corazón. Como Cristo, aquel que fue enviado por el Padre a «evangelizar a los pobres y liberar a los oprimidos» (Lc 4, 18), hemos de abrazar con amor y gestos concretos a todos los afligidos por la debilidad humana. También en esta época estival que la vida nos regala.
Y hemos de hacerlo, junto a la familia, los amigos y uno mismo, con Dios en la mirada. Porque solamente en Él, y con Él, todo adquiere su verdadera profunidad y sentido. Desde la oración (que es el hilo suplicante que nos conecta directamente con las manos gastadas del Señor) hasta la acción (como ese quehacer cotidiano que llena de sentido cada detalle que ofrecemos).
Y de la mano de la Santísima Virgen María, ese testimonio viviente de amor materno hecho vida en sus ojos de discípula y madre. En Ella ponemos cada gesto, cada paso y cada acción de estos días de descanso, para que bajo el manto de su maternidad nos sintamos protegidos, amparados y cuidados.
Con gran afecto, os envío la bendición de Dios y os deseo un feliz descanso.