El Buen Pastor da la vida por sus ovejas

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

«El Buen Pastor da la vida por sus ovejas» (Jn 10, 11). Jesús Resucitado, verdadero Dios y verdadero hombre, vuelve a recordarnos hoy, Domingo del Buen Pastor, que ha venido a dar la vida por todos. El Señor, una vez más, abre sus brazos y se presenta como la puerta por la que entran las ovejas para alcanzar el descanso, la gloria y la vida plena en el amor. Hoy volvemos la mirada al Pastor. Porque su fidelidad nos preserva del peligro, porque su entrega redime nuestra desesperanza, porque necesitamos de su Cuerpo y de su Sangre para dar sentido pleno a nuestra vida.

El Señor Jesús se dejó clavar en el madero para curar nuestras heridas, sin retener nada para él, y para consumar, así, lo que a diario hacemos vida por amor en el altar. Cristo, Pastor del pueblo y Cordero de Dios, nos enseña a vivir una vida de servicio. Y lo hace curando y velando las heridas de cada una de sus ovejas, a las que llama por su nombre, para después salir a buscar a la que se despistó por el camino o se extravió.

Está deseando que reconozcamos su voz entre tanto ruido, llevarnos sobre sus hombros para sostener nuestro cansancio, que le reconozcamos como hermano y amigo. Porque, como decía santa Teresa de Jesús, «solo el amor da valor a todas las cosas», y sin un corazón lleno de amor y sin unas manos generosas, como son las de Dios, «es imposible curar a un hombre enfermo de su soledad».

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Evangelio del domingo, 18 de abril de 2021

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Oración

Puedes ver la misa de la tarde aquí:

En estos domingos de Pascua nuestra reunión eucarística tiene una importancia añadida, pues evocamos más vivamente el misterio de la resurrección de Cristo, que es la piedra fundamental sobre la que se basa nuestra fe y la esencia del cristianismo. Esta fe no consiste sólo en creer que Cristo resucitó, sino en hacerlo vida por medio de alguna experiencia viva en la oración, en la caridad, en el trato con los demás.

Estaban los dos discípulos de Emaús contando entusiasmados lo que les había pasado con aquel caminante y cómo al fin reconocieron que era Jesús. Una cosa es creer lo que te dicen y otra es sentirlo personalmente. Por eso los otros seguían tristes, cuando se presenta Jesús. Piensan que es un fantasma, pero Jesús con mucho cariño les da pruebas de que es Él mismo: les muestra las señales de la Pasión y hasta come con ellos. Primeramente les da la paz, pues la necesitaban. También a nosotros nos da su paz. Es un gran signo de vivir resucitados con Cristo. En realidad, todo el mundo desea la paz; pero hay muchas maneras de entender la paz. Algunos quieren que siga la paz que tienen, que es la del bienestar, la del poder político, sin ver cómo están los demás. Para otros significa el que les dejen tranquilos. Para otros sólo ven la paz del cementerio. La paz del Señor es algo mucho más profundo y dinámico. Reside en lo profundo del corazón. Para ello se debe quitar el egoísmo, el afán de dominio, la venganza, la intransigencia. Es un don del Espíritu Santo que debemos pedir.

Y junto con la paz les da la alegría. Por eso quiere que se quite toda turbación. A nosotros también quiere darnos la alegría verdadera, que es certeza de estar con Dios, a pesar de las dificultades que podemos encontrar. Podemos decir con san Pablo: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo? Nada ni nadie”. Y estamos en el amor de Cristo, si estamos persuadidos de que Cristo ciertamente resucitó y vive con nosotros.

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La Pascua del trabajo

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Decía Yibran Khalil, más conocido como el poeta del exilio, que «amar a la vida a través del trabajo es intimar con el más recóndito secreto de la vida». Y, por esta misma razón, porque el verbo amar es inseparable del verbo servir, tenemos que valorar el trabajo humano en la medida en que nos dignifica como hijos de Dios, corresponsables con Él en el cuidado de la vida y la creación.

El trabajo es una dimensión fundamental de la vida humana. Por eso, me ha parecido conveniente instituir en la archidiócesis de Burgos la Pascua del Trabajo, que celebraremos cada III domingo de Pascua, ya que caerá habitualmente en la proximidad del primero de mayo. Un día singular y, sin duda, significativo, que nace con el deseo de resaltar la dignidad del trabajo como cooperación a la obra creadora de Dios y como elemento que nos dignifica y nos hace crecer hacia nuestra plenitud. De este modo introduciremos esta dimensión esencial en el misterio de la Pasión, muerte y Resurrección del Señor.

En estos momentos de fatiga existencial, donde el coronavirus no solo se está llevando por delante la vida de muchos hermanos, sino, también, el trabajo y las ilusiones de muchas personas, necesitamos edificadores de la ciudad humana que cumplan –con sus propias manos– el sueño de Dios. Decía el Papa Francisco en la festividad de san José del año pasado que «el trabajo humano es la vocación recibida de Dios y hace al hombre semejante a Él porque, con el trabajo, el hombre es capaz de crear».

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Evangelio del domingo, 11 de abril de 2021

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Oración

Puedes ver la misa de la tarde aquí:

Todos los años en este 2º domingo de Pascua la Iglesia nos presenta esta parte del evangelio en que Jesús se presenta ante sus discípulos el domingo de la resurrección, y vuelve a presentarse al domingo siguiente ante ellos, estando ya Tomás. Una primera enseñanza que podemos sacar de esto es que Jesús, aunque siempre está espiritualmente con nosotros, desea estar de una manera más viva el día del domingo. Podemos decir que estableció este día, como distintivo de su presencia resucitada.

Siempre que asistimos a misa celebramos la muerte y resurrección de Jesús. Lo proclamamos especialmente al terminar la consagración. Pero el domingo es el día del señor, el día también del encuentro de la comunidad formando una unidad de amor y de fe, como nos dice hoy la primera lectura hablando de la primitiva comunidad que “tenían un solo corazón y una sola alma”. Consecuencia de ese amor era el repartirse los bienes externos y vivir en verdadera comunidad. Ese era un testimonio de que Cristo había resucitado. Tenían sus defectos, pero éste es el ideal.

En todas las épocas ha habido y hay comunidades de fieles, hombres y mujeres, que tienen esta vida de paz y de unidad, de modo que son testimonio de que Cristo vive entre nosotros. Y aunque no tengamos esta unidad tan plena, el hecho de que en medio esté el amor a Cristo y entre nosotros, significa ser testigos del Señor.

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La misericordia de Dios abraza nuestra fragilidad

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hace veintiún años, el Papa san Juan Pablo II canonizó a santa Faustina Kowalska, quien recibió el carisma de promover la devoción a la Divina Misericordia. Durante la celebración, el Santo Padre declaró que cada segundo domingo de Pascua, que es el día que hoy conmemoramos, se celebraría en toda la Iglesia el Domingo de la Divina Misericordia.

«Cristo encarna y personifica la misericordia», revela san Juan Pablo II en su encíclica Dives in misericordia, escrita en 1980. En cada una de sus palabras, el Papa santo, que ya descansa en los brazos del Señor de la Vida, anima al pueblo cristiano a regresar la mirada al misterio del amor misericordioso de Dios. Una llama de amor perpetuo que ahora, más que nunca, en estos tiempos difíciles, hemos de mantener encendida. Porque Dios muestra su rostro, que es misericordia y que no conoce confines ni limitaciones. Él, ante nuestra fragilidad, prolonga su amor en forma de misericordia, ansía que volvamos a él, nos levanta de las caídas, y perdona nuestros pecados cuando –en el corazón del mundo– tantas veces no encontramos el consuelo que necesitamos.

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Parroquia Sagrada Familia