El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor

Hoy, nuevamente, Jesús trastoca nuestros esquemas. Provocadas por Santiago y Juan, han llegado hasta nosotros estas palabras llenas de autenticidad: «Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida» (Mc 10,45).

¡Cómo nos gusta estar bien servidos! Pensemos, por ejemplo, en lo agradable que nos resulta la eficacia, puntualidad y pulcritud de los servicios públicos; o nuestras quejas cuando, después de haber pagado un servicio, no recibimos lo que esperábamos. Jesucristo nos enseña con su ejemplo. Él no sólo es servidor de la voluntad del Padre, que incluye nuestra redención, ¡sino que además paga! Y el precio de nuestro rescate es su Sangre, en la que hemos recibido la salvación de nuestros pecados. ¡Gran paradoja ésta, que nunca llegaremos a entender! Él, el gran rey, el Hijo de David, el que había de venir en nombre del Señor, «se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres (…) haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Fl 2,7-8). ¡Qué expresivas son las representaciones de Cristo vestido como un Rey clavado en cruz! En Cataluña tenemos muchas y reciben el nombre de “Santa Majestad”. A modo de catequesis, contemplamos cómo servir es reinar, y cómo el ejercicio de cualquier autoridad ha de ser siempre un servicio.

Jesús trastoca de tal manera las categorías de este mundo que también resitúa el sentido de la actividad humana. No es mejor el encargo que más brilla, sino el que realizamos más identificados con Jesucristo-siervo, con mayor Amor a Dios y a los hermanos. Si de veras creemos que «nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13), entonces también nos esforzaremos en ofrecer un servicio de calidad humana y de competencia profesional con nuestro trabajo, lleno de un profundo sentido cristiano de servicio. Como decía la Madre Teresa de Calcuta: «El fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio, el fruto del servicio es la paz».

Comienza la fase diocesana del Sínodo

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, a la escucha del Espíritu –que sopla donde quiere (Jn 3, 8)– comenzamos la apertura de la fase diocesana del Sínodo de los obispos que el Papa Francisco ha propuesto para los próximos tres años. Lo haremos con la celebración de la Eucaristía en la catedral. Este acontecimiento se inserta en la Asamblea diocesana que con gozo estamos celebrando en la archidiócesis.

El lema del sínodo es: Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. A la luz de este tema, la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, con el consenso de su Consejo Ordinario, ha propuesto una modalidad novedosapara el camino hacia la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo, prevista inicialmente para octubre de 2023. Un nuevo itinerario sinodal que comenzamos este domingo, 17 de octubre, y que se articulará en tres fases. Comenzamos hoy con la fase diocesana a la que seguirá otra continental, que darán vida a dos Instrumentum laboris, antes de dar vida a la fase definitiva.

En palabras de la nota emitida por la Secretaría del Sínodo, «esta articulación hará posible la escucha real del Pueblo de Dios y se garantizará la participación de todos en el proceso sinodal». Una misión centrada en el objetivo común de la escucha, «porque solo así podemos comprender cómo y dónde el Espíritu quiere conducir a la Iglesia», tal y como reconoce Mario Grech, el cardenal secretario del Sínodo de los Obispos. La totalidad de los fieles, verdaderamente, «no puede equivocarse al creer, en virtud de la luz que proviene del Espíritu Santo, donado en el Bautismo».

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Evangelio del domingo, 17 de octubre de 2021

Hoy nos enseña Jesús algo esencial y muy difícil de cumplir en nuestra religión. Se trata de tener una actitud totalmente diferente de lo que piensa el mundo. La mayoría de las personas piensan que es más importante quien tiene más poder o está por encima de los demás en dignidad, en dinero y en otras cosas materiales. Sin embargo, Jesús nos dice que es más importante quien más está al servicio de los demás. La mayoría de los “cristianos” no nos lo creemos. Y sin embargo miles y miles de cristianos verdaderos sí lo han creído y lo han practicado y lo siguen practicando.

Jesús iba con sus apóstoles camino de Jerusalén. Ya les había anunciado por tres veces que iban a Jerusalén, donde él moriría a manos de las autoridades. Ellos estaban perplejos y no lo entendían o no lo querían entender. Ciertamente que también Jesús les decía que a los tres días resucitaría; pero esto menos lo entendían, porque se quedaban a pensar lo primero, lo cual les parecía extraño y casi como una blasfemia. Ellos habían aprendido desde niños que cuando viniera el Mesías, sería el rey triunfante que les haría dominar sobre todas las naciones. Algunos pensaban que con las armas; otros al menos pensaban que sería mediante las creencias religiosas en el Dios todopoderoso, protector especialmente de ellos. Los apóstoles, al ir caminando hacia Jerusalén, pensaban en su interior, que ésta sería la hora en que se declararía rey y sería proclamado así en la capital. Seguro que entre ellos lo comentaban.

Con ese pensamiento, Santiago y Juan, hermanos, se atreven a proponer algo grande para ellos. Al fin y al cabo ellos eran de los más estimados por Jesús. Dice el evangelista san Mateo que fue la madre de los dos hermanos quien se atrevió a hacer la proposición. Le proponen los dos puestos más importantes en ese reino. Jesús no les reprendió, porque veía una buena voluntad. Por eso les dijo que no sabían lo que pedían. Sin embargo, les puso las condiciones, que eran beber el mismo cáliz que Él y ser bautizados en el mismo bautismo. Cuando el evangelista escribía esto, ya sabían que se trataba de imitar a Jesús en la entrega total, hasta dar su sangre para que otros puedan conseguir el Reino. Los dos hermanos dijeron a Jesús que estaban dispuestos a ello. Seguro que en ese momento no sabían lo que prometían, pero manifestaban su decisión y buena voluntad. A Jesús le gustó esa decisión; sin embargo, les dijo que la cuestión de puestos no entraba en sus planes, pues estaba ya determinado.

Entonces Jesús enseñó cuáles son los planes de Dios en cuanto a la importancia. Resulta que los otros diez apóstoles, que todavía estaban bastante “verdes” en cuanto al verdadero seguimiento de Cristo, se pusieron a discutir sobre quiénes debían ser los primeros en ese Reino. En ese momento es cuando Jesús nos enseña que en ese Reino de Dios la importancia es totalmente diferente de lo mundano. El más importante va a ser quien más sea servidor de los demás. Él mismo se pone de ejemplo.

No es que todos los que mandan sean perversos; pero la realidad es que el poder es una gran tentación y la realidad de la historia nos dice que la mayoría de los que tienen el poder lo aprovechan para su propio beneficio material. Y ello aunque en la propaganda electoral digan que están al servicio del pueblo. ¡Ojalá sea verdad! Se nos ha metido demasiado el concepto mundano de importancia. Y esto hasta en muchos ámbitos eclesiales y de trabajo por la Iglesia. Alguno puede sacar la conclusión de que, si es así, la mayoría de “cristianos” no son cristianos. Pues es verdad. O podemos decir que son cristianos a medias. El estar al servicio de otros no es sólo hacer obras buenas de caridad, que se pueden hacer para ganar “méritos” y mejores puestos, sino que es sobre todo una actitud. Es el desear una vida plena y gozosa para los demás; es el aplaudir las obras buenas de otros y procurar aumentarlo. Una cosa es procurar aumentar económicamente en una familia para el bien de los hijos y otra el querer estar por encima de los demás. Servir es el hacer el bien, dejando que el premio lo dé Dios.

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Comienzo del curso pastoral

Domingo 17 de octubre.
- 11:00h. Inicio de la catequesis.
- 12:00h. Misa de catequesis.
- 13:00h. Misa de comienzo de curso para todos los grupos parroquiales.

 

 

Se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes

Hoy vemos cómo Jesús —que nos ama— quiere que todos entremos en el Reino de los cielos. De ahí esta advertencia tan severa a los “ricos”. También ellos están llamados a entrar en él. Pero sí que tienen una situación más difícil para abrirse a Dios. Las riquezas les pueden hacer creer que lo tienen todo; tienen la tentación de poner la propia seguridad y confianza en sus posibilidades y riquezas, sin darse cuenta de que la confianza y la seguridad hay que ponerlas en Dios. Pero no solamente de palabra: qué fácil es decir «Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío», pero qué difícil se hace decirlo con la vida. Si somos ricos, cuando digamos de corazón esta jaculatoria, trataremos de hacer de nuestras riquezas un bien para los demás, nos sentiremos administradores de unos bienes que Dios nos ha dado.

Acostumbro a ir a Venezuela a una misión, y allí realmente —en su pobreza, al no tener muchas seguridades humanas— las personas se dan cuenta de que la vida cuelga de un hilo, que su existencia es frágil. Esta situación les facilita ver que es Dios quien les da consistencia, que sus vidas están en las manos de Dios. En cambio, aquí —en nuestro mundo consumista— tenemos tantas cosas que podemos caer en la tentación de creer que nos otorgan seguridad, que nos sostiene una gran cuerda. Pero, en realidad —igual que los “pobres”—, estamos colgando de un hilo. Decía la Madre Teresa: «Dios no puede llenar lo que está lleno de otras cosas». Tenemos el peligro de tener a Dios como un elemento más en nuestra vida, un libro más en la biblioteca; importante, sí, pero un libro más. Y, por tanto, no considerarlo en verdad como nuestro Salvador.

Pero tanto los ricos como los pobres, nadie se puede salvar por sí mismo: «¿Quién se podrá salvar?» (Mc 10,26), exclamarán los discípulos. «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios» (Mc 10,27), responderá Jesús. Confiémonos todos y del todo a Jesús, y que esta confianza se manifieste en nuestras vidas.

Parroquia Sagrada Familia