Evangelio del domingo, 5 de febrero de 2023

El domingo pasado comenzaba el “sermón de las bienaventuranzas” con la proclamación de la manera de ser de aquel que quiera ser discípulo de Jesús: Debe ser pobre de espíritu, misericordioso, pacifista, limpio de corazón, etc. Hoy continúa Jesús diciendo que éstos no deben tener esta manera de vivir sólo para ellos, para vivir encerrados en su interior, sino que deben ser “sal y luz” para el mundo. La fe no es sólo para salvarse a sí mismo, sino que tiene una misión hacia los demás. La Iglesia no es sólo para dar culto a Dios de una manera interna, sino que es misionera.

La sal puede tener diferentes funciones; pero la principal y más conocida es la de dar sabor a los alimentos. El cristiano debe impregnarse de la sal del Evangelio, para poder dar gusto y sabor a la vida. En este sentido se parece y se complementa con la expresión de ser “luz del mundo”. La luz es símbolo de vida, de alegría, de seguridad. Jesús dijo de sí que es la “luz del mundo”. Él ilumina las vidas que están en la oscuridad. Hay muchos que no ven el sentido de su vida, el porqué de su existencia y de muchos acontecimientos. Por eso necesitan la luz, que les pueden transmitir los cristianos, que reciben a su vez la luz de Cristo. Estos cristianos podrán ser luz y sal, si son pobres de espíritu, misericordiosos, limpios de corazón, etc.

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Bienaventurados los pobres de espíritu...

Hoy leemos este Evangelio tan conocido para todos nosotros, pero siempre tan sorprendente. Con este fragmento de las bienaventuranzas, Jesús nos ofrece un modelo de vida, unos valores, que según Él son los que nos pueden hacer felices de verdad.

La felicidad, seguramente, es la meta principal que todos buscamos en la vida. Y si preguntásemos a la gente cómo buscan ser felices, o dónde buscan su propia felicidad, nos encontraríamos con respuestas muy distintas. Algunos nos dirían que en una vida de familia bien fundamentada; otros que en tener salud y trabajo; otros, que en gozar de la amistad y del ocio..., y los más influidos quizá por esta sociedad tan consumista, nos dirían que en tener dinero, en poder comprar el mayor número posible de cosas y, sobre todo, en lograr ascender a niveles sociales más altos.

Estas bienaventuranzas que nos propone Jesús no son, precisamente, las que nos ofrece nuestro mundo de hoy. El Señor nos dice que serán «bienaventurados» los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de la justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que buscan la paz, los perseguidos por causa de la justicia... (cf. Mt 5,3-11).

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Donde hay vida consagrada, hay esperanza

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Celebrar la Jornada de la Vida Consagrada «pasa, en realidad, por acoger con un corazón dispuesto y confiado la senda que se abre a nuestros pies consagrados cada día de nuestra existencia». Con estas palabras, que son anuncio y testimonio de una vocación –vivida en gratuidad– que exige hacer un alto en el camino para agradecer el don de la vida consagrada, tal y como el Espíritu la va suscitando, los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada desean mostrar un horizonte nuevo «bajo el signo de la esperanza en Jesús Resucitado».

Con Dios, quien hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5), cada mañana nace de un modo distinto. Por eso, caminar, aunque a veces se agoten las fuerzas, supone dejarse sorprender por una esperanza que encuentra su plenitud en la mirada compasiva del Señor. Él no se cansa de hacer camino con nosotros; porque anhela un corazón que no se encierre en sí mismo, porque espera que cultivemos una visión renovada de la vida consagrada.

El lema de este año, Caminando en esperanza (que conecta con el Sínodo 2021-2024), alienta a contemplar el talante y el horizonte» de los que se consagran a Dios para «ser cada día apóstoles del reino, levadura en la masa, semilla en la tierra, sal en el mundo y candelero en lo alto. Caminando –explican, desde la Comisión, en su carta– «es un gerundio que hace referencia a una acción continua y persistente, que no se cansa ni se detiene». En esperanza, indica «un modo muy concreto de llevar adelante dicha acción, a través de esta virtud cristiana necesaria para quien desea vivir en marcha y volcado hacia el futuro que hemos de construir todos los miembros de la Iglesia unidos».

La vida consagrada «es encontrar a Dios en las cosas concretas». Estas palabras, pronunciadas por el Papa Francisco en la Eucaristía con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada, recuerdan dónde nace el latido de tantos hombres y mujeres que deciden consagrar su vida al servicio de Dios y de los hermanos: «La vida consagrada no es supervivencia, es vida nueva, es un encuentro vivo con el Señor en su pueblo». Y en esa llamada a la «obediencia fiel de cada día y a las sorpresas inéditas del Espíritu», descubrimos la visión profética que revela lo que de verdad importa: ver a Dios presente en el mundo, aunque muchos no se den cuenta.

El próximo jueves, día en que celebramos la fiesta de la Presentación del Señor, recordamos cómo María y José, fieles a la tradición de su pueblo, entran en el templo con su Hijo a los cuarenta días de su nacimiento. También nosotros, cuarenta días después de la Navidad, somos presentados por nuestra madre,  la  Iglesia,  ante Dios Padre con una sola misión: la de ser todos uno en el Amor (cf. Jn 17, 21).

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Evangelio del domingo, 29 de enero de 2023

Hoy se nos expone uno de los grandes mensajes de Jesucristo, al comenzar el sermón de la montaña. En estas bienaventuranzas Jesús configura la manera de ser del cristiano. Y esto porque es una especie de retrato del mismo Jesús: de su vida y de su modo de ser. No son propiamente mandamientos en el sentido de normas concretas a seguir, sino actitudes más interiores que dan sentido a la manera de actuar.

La primera característica es que Jesús nos habla de felicidad, una felicidad radical, que no consiste en tener algo pasajero, como ofrece la mentalidad mundana, que cree tener la felicidad cuando ha conseguido dinero, honores, que son cosas que se pasan y sobre todo que no pueden ser para todos. Porque aquí está lo malo de la felicidad que promete el mundo: que para que unos sean felices, otros muchos tienen que ser desgraciados: Si unos son felices siendo ricos, es porque muchos tienen que ser pobres. Esto sería la perversión de la felicidad: gozar a costa de otros.

Jesús promete la felicidad para todo el que la quiera. No es fácil, porque va contra el sentido y parecer de la mayoría. Es como vivir al revés, valorar lo que normalmente no se valora: la fidelidad, la abnegación, la entrega, la servicialidad, el poner la confianza más en Dios que en otras cosas, valorar a las personas por lo que son, por ser seres humanos, y no por la categoría social o las posesiones o la belleza externa.

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Recorría Jesús toda Galilea

Hoy, Jesús nos da una lección de “santa prudencia”, perfectamente compatible con la audacia y la valentía. En efecto, Él —que no teme proclamar la verdad— decide retirarse, al conocer que —tal como ya habían hecho con Juan Bautista— sus enemigos quieren matarlo a Él: «Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte» (Lc 13,31). —Si a quien pasó haciendo el bien, sus detractores intentaron dañarle, no te extrañe que también tú sufras persecuciones, como nos anunció el Señor.

«Cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea» (Mt 4,12). Sería imprudente desafiar los peligros sin un motivo proporcionado. Solamente en la oración discernimos cuándo el silencio o inactividad —dejar pasar el tiempo— son síntomas de sabiduría, o de cobardía y falta de fortaleza. La paciencia, ciencia de la paz, ayuda a decidir con serenidad en los momentos difíciles, si no perdemos la visión sobrenatural.

«Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt 4,23). Ni las amenazas, ni el miedo al qué dirán o las posibles críticas pueden retraernos de hacer el bien. Quienes estamos llamados a ser sal y luz, operadores del bien y de la verdad, no podemos ceder ante el chantaje de la amenaza, que tantas veces no pasará de ser un peligro hipotético o meramente verbal.

Decididos, audaces, sin buscar excusas para postergar la acción apostólica para “después”. Dicen que «el “después” es el adverbio de los vencidos». Por eso, san Josemaría recomendaba «una receta eficaz para tu espíritu apostólico: planes concretos, no de sábado a sábado, sino de hoy a mañana (...)».

Cumplir la voluntad de Dios, ser justos en cualquier ambiente, y seguir el dictamen de la conciencia bien formada exige una fortaleza que hemos de pedir para todos, porque el peligro de la cobardía es grande. Pidamos a nuestra Madre del Cielo que nos ayude a cumplir siempre y en todo la voluntad de Dios, imitando su fortaleza al pie de la Cruz.

Parroquia Sagrada Familia