Estamos en el primer domingo de Cuaresma. Esta palabra, Cuaresma, significa cuarenta días, que en la Sagrada Escritura aparece como un tiempo de conversión, de esfuerzo en el espíritu, para prepararse a algo grande. Nosotros nos preparamos para vivir mejor y más cristianamente la Pascua. En los tiempos antiguos los adultos que recibían el bautismo en la Vigilia Pascual, se preparaban con instrucciones y actos de piedad. Nosotros ahora también debemos prepararnos para que la renovación de las promesas bautismales en la Pascua sea de verdad una conversión, que es un cambio de corazón, para que vivamos en una consciente resurrección con Cristo.
También Jesús quiso prepararse para su predicación con cuarenta días de oración y retiro en el desierto. Y el diablo, que siente que Jesús está lleno del Espíritu Santo, se acerca con astucia y mentiras para ver si cambia sus planes proponiéndole un falso mesianismo. Es el mismo ser nefasto que al principio de la humanidad tentó a Adán y Eva haciéndoles caer en el mal, como nos lo dice la primera lectura del Génesis.
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Hoy, la Palabra de Dios, nos enseña que la fuente original y la medida de la santidad están en Dios: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). Él nos inspira, y hacia Él caminamos. El sendero se recorre bajo la nueva ley, la del Amor. El amor es el seguro conductor de nuestros ideales, expresados tan certeramente en este quinto capítulo del Evangelio de san Mateo.
La antigua ley del Talión del libro del Éxodo (cf. Ex 21,23-35) —que quiso ser una ley que evitara las venganzas despiadadas y restringir al “ojo por ojo”, el desagravio bélico— es definitivamente superada por la Ley del amor. En estos versículos se entrega toda una Carta Magna de la moral creyente: el amor a Dios y al prójimo.
El Papa Benedicto XVI nos dice: «Solo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama». Jesús nos presenta la ley de una justicia sobreabundante, pues el mal no se vence haciendo más daño, sino expulsándolo de la vida, cortando así su eficacia contra nosotros.
Para vencer —nos dice Jesús— se ha de tener un gran dominio interior y la suficiente claridad de saber por cuál ley nos regimos: la del amor incondicional, gratuito y magnánimo. El amor lo llevó a la Cruz, pues el odio se vence con amor. Éste es el camino de la victoria, sin violencia, con humildad y amor gozoso, pues Dios es el Amor hecho acción. Y si nuestros actos proceden de este mismo amor que no defrauda, el Padre nos reconocerá como sus hijos. Éste es el camino perfecto, el del amor sobreabundante que nos pone en la corriente del Reino, cuya más fiel expresión es la sublime manifestación del desbordante amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por el don del Espíritu Santo (cf. Rom 5,5).
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Esta semana, con el Miércoles de Ceniza, comenzamos el tiempo de Cuaresma: cuarenta días de preparación y conversión, en una senda bautismal, caminando de la mano de Cristo en su retiro al desierto.
El Miércoles de Ceniza, día de ayuno, abstinencia y oración, marca la senda inicial del tiempo de preparación a la Pascua, y nos recuerda a todo el Pueblo de Dios que nuestra vida es el preámbulo de lo que nos ha prometido el Señor en la Vida Eterna.
La tradicional imposición de la ceniza (que se elabora a partir de la quema de ramas de olivo del Domingo de Ramos del año anterior) nos recuerda, mediante la señal de la cruz, que nuestra fragilidad se transforma en fortaleza al ser abrazada en el amor de Dios. El símbolo del nacimiento de estas cenizas conmemora que lo que fue signo de triunfo, pronto se reduce a nada.
Por tanto, no es un día cualquiera: es el anuncio de algo grande, bello y maravilloso. Y este signo nos llama a prepararnos, de una manera especial, para recibir la ceniza. Este día inicia un nuevo camino cuaresmal «que se desarrolla por cuarenta días y que nos conduce al gozo de la Pascua del Señor, a la victoria de la Vida sobre la muerte», expresó el Papa emérito Benedicto XVI, en 2013, en la Basílica de San Pedro, en uno de los últimos actos públicos de su Pontificado.
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Hoy Jesús nos habla de la ley del amor que debe ser lo contrario de la venganza. Comienza explicando una frase, que parece sonar mal, pero que era algo positivo para los israelitas: “Ojo por ojo y diente por diente”. Así se decía como algo permitido por las leyes religiosas. Esto conviene explicarlo un poco.
Entre los antiguos estaba muy extendida la venganza. Era como una defensa del mal ajeno. Por el miedo a la venganza muchos se abstenían de hacer el mal. Mucho más si la venganza era terrible, como la de Lamec, que proclamaba una venganza de setenta y siete por uno. Entre el pueblo lo que más arraigado estaba era el siete por uno: “Si te robaban una vaca, tu podías robar siete”, etc. Esto frenaba la maldad o avaricia de algunos que no tenían sentimientos más sanos. Pero era una injusticia.
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