Evangelio del domingo, 29 de enero de 2023

Hoy se nos expone uno de los grandes mensajes de Jesucristo, al comenzar el sermón de la montaña. En estas bienaventuranzas Jesús configura la manera de ser del cristiano. Y esto porque es una especie de retrato del mismo Jesús: de su vida y de su modo de ser. No son propiamente mandamientos en el sentido de normas concretas a seguir, sino actitudes más interiores que dan sentido a la manera de actuar.

La primera característica es que Jesús nos habla de felicidad, una felicidad radical, que no consiste en tener algo pasajero, como ofrece la mentalidad mundana, que cree tener la felicidad cuando ha conseguido dinero, honores, que son cosas que se pasan y sobre todo que no pueden ser para todos. Porque aquí está lo malo de la felicidad que promete el mundo: que para que unos sean felices, otros muchos tienen que ser desgraciados: Si unos son felices siendo ricos, es porque muchos tienen que ser pobres. Esto sería la perversión de la felicidad: gozar a costa de otros.

Jesús promete la felicidad para todo el que la quiera. No es fácil, porque va contra el sentido y parecer de la mayoría. Es como vivir al revés, valorar lo que normalmente no se valora: la fidelidad, la abnegación, la entrega, la servicialidad, el poner la confianza más en Dios que en otras cosas, valorar a las personas por lo que son, por ser seres humanos, y no por la categoría social o las posesiones o la belleza externa.

Así como el primer mandamiento de la ley de Dios resume los demás, así también la primera bienaventuranza podemos decir que resume las otras. Ser “pobres de espíritu” se dice fácilmente, pero encierra toda una actitud esencial en la manera de ser. Es cierto que es posible ser rico, tener bastantes riquezas, y ser pobre de espíritu; pero ¡Qué difícil es! Lo dijo Jesucristo varias veces en el evangelio. Alguno dirá que si es muy difícil, mejor va a ser no intentarlo. Hoy se nos dice que para poseer el Reino de los cielos no hay que poner la confianza y la esperanza en los bienes materiales. No todos los pobres son “pobres de espíritu”: Hay muchísimos pobres que ponen su confianza en los bienes materiales, su ilusión es ser ricos. Con ello suelen seguir siendo pobres y además desgraciados. Jesús no declara bienaventuradas unas situaciones sociales, sino unas personas que han optado por esa situación con amor.

A los que son pobres de espíritu Jesús no sólo les promete una felicidad eterna en la otra vida, que también es cierto, sino ya una felicidad actual, porque son amados por Dios. Pobre es el que no tiene suficiencia en sí mismo, tiene un sentimiento psicológico de inseguridad material; pero Cristo quiere aprovechar esta inseguridad para abrirla a la esperanza del que todo lo tiene, que es Dios. Dichosos, por lo tanto, son los que aprovechan su pobreza para abrirse a la esperanza, que no es lo mismo que conformismo. La esperanza en Dios está unida al servicio de los demás.

Ser pobre de espíritu aquí está unido a ser misericordioso, trabajar por la paz, buscar la justicia, estar limpio de corazón, especialmente de odios y rencores. Una vida así molesta a muchos de los que buscan las injusticias, el poder y las riquezas, aunque pareciera lo contrario. Por eso vienen las incomprensiones y la persecución. Pero Jesús les dice que no es una desgracia, sino que en la persecución pueden ser felices. Y les promete que “serán saciados, serán consolados”. Las promesas de Jesús a sus discípulos es el pasar de una situación negativa a otra positiva, de la opresión a la liberación, del sufrimiento al consuelo, de la injusticia a la justicia. El Reino de Dios abre un horizonte de vida y de esperanza a la humanidad pobre y oprimida.

Hay cristianos que se contentan con unas prácticas religiosas y luego en la vida se comportan como los demás. Son cristianos de apariencia. Las prácticas están bien, si nos ayudan a conseguir los verdaderos rasgos del ser cristianos, renunciando a las riquezas y la ambición, poniendo nuestro interés en la confianza total en Dios y en el servicio de amor hacia todas las personas.

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,1-12a):

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

Palabra del Señor

Parroquia Sagrada Familia