Cuaresma: el camino de la confianza en Dios

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz». El Papa Francisco, en su mensaje para la Cuaresma de este año, invita a contemplar, de manera especial, el pasaje sobre la Transfiguración del Señor. «Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces aburrida –recuerda el Santo Padre–, en Cuaresma se nos invita a “subir a un monte elevado” (Mt 17,1) junto con Jesús, para vivir con el Pueblo santo de Dios una experiencia particular de ascesis».

Un año más, el Señor nos toma consigo y desea llevarnos a un lugar apartado para cambiarnos la mirada y el corazón. Porque solo así podremos comprender y acoger el misterio de la salvación divina, «realizada en el don total de sí», como expresa el Papa en la carta, si nos dejamos conducir por Él «a un lugar desierto y elevado» y si nos distanciamos «de las mediocridades y de las vanidades».

Seguir al Señor no siempre es fácil, pero hemos de ponernos en camino, romper con lo que nos impide amar de verdad y vencer nuestras comodidades que acartonan el corazón. Como a los discípulos que Él eligió para ser testigos de un acontecimiento único y sublime, Jesús desea llevarnos al monte Tabor para alcanzar la plenitud de la vida en Él y con Él.

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Conviértete y cree en el Evangelio

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Esta semana, con el Miércoles de Ceniza, comenzamos el tiempo de Cuaresma: cuarenta días de preparación y conversión, en una senda bautismal, caminando de la mano de Cristo en su retiro al desierto.

El Miércoles de Ceniza, día de ayuno, abstinencia y oración, marca la senda inicial del tiempo de preparación a la Pascua, y nos recuerda a todo el Pueblo de Dios que nuestra vida es el preámbulo de lo que nos ha prometido el Señor en la Vida Eterna.

La tradicional imposición de la ceniza (que se elabora a partir de la quema de ramas de olivo del Domingo de Ramos del año anterior) nos recuerda, mediante la señal de la cruz, que nuestra fragilidad se transforma en fortaleza al ser abrazada en el amor de Dios. El símbolo del nacimiento de estas cenizas conmemora que lo que fue signo de triunfo, pronto se reduce a nada.

Por tanto, no es un día cualquiera: es el anuncio de algo grande, bello y maravilloso. Y este signo nos llama a prepararnos, de una manera especial, para recibir la ceniza. Este día inicia un nuevo camino cuaresmal «que se desarrolla por cuarenta días y que nos conduce al gozo de la Pascua del Señor, a la victoria de la Vida sobre la muerte», expresó el Papa emérito Benedicto XVI, en 2013, en la Basílica de San Pedro, en uno de los últimos actos públicos de su Pontificado.

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Frenar la desigualdad está en tus manos

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hace algunos años, por estas mismas fechas, visitaba una misión en un lugar muy empobrecido de África. Al llegar, tras saludar a los misioneros, un cartel que colgaba de una pared de barro llamó poderosamente mi atención. Decía: «La vida pasa para todos, pero no para todos pasa igual».

Hoy, cuando celebramos la Jornada Nacional de Manos Unidas, recuerdo aquel momento de una manera especial. Esas palabras, escritas desde un corazón fracturado que llama a la solidaridad, resuenan en mis entrañas como un signo eficaz de la presencia del Señor Jesús en medio de los que más sufren.

Para promover sociedades más justas, «no basta con reducir la pobreza y el hambre, o mejorar la calidad de la educación o del medioambiente», sino que «es necesario apostar decididamente por la eliminación de las iniquidades que atentan contra la vida digna de millones de personas». Con esta apuesta, Manos Unidas desea poner en el centro el problema de la desigualdad, que se ha convertido en la mayor amenaza a nivel mundial: «Provoca que millones de seres humanos vivan en la pobreza y mueran de hambre».

El lema de este año –Frenar la desigualdad está en tus manos– requiere de unas manos que sumen, que cuenten, que tomen rostro humano y empapen de belleza tantos rostros destrozados por la miseria.

Unos 8,7 millones de personas mueren de hambre al año, 24.000 al día, una cada 4 segundos. Y se calcula que al menos una tercera parte fallecen en edad infantil (Save The Children, septiembre 2022).

¿Cómo es posible que hoy, en pleno siglo XXI, haya personas que sigan muriendo por carencias básicas y de primera necesidad?

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Cuidar en la fragilidad

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«La enfermedad forma parte de nuestra experiencia humana», pero «si se vive en el aislamiento y en el abandono, si no va acompañada del cuidado y de la compasión, puede llegar a ser inhumana». Con estas palabras, el Papa Francisco comienza su mensaje para la XXXI Jornada Mundial del Enfermo que, como cada año, celebramos el próximo 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes.

Ciertamente, el camino de la enfermedad, en todos sus sentidos, limitaciones y circunstancias es común a todos los seres humanos. Y solo puede vivirse en paz mediante la delicadeza en el cuidado y la compasión de quien acompaña, siendo presencia esperanzada, todo el tiempo que haga falta.

La Jornada Mundial del Enfermo es un día especial para toda la Iglesia, pues del servicio incansable a los enfermos y de la preciosa vocación de cuidar penden la verdad del amor. Así lo manifiesta el Santo Padre con el lema Cuida de él, poniendo en el centro la compasión, para recordarnos que «es precisamente a través de la experiencia de la fragilidad y de la enfermedad, como podemos aprender a caminar juntos según el estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura».

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Donde hay vida consagrada, hay esperanza

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Celebrar la Jornada de la Vida Consagrada «pasa, en realidad, por acoger con un corazón dispuesto y confiado la senda que se abre a nuestros pies consagrados cada día de nuestra existencia». Con estas palabras, que son anuncio y testimonio de una vocación –vivida en gratuidad– que exige hacer un alto en el camino para agradecer el don de la vida consagrada, tal y como el Espíritu la va suscitando, los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada desean mostrar un horizonte nuevo «bajo el signo de la esperanza en Jesús Resucitado».

Con Dios, quien hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5), cada mañana nace de un modo distinto. Por eso, caminar, aunque a veces se agoten las fuerzas, supone dejarse sorprender por una esperanza que encuentra su plenitud en la mirada compasiva del Señor. Él no se cansa de hacer camino con nosotros; porque anhela un corazón que no se encierre en sí mismo, porque espera que cultivemos una visión renovada de la vida consagrada.

El lema de este año, Caminando en esperanza (que conecta con el Sínodo 2021-2024), alienta a contemplar el talante y el horizonte» de los que se consagran a Dios para «ser cada día apóstoles del reino, levadura en la masa, semilla en la tierra, sal en el mundo y candelero en lo alto. Caminando –explican, desde la Comisión, en su carta– «es un gerundio que hace referencia a una acción continua y persistente, que no se cansa ni se detiene». En esperanza, indica «un modo muy concreto de llevar adelante dicha acción, a través de esta virtud cristiana necesaria para quien desea vivir en marcha y volcado hacia el futuro que hemos de construir todos los miembros de la Iglesia unidos».

La vida consagrada «es encontrar a Dios en las cosas concretas». Estas palabras, pronunciadas por el Papa Francisco en la Eucaristía con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada, recuerdan dónde nace el latido de tantos hombres y mujeres que deciden consagrar su vida al servicio de Dios y de los hermanos: «La vida consagrada no es supervivencia, es vida nueva, es un encuentro vivo con el Señor en su pueblo». Y en esa llamada a la «obediencia fiel de cada día y a las sorpresas inéditas del Espíritu», descubrimos la visión profética que revela lo que de verdad importa: ver a Dios presente en el mundo, aunque muchos no se den cuenta.

El próximo jueves, día en que celebramos la fiesta de la Presentación del Señor, recordamos cómo María y José, fieles a la tradición de su pueblo, entran en el templo con su Hijo a los cuarenta días de su nacimiento. También nosotros, cuarenta días después de la Navidad, somos presentados por nuestra madre,  la  Iglesia,  ante Dios Padre con una sola misión: la de ser todos uno en el Amor (cf. Jn 17, 21).

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Parroquia Sagrada Familia