Todos los años en este domingo 4º de Pascua nos trae la Iglesia a reflexionar la alegoría del buen Pastor, en el capítulo 10 de san Juan. Este año, al ser el ciclo C, consideramos la última parte. La alegoría se distingue de la parábola en que ésta se trata de una breve historia de la que se saca una conclusión moral o religiosa, mientras que en la alegoría se va aplicando cada cosa material a lo espiritual.
Jesús estaba diciendo a los jefes religiosos del pueblo judío que no cumplían con su oficio porque estaban haciendo aquello sobre lo que ya se quejaba el profeta Ezequiel cuando decía que muchos pastores (jefes religiosos) en Israel no atendían a las ovejas ni las guiaban por el buen camino, sino que se aprovechaban de ellas para su propio beneficio. Jesús comenzó a decir entonces que El era “el buen pastor” que sí conoce a sus ovejas, las guía, las ama hasta estar dispuesto a dar su vida por ellas.
Hay personas a quienes no les gusta esta comparación, porque dicen que no somos ovejas sino personas libres y pensantes. Tienen razón; pero eso es porque toman la figura del pastor como quien domina y no como Jesucristo que se entrega, busca y hasta muere por esas “ovejas”. Tenemos entendimiento y libertad. Lo malo es cuando con esa libertad no queremos ir por el buen camino de Jesucristo. Pero ahí está nuestra responsabilidad de seguir con el rebaño de Jesús o quedarnos por fuera. Eso sería por culpa nuestra, de lo que nos lamentaremos quizá un día o una eternidad.
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Marta, la madre de Tomás y de Lucía, llegaba a la casa un rato después que sus hijos. Ellos salían de la escuela, se preparaban un té con un poco de pan y dulces y se sentaban a ver algo en la tele hasta que llegara su madre. Una tarde, Marta los encontró en la habitación hablando. —¿Qué pasó? ¿Por qué tienen esa expresión tan seria?
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
«Cristo vive, Él es nuestra esperanza y la juventud más hermosa de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Por eso, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo!». Así comienza la Exhortación Apostólica «Christus vivit», del Papa Francisco, publicada recientemente, como conclusión del último sínodo de los Obispos dedicado a la juventud. Pienso que este tiempo pascual ofrece un marco adecuado para el breve comentario que hoy quiero hacer sobre esa Exhortación, porque, como indica el título, la proclamación pascual ¡Cristo vive! constituye el punto de partida y el mensaje que el Papa quiere trasmitir a los jóvenes.
El documento va dirigido fundamentalmente a los jóvenes. Pero también «a todo el Pueblo de Dios», porque «la reflexión sobre los jóvenes y para los jóvenes nos convoca y nos estimula a todos», cuando vivimos sinodalmente nuestra experiencia de Iglesia. Deseo señalar por ello tres aspectos que me parecen fundamentales de este mensaje a los jóvenes y la interpelación que va dirigida a toda la comunidad eclesial.
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El capítulo está dividido en dos partes: la pesca milagrosa y el diálogo entre Jesús y Pedro. En la primera parte es de nuevo el Discípulo Amado el que primero reconoce a Jesús como “el Señor”. La historia usa los símbolos de noche y día para destacar que lo que no se logró en la oscuridad se hace ahora posible al amanecer. El evangelista usa los temas de noche y día, tinieblas y luz a través de todo su Evangelio. El fuego preparado por Jesús nos recuerda su papel de servidor de todos y prepara el escenario para el diálogo que sigue. Pedro negó a Jesús tres veces (18:16-25) y ahora Jesús le da la oportunidad de profesarle su amor tres veces también.
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