El Bautismo de Jesús y nuestro Bautismo

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

Las fiestas de la Natividad de Nuestro Señor, que hemos celebrado, nos dejan sin duda una experiencia viva de alegría cristiana, de encuentros felices de familia, y de esos deseos de ser mejores, que sentimos que afloran cuando el Misterio de Dios en el Portal ilumina nuestra vida. La fiesta de hoy, con la que concluye litúrgicamente el tiempo navideño, nos acerca a las orillas del Jordán, para participar en un acontecimiento: el Bautismo de Jesús por parte de Juan Bautista.

Se nos presenta a Jesús, en las aguas del río Jordán, en el centro de una revelación divina. Escribe san Lucas: «Cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”» (Lc 3, 21-22). De este modo Jesús es consagrado y manifestado por el Padre como el Mesías salvador y liberador. Esta «manifestación» del Señor sigue a la de Nochebuena en la humildad del pesebre y al encuentro con los Magos, que en el Niño adoran al Rey anunciado por las antiguas Escrituras.

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Evangelio del domingo, 12 de enero de 2020 - Bautismo del Señor

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El encuentro con Juan Bautista fue para Jesús una experiencia que dio un giro a su vida. Después del bautismo del Jordán, su vida se centra ahora en un único objetivo: gritar a todos la Buena Noticia de un Dios que quiere salvar al ser humano.

Pero lo que transforma la trayectoria de Jesús no son las palabras que escucha de labios del Bautista ni el rito purificador del bautismo. Jesús vive algo más profundo. Se siente inundado por el Espíritu del Padre. Se reconoce a sí mismo como Hijo de Dios. Su vida consistirá en adelante en irradiar y contagiar ese amor insondable de un Dios Padre.

Esta experiencia de Jesús encierra también un significado para nosotros. La fe es un itinerario personal que cada uno hemos de recorrer. Es muy importante, sin duda, lo que hemos escuchado desde niños a nuestros padres y educadores. Es importante lo que oímos a sacerdotes y predicadores. Pero, al final, siempre hemos de hacernos una pregunta: ¿en quién creo yo? ¿Creo en Dios o creo en aquellos que me hablan acerca de él?

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Evangelio del miércoles, 6 de enero de 2020 - Epifanía del Señor

 

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Escuchar lecturas y homilía Epifanía del Señor

Lectura del santo evangelio según san Mateo (2,1-12):

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:

«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».

Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías.

Ellos le contestaron:

«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:

“Y tú, Belén, tierra de Judá,
no eres ni mucho menos la última
de las poblaciones de Judá,
pues de ti saldrá un jefe
que pastoreará a mi pueblo Israel”».

Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:

«ld y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con Maria, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.

Día de Reyes: Somos regalo de Dios y regalo para los demás

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

Mañana celebramos una fiesta muy importante en el calendario cristiano: la fiesta de la Epifanía. Esta palabra, que procede del griego, significa «manifestación» y quiere expresar la manifestación de Jesús al mundo entero. De esta manera, se inician una serie de manifestaciones del Señor que iremos celebrando sucesivamente en la liturgia y que nos van revelando o desvelando aspectos importantes del misterio de Jesús: el 6 de enero es la manifestación de Jesús al mundo pagano, a todas las gentes representadas por los Magos, porque todo pueblo, lengua y nación, es acogido y amado por Él; el próximo domingo, con la fiesta del Bautismo de Jesús, visibilizamos la revelación de Jesús al pueblo judío; y el domingo siguiente, recordaremos la manifestación de Jesús a sus discípulos en las bodas de Caná.

La fiesta de Epifanía nos ayuda a penetrar en el misterio de la catolicidad: Jesús ha venido para ofrecernos su propuesta de salvación y de vida plena a todos los seres humanos, de cualquier raza y condición, de cualquier clase social, edad o cultura. Se trata, pues, de una fiesta que nos sitúa ante aspectos importantes para nuestra vida cristiana y nuestra condición eclesial como son la universalidad, la urgencia de la misión, la apertura y el diálogo con el mundo. En aquellos Magos que adoraron al Niño descubrimos la condición de la fe que siempre es búsqueda, contemplación y misión.

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Evangelio del domingo, 5 de enero de 2020

 

Recuerdo que, cuando visité Tierra Santa, sufrí un impacto indescriptible al leer en el frontis del altar de la Basílica de la Anunciación unas palabras que conocía muy bien y que había rezado muchas veces, pero que allí tenían una resonancia especial: “Hic, Verbum caro factum est”: “Aquí, el Verbo se hizo carne”. Comprendí entonces que no era la muerte y resurrección de Jesucristo el mayor acontecimiento de la historia sino lo que había ocurrido en aquel rincón de Nazaret. Ciertamente, si Cristo no ha muerto y resucitado por nosotros, vana es nuestra fe. Pero ¿hubiera podido morir y resucitar sin hacerse previamente hombre? Por eso, el gran acontecimiento de todos los siglos ha sido la Encarnación.

A partir de ahí todo es explicable. Lo inimaginable, lo impensable es que Dios no sólo plantase su tienda entre nosotros sino que se hiciese Carne. Es decir, ser uno de los nuestros y, por tanto, sujeto a todas nuestras debilidades y carencias: pasar hambre y frío, sentir cansancio y sed, acusar el golpe de los desprecios y menosprecios, tener miedo y pavor, sufrir y morir. Quizás alguna vez te hayas preguntado, por qué Dios hizo esto, por qué quiso ser igual a nosotros en todo menos en el pecado. La primera respuesta es sencilla: lo hizo, “porque quiso”. Pero la segunda ya no admite respuesta: “Y ¿por qué quiso? Podríamos decir que “porque nos amaba”. Pero esa no es la respuesta definitiva, pues persiste la pregunta anterior, aunque formulada de otro modo: “Y, ¿por qué nos amaba?” De todos modos, lo fundamental sí queda respondido: Dios se hizo hombre, sin dejar de ser Dios, porque nos amaba hasta la locura. Sólo así es posible atisbar cómo pudo querernos, sabiendo de antemano nuestra respuesta mezquina: la indiferencia cuando no el rechazo. Porque es muy triste que vinera a los suyos y los suyos no le recibieran. ¿Tú le has recibido, le has acogido, le has dado el lugar que le corresponde en tu trabajo, en tus relaciones familiares, en tu trato con los compañeros de oficina o de taller?

Atrévete a preguntarte hoy: ¿qué pasaría en mi corazón, en mi cabeza, en vida si Cristo ocupase en ellos el centro?

 

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Adoración ante el Santísimo el día 5 enero

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