Con Manos Unidas siempre en el corazón

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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 Queridos hermanos y hermanas:

Quien ama de verdad, «no busca su propio interés» y «no tiene en cuenta el mal recibido». Quien está dispuesto a poner su vida en juego por amor, «todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta» (1 Corintios 13, 4-7).

Hoy, con el deseo de colmar de caridad tanto abrazo vacío, celebramos la 63a Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas. Y anhelo, en esta jornada nacional, que nadie quede atrás y que seamos semillas de fraternidad, sembradas allí donde más seco permanezca el horizonte.

Nuestra indiferencia los condena al olvido, reza el lema de este año que, de una manera especial, nos invita a tener muy presentes a los millones de personas que padecen hambre. Un mensaje que nos llama a compadecernos de –y con– los necesitados, a dejarlo todo para posar nuestra mirada en las manos del pobre y a tomar conciencia de la desigualdad que alimenta esta terrible herida de la humanidad.

La pandemia del coronavirus ha puesto a prueba nuestra fe y ha despertado nuestra conciencia adormecida ante un mundo que espera, tras el paso generoso de nuestra vida, revestirse con la túnica del buen samaritano. Así, con Manos Unidas, hemos de luchar para acabar con el muro de la indiferencia y de la desigualdad, que condena al olvido a más de mil millones de personas que sobreviven hambrientas y empobrecidas.

Desde esta organización católica, aseguran que la actual crisis social y sanitaria (que ha venido a sumarse a la crisis económica y medioambiental, que ya convertía la vida de millones de personas en un doloroso desafío) «empujará a otros quinientos millones de personas a la pobreza». Una evidencia desgarradora que denuncia un dolor que, en demasiadas ocasiones, habita dormido, y que esconde rostros de seres humanos que lamentablemente «no tenemos tiempo de mirar ni de tener presentes». Y, ante un escenario así, donde parece que la desigualdad se ha convertido en el pan nuestro de cada día… ¿Qué podemos hacer nosotros?

Queridos hermanos y hermanas: esta tarea ha de empezar por uno mismo, por un «yo» desprendido que se abra a un «tú» necesitado. Sin reservas que paralicen lo ofrendado, sin pretextos que apaguen lo prendido, sin condiciones que desvivan lo vivido.

¿Cómo? Poniendo al hermano por delante de uno mismo, reformando profundamente las actuales condiciones socioeconómicas que no reparte equitativamente los recursos, haciendo todo lo posible por superar la precariedad laboral, fomentando una nueva mentalidad y formas políticas que combatan la desigualdad…

El desafío es entregarse, perpetuar la caridad y amar hasta el extremo. Como hoy nos invita Manos Unidas: combatiendo la desigualdad de tanta cifra sin rostro y sin nombre. Los proyectos de Manos Unidas combaten el hambre, la desnutrición, la miseria, la enfermedad, la falta de educación, la desigualdad, la injusticia.

La Palabra de Dios, que se encarna en la mirada de la Virgen María, nos invita a abandonar lo que se opone a la verdadera felicidad del ser humano. María hace presente la misericordia de Dios, que se entregó en Cuerpo y Alma para hacerse uno de nosotros. A Ella nos encomendamos. Sigamos el rastro de esa preciosa estela: para que nadie se quede atrás, para que nuestros hermanos más pobres no sean olvidados y para que los «desheredados» de la Tierra encuentren refugio seguro en nuestros corazones.

Que la pobreza y el hambre no sean invisibles depende de mí, y también de ti. Y aún estamos a tiempo…

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga y os deseo un feliz domingo.

Evangelio del domingo, 13 de enero de 2022

Escuchar lecturas y homilía

Oración

Puedes ver la misa del sábado tarde aquí:

 

Acababa san Lucas de contarnos la elección de los doce apóstoles. Ahora ya ante ellos y con una gran multitud de gente que le sigue va a hacer la proclamación de las bienaventuranzas. Sabemos que san Mateo nos trae ocho bienaventuranzas y san Lucas sólo cuatro, aunque contrastadas con la parte opuesta que podemos llamar malaventuranzas. Quizá Jesús habló de unas y de otras en diversos momentos. Los evangelistas escogieron las que mejor les venía para su catequesis. Las ocho más conocidas de san Mateo son actitudes necesarias para quien quiera ser discípulo de Jesús. Las que hoy leemos, según san Lucas, son más bien como preámbulo o situaciones más aptas para recibir los mensajes de Jesús y poder ser discípulo suyo.

Jesús mira a sus discípulos y a la mayoría de la gente, que son pobres, y les llama “felices”, precisamente porque siendo pobres pueden recibir mejor sus mensajes. Se trata de una pobreza real, aunque en perspectiva está el sentido bíblico de “pobre de Yahveh”, que es quien confía en Dios. Lo mismo que al decir “rico” parece que incluye lo que ya habían dicho algunos profetas que son los que sólo piensan en sí mismos y son menos solidarios que los pobres. En realidad, las bienaventuranzas de san Mateo (“bienaventurados los pobres de espíritu”) podría ser una explicación de lo primero, que alguna vez haría el mismo Jesús. Sin embargo, aquí habla de los pobres de verdad.

No quiere decir Jesús que son dichosos los pobres sólo por el hecho de no tener dinero, y menos los que lloran sólo porque lloran o los que tienen hambre. Jesús, como la Iglesia, no puede estar de acuerdo con la marginación, la miseria, el hambre, la injusticia o la opresión. Debemos trabajar porque los demás vivan mejor en el sentido material, aunque tengamos que sufrir. Es ley del amor. Mucho menos Jesús proclama la lucha de clases de modo que los pobres dejen de serlo a cambio de los ricos.

Jesús nos enseña, antes de darnos sus mensajes de salvación, que la situación de pobreza es mucho mejor que la de riqueza. Jesús tampoco condena a los ricos. No son propiamente maldiciones, sino lamentaciones, al estilo de alguno de los profetas. Por eso es un signo de amor de Dios también hacia los ricos, porque Dios ama a todos. Aquí Dios, con todo su amor, se lamenta de que una persona sea rica, porque le va a ser muy difícil apreciar y aceptar los mensajes de salvación. Por lo tanto, para esa persona sus riquezas son una señal de muerte y lo que quiere Jesús es “que se convierta y viva”. Parecido a lo que quiere de un pecador. 

Por eso aspirar a ser rico no es cosa buena, según Jesús. Ya sabemos que no es lo que piensa la gente; pero muchas veces dijo Jesús cosas que van contra lo que piensa la gente mundana. Así decía: “el que quiera salvar su vida la perderá; quien quiera ser ensalzado, debe humillarse; quien quiera ser grande, debe ser servidor...” Si nosotros no lo sentimos así, es que no somos verdaderos discípulos de Jesús, por mucho que asistamos a la iglesia o participemos en actos religiosos.

Cuando se habla de aceptar la pobreza o de amarla, no es incitar a la pereza ni a la resignación, sino de amarla como una virtud. También hay que tener en cuenta que pobreza en cristiano no es lo mismo que miseria, que hay que superar en cuanto sea posible. La pobreza como virtud no es sólo aceptar lo irremediable. Es saber que nos parecemos más a Jesucristo, que siendo Dios se hizo pobre por nosotros. Y es saber que nuestro corazón está más apto para llenarse de Dios. Para que un corazón se llene de Dios, debe vaciarse de otros dioses, entre los cuales está el dinero.
Todos buscamos la felicidad, pero muchas veces la queremos buscar por caminos equivocados. Lo importante es sentir que el corazón está lleno y que nuestra vida tiene sentido. Para ello debemos llenarla de amor y de todo lo que nos dicen los mensajes de Jesús. Seguir las bienaventuranzas es preparar el corazón para que, como nos dice la 4ª de hoy, podamos ser testimonio de Jesucristo.

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Jornada Mundial del Enfermo: donde Cristo muere y resucita cada día

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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 Queridos hermanos y hermanas:

«La misericordia es el nombre de Dios por excelencia». Hoy decido permanecer ahí, a la luz de estas palabras que el Papa Francisco expresa en su mensaje para la XXX Jornada Mundial del Enfermo (que celebramos el 11 de febrero).

Cada vez que se acerca esta jornada, instituida hace 30 años por el Papa san Juan Pablo II para sensibilizar sobre la necesidad de acompañar a los enfermos, a sus familias y a quienes los cuidan, me interpelan las manos, los ojos y el corazón de quienes son capaces de reconocer en los que sufren el rostro de Cristo. Su desbordante compromiso por hacer, del amor, el primer mandamiento, entreteje el amor mismo de Dios.

Desde esa mirada nace el lema que el Santo Padre propone para este año: «Sed misericordiosos así como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). Estar al lado de los que sufren en un camino de caridad. Es tan necesario, en estos momentos, el amor que se hace carne en el cuidado, en la delicadeza y en la compasión, que no podemos andar por la vida sin tocar la carne sufriente de Cristo en los hermanos.

Recuerdo, en este sendero amurallado de caridad, a tantos santos y santas que –con su ejemplo– han dejado una huella imborrable en la Iglesia por su asombroso y ejemplar cuidado a los más débiles. Camilo de Lelis, Teresa de Calcuta, Juan de Dios, Damian de Molokai,… Estos, como tantos otros, a ejemplo del Maestro, también recorrieron las calles, proclamaron la Buena noticia del Reino y sanaron las enfermedades y las dolencias de la gente (Mt 4, 23). Su inabarcable legado en pro de los sufrientes se resume en una preciosa frase de la Madre Teresa de Calcuta: «La mayor miseria consiste en no saber amar».

 El Señor, con su inagotable amor, bordó la primera huella. Nosotros, ahora, hemos de seguir cada trazo de su andar, siendo conscientes de que «solo un Dios que nos ama hasta tomar sobre sí nuestras heridas y nuestro dolor, es digno de fe» (Benedicto XVI).

 El testigo supremo del amor misericordioso del Padre a los enfermos es su Hijo unigénito, Jesús, recuerda el Papa Francisco en su mensaje para este año. Detalle primordial que nos revela que «cuando una persona experimenta en su propia carne la fragilidad y el sufrimiento a causa de la enfermedad, también su corazón se entristece, el miedo crece y los interrogantes se multiplican».

Y, desde ese trascendental misterio, hago memoria de todos y cada uno de los agentes y centros sanitarios y asistenciales que, bañados de misericordia, ofrecen a los enfermos y a sus familias los cuidados, la cercanía y los detalles necesarios para estar en paz. A vosotros os dedico todo mi cariño y admiración, y os ofrezco humildemente mi mano para todo cuanto yo pudiera aportar.

Los cristianos estamos llamados, de manera especial, a amar al prójimo, a curar sus heridas, a acompañar su dolor, a custodiar su dignidad. Somos una comunidad de consolación, un ministerio que se pone en práctica con la parábola del Buen Samaritano: ese modelo de cuidado que nace de las manos de Jesús es la hoja de ruta que debemos seguir quienes confiamos en que, en la enfermedad, está presente Cristo crucificado y resucitado.

A vosotros, queridos enfermos y a los custodios de la salud, os encomiendo en el corazón de la Virgen María. Con Ella, la Madre de Cristo, «que estaba junto a la cruz, nos detenemos ante todas las cruces del hombre de hoy» (Salvifici doloris, 31). Ella, Salud de los enfermos, a quien llamamos bienaventurada todas las generaciones (Lc, 1.28; 42-43; 48), intercede para que sepamos reconocer en los que sufren el rostro mismo de Cristo.

Que este santo apostolado de la caridad –que celebramos, de manera especial, el día de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes– sea el hogar donde nuestro corazón repose, hasta que abrace –al atardecer de la vida– el corazón misericordioso del Padre.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Evangelio del domingo, 6 de enero de 2022

El evangelio de hoy narra como Pedro confía en el Señor y tira las redes obteniendo una pesca milagrosa, tras una noche de trabajo en vano. La fe es un encuentro con Jesús y me gusta pensar que Jesús pasaba la mayor parte de su tiempo en las calles, con la gente, y al anochecer se retiraba solo a rezar.

El evangelio usa la misma palabra sobre esta gente, sobre el pueblo, los apóstoles, y Pedro: se quedaron asombrados. Y el pueblo sentía este estupor y decía: Él habla con autoridad. Nunca un hombre ha hablado así.

En cambio entre los que encontraban a Jesús había otro grupo que no dejaba entrar en sus corazones al asombro. Los doctores de la Ley hacían sus cálculos, tomaban distancia y decían; 'es inteligente, dice cosas verdaderas, pero a nosotros no nos conviene'.

Los mismos demonios confesaban que Jesús era el 'Hijo de Dios', pero como los doctores de la Ley y los malos fariseos no tenían la capacidad de asombrarse, estaban cerrados en su autosuficiencia, en su soberbia. Pedro reconoce que Jesús es el Mesías, pero confiesa que es un pecador. Los demonios llegan a decir la verdad sobre él. Mientras que los doctores de la Ley si bien dicen es inteligente, es un rabino capaz, hace milagros, no dicen somos soberbios, somos autosuficientes, somos pecadores. La incapacidad de reconocerse pecadores nos aleja de la verdadera confesión de Jesucristo.

(Cf Homilía de S.S. Francisco, 3 de septiembre de 2015, en Santa Marta).

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Ningún profeta es bien recibido en su patria

Hoy, en este domingo cuarto del tiempo ordinario, la liturgia continúa presentándonos a Jesús hablando en la sinagoga de Nazaret. Empalma con el Evangelio del domingo pasado, en el que Jesús leía en la sinagoga la profecía de Isaías: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos (...)» (Lc 4,18-19). Jesús, al acabar la lectura, afirma sin tapujos que esta profecía se cumple en Él.

El Evangelio comenta que los de Nazaret se extrañaban que de sus labios salieran aquellas palabras de gracia. El hecho de que Jesús fuese bien conocido por los nazarenos, ya que había sido su vecino durante la infancia y juventud, no facilitaba su predisposición para aceptar que era un profeta. Recordemos la frase de Natanael: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46). Jesús les reprocha su incredulidad, recordando aquello: «Ningún profeta es bien recibido en su patria» (Lc 4,24). Y les pone el ejemplo de Elías y de Eliseo, que hicieron milagros para los forasteros, pero no para los conciudadanos.

Por lo demás, la reacción de los nazarenos fue violenta. Querían despeñarlo. ¡Cuántas veces pensamos que Dios tiene que realizar sus acciones salvadoras acoplándose a nuestros grandilocuentes criterios! Nos ofende que se valga de lo que nosotros consideramos poca cosa. Quisiéramos un Dios espectacular. Pero esto es propio del tentador, desde el pináculo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo» (Lc 4,9). Jesucristo se ha revelado como un Dios humilde: el Hijo del hombre «no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45). Imitémosle. No es necesario, para salvar a las almas, ser grande como san Javier. La humilde Teresa del Niño Jesús es su compañera, como patrona de las misiones.

Parroquia Sagrada Familia