Evangelio del domingo, 23 de enero de 2022

Hoy el evangelio tiene dos partes muy determinadas. Comienza con el principio del evangelio de san Lucas, pues en este año en los evangelios de los domingos ordinarios leeremos a san Lucas, y continúa con la 1ª predicación de Jesús en Nazaret. El prólogo está muy bien escrito en el sentido literario. San Lucas, que era médico y tenía cierta cultura, hace que sus escritos tengan un estilo más elegante que el de otros escritores del N. Testamento. Acompañaba a san Pablo, que las palabras habladas a veces se desvirtúan y no permanecen como puede ser un escrito. Y se pone a realizar esa labor de una forma ordenada.

Para ello se basa en otros escritos, como sería el evangelio de Marcos y el de Mateo, por lo menos los discursos de Jesús, escritos poco antes. Habría algún otro escrito perdido. Pero sobre todo pregunta a los que vivieron con Jesús “desde los orígenes”. Con esto da a entender que, si no pudo conversar con la misma Virgen María, se informaría bien para poder describir la historia desde antes de nacer Jesús. Lo escribe, como era la costumbre, dedicándolo a una persona. Aquí su amigo Teófilo. 

En la segunda parte del evangelio de hoy se nos propone la primera predicación de Jesús en Nazaret. Ya había enseñado por varias sinagogas y su buena fama corría por toda aquella región. Volvió a su pueblo, no donde había nacido, sino donde había vivido casi toda su vida y donde vivía su madre. Como era sábado, fue a la sinagoga. La costumbre era que además de las oraciones solía haber dos lecturas. La primera era sobre la ley en los primeros libros de la Biblia. El comentario lo hacía un “doctor de la ley”. Después venía otra lectura, que solía ser de los profetas, pero el comentario lo podía hacer cualquier hombre mayor de treinta años. Con más razón si era un visitante y si tenía fama de hablar, como era el caso de Jesús. Había gran expectación.

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La solidez de las enseñanzas recibidas

Hoy comenzamos a escuchar la voz de Jesús a través del evangelista que nos acompañará durante todo el tiempo ordinario propio del ciclo “C”: san Lucas. Que «conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido» (Lc 1,4), escribe Lucas a su amigo Teófilo. Si ésta es la finalidad del escrito, hemos de tomar conciencia de la importancia que tiene el hecho de meditar el Evangelio del Señor —palabra viva y, por tanto, siempre nueva— cada día.

Como Palabra de Dios, Jesús hoy nos es presentado como un Maestro, ya que «iba enseñando en sus sinagogas» (Lc 4,15). Comienza como cualquier otro predicador: leyendo un texto de la Escritura, que precisamente ahora se cumple... La palabra del profeta Isaías se está cumpliendo; más aun: toda la palabra, todo el contenido de las Escrituras, todo lo que habían anunciado los profetas se concreta y llega a su cumplimiento en Jesús. No es indiferente creer o no en Jesús, porque es el mismo “Espíritu del Señor” quien lo ha ungido y enviado.

El mensaje que quiere transmitir Dios a la humanidad mediante su Palabra es una buena noticia para los desvalidos, un anuncio de libertad para los cautivos y los oprimidos, una promesa de salvación. Un mensaje que llena de esperanza a toda la humanidad. Nosotros, hijos de Dios en Cristo por el sacramento del bautismo, también hemos recibido esta unción y participamos en su misión: llevar este mensaje de esperanza por toda la humanidad.

Meditando el Evangelio que da solidez a nuestra fe, vemos que Jesús predicaba de manera distinta a los otros maestros: predicaba como quien tiene autoridad (cf. Lc 4,32). Esto es así porque principalmente predicaba con obras, con el ejemplo, dando testimonio, incluso entregando su propia vida. Igual hemos de hacer nosotros, no nos podemos quedar sólo en las palabras: hemos de concretar nuestro amor a Dios y a los hermanos con obras. Nos pueden ayudar las Obras de Misericordia —siete espirituales y siete corporales— que nos propone la Iglesia, que como una madre orienta nuestro camino.

Estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos

Hoy, contemplamos los efectos saludables de la presencia de Jesús y de María, su Madre, en el corazón de los acontecimientos humanos, como en el caso que nos ocupa: «En aquel tiempo, se celebraron unas bodas en Caná de Galilea. Estaba allí la madre de Jesús. También fue invitado Jesús, junto con sus discípulos» (Jn 2,1-2).

Jesús y María, con una intensidad diferente, hacen presente a Dios en cualquier lugar donde estén y, donde está Dios, allí hay amor, gracia y milagro. Dios es el bien, la verdad, la belleza, la abundancia. Cuando el sol despliega sus rayos en el horizonte, la tierra se ilumina y recibe calor, y toda vida trabaja para producir su fruto. Cuando dejamos que Dios se acerque, el bien, la paz y la felicidad crecen sensiblemente en los corazones, quizás fríos o dormidos hasta entonces.

La mediación que Dios ha escogido para hacerse presente entre los hombres y comunicarse profundamente con ellos, es Jesucristo. La obra de Dios llega al corazón del mundo por la humanidad de Jesucristo y, secundariamente, por la presencia de María. Poco sabían los novios de Caná a quién habían invitado a su boda. La invitación respondía probablemente a algún vínculo de amistad o parentesco. En aquellos momentos, Jesús todavía no había hecho ningún milagro y la importancia de su persona era desconocida.

Él aceptó la invitación porque está a favor de las relaciones humanas principales y sinceras, y se sintió atraído por la honestidad y buena disposición de aquella familia. Así, Jesús hizo presente a Dios en aquella celebración familiar. Allí, «en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales» (Jn 2,11) prodigiosas y allí el Mesías «abrió el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente» (San Juan Pablo II).

Aproximémonos también nosotros a la humanidad de Jesús, tratando de conocer y amar más y de manera progresiva, su trayectoria humana, escuchando su palabra, creciendo en fe y confianza, hasta ver en Él el rostro del Padre.

Octavario por la Unidad de los Cristianos

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Esta semana, del 18 al 25 de enero, celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El lema –«Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (cf. Mt 2, 2)–, inspirado en la visita de los Magos de Oriente a Jesús recién nacido, nos adentra en el misterio inagotable de la Luz del mundo: ese resplandor de plenitud que sigue alumbrando las oscuridades de las personas y de los pueblos», sin que se extinga «el hambre de Dios».

Hoy, en medio de tantas divisiones, ahogos y conflictos, ante la falta de unidad que en muchas ocasiones nos aflige, hemos de descansar la mirada en el corazón del Evangelio. Y hacerlo, como quien despierta sus sentidos a un Dios que, siendo inmensamente poderoso, nace pobre por amor.

Ciertamente, nuestras dificultades para mantener la unidad visible de la Iglesia no pueden hacernos olvidar la urgencia del mandato de Cristo, porque la salvación es el destino universal de todos; y para que la salvación alcance a todos es preciso darles a conocer la verdad que se le ha confiado a la Iglesia. Por tanto, como los profetas, hemos de adelantar el destino universal del anuncio evangélico (cf. Hch 16, 18) hasta hacernos buena noticia y promesa de unidad y salvación.

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Evangelio del domingo, 16 de enero de 2022

Hoy nos trae el evangelio el milagro de las bodas en Caná. Comienza diciendo: “Al tercer día”. Esta expresión es importante para el evangelista. No es sólo una medida   material de un período de tiempo, sino que precede a una realización importante del amor de Jesús. Así sucede en el anuncio y realización de la resurrección; así en la declaración de que Dios es su Padre a los 12 años; así en este momento en que se va a fortalecer la fe de los apóstoles con este milagro en Caná.

También María, la madre de Jesús, estaba invitada. Ella parece ser que en primer lugar. Quizá serían familiares: Caná estaba a poco más de una hora caminando desde Nazaret. Las bodas solían durar varios días, y María, que siempre estaba atenta para ver en qué podía ayudar, se da cuenta de que el vino está terminándose. Lo que piensa es que su hijo algo podrá hacer. Y le expone la situación. Es un pedir sin pedir; pero es una oración hermosa de exposición de un problema. En aquella sociedad la falta de vino en un banquete de boda hubiera sido un gran bochorno para los novios, que les duraría para toda la vida. Esa oración de María es un gran ejemplo para nosotros.

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Parroquia Sagrada Familia