Evangelio del jueves, 6 de enero de 2022 - Epifanía del Señor

Epifanía significa   manifestación de Dios. Dios se revela a todos: ricos y pobres, poderosos y humildes, judíos y no judíos. Después de nacer se manifestó a los pastores, pero luego se manifestó a los magos de oriente. Hoy también quiere manifestarse a todos. Veamos las enseñanzas que el suceso de los magos nos da para que Dios se manifieste en nosotros y a través de nosotros en otros muchos.

1- “Ven la estrella”:  En realidad hay muchas estrellas. Unos las ven y otros no. Estas estrellas pueden ser nuestros familiares y amigos. Especialmente es la Iglesia en general con los responsables y con todos los que quieren ser fieles al Señor. Nosotros podemos y debemos ser estrellas para otros muchos: con nuestras palabras y consejos; pero sobre todo con nuestro buen ejemplo de vida.

2- “Se ponen en camino”: No basta ver la estrella. Hay que actuar. No basta saber el camino. Hay que ponerse a caminar. Y esto aunque no sepamos el camino exacto, como les pasaba a los magos. Dejémonos conducir por las enseñanzas de la Iglesia.

3- “La estrella desapareció”: No todo es fácil en el camino hacia Dios. Hay momentos difíciles, que pueden llegar a ser como “noches oscuras”. Dios siempre está con nosotros, nunca nos abandona. Debemos seguir teniendo esperanza.

4- “Y preguntaron”: Para responder está la Iglesia y especialmente los sacerdotes. Hay que ser valientes y consultar. Puede ser una catequista que nos oriente en la fe. Lo importante es consultar, ya que Dios verá en ello un deseo del bien. Aunque se pregunte a una persona equivocada, como hicieron los magos que fueron a Herodes para consultar. Pero Dios se valió del malo para darles una buena respuesta.

5- “Apareció de nuevo la estrella”: Dios parece que se esconde. Si todo fuese muy fácil no tendríamos mérito. Pero Dios siempre termina por consolar a aquel que sinceramente le busca de corazón.

6- “Y encontraron a Jesús”: Jesús debe ser el final de toda nuestra búsqueda espiritual. Nosotros no vamos tras de unas ideas o filosofías; Vamos tras de una persona que es Dios que se hizo hombre por nuestro amor. Y nuestra tranquilidad es que le podemos encontrar. Está sobre todo en la Eucaristía. Está también en los sencillos, en los pobres, en su Palabra, en el amor fraternal.

7- “Y le ofrecieron sus dones”: ¿Qué le ofreceremos nosotros? Lo mejor que le podemos ofrecer es nuestro corazón; pero, juntamente con él, también le ofrezcamos nuestro trabajo apostólico, de modo que podamos hacer que al menos alguien se acerque un poco más al Señor. Si queremos simbolizar los dones de los magos, podemos ofrecerle el oro de nuestro amor como la mejor ofrenda a Dios, el incienso, que es nuestra constante oración que se eleva al cielo, y la mirra, que es la aceptación paciente de los trabajos, sufrimientos y dificultades de nuestra vida.

8- “Y se volvieron por otro camino”: Quien encuentra verdaderamente a Jesús no puede seguir el camino anterior. Debe comenzar a vivir por otro camino, el camino de la justicia, de la paz, del amor.

Quizá la intención principal de san Mateo, cuando contaba el suceso de los magos, era exponer, como luego lo hizo a través de todo el evangelio, que el mensaje de Jesús es universal, que no es sólo para una raza o una nación, sino para todo el mundo. Por eso al recordar este suceso, la Iglesia nos estimula a trabajar por la evangelización de todas las gentes. Este es un día misionero por excelencia, porque Jesús no sólo se manifestaba a los judíos, sino desde el principio nos enseñó que había venido para salvar a todos los pueblos.

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Evangelio del domingo, 2 de enero de 2022

Hoy se pone a nuestra consideración el principio del cuarto evangelio, el de san Juan. Es un comienzo muy diferente al de los otros evangelistas. Hoy san Juan nos habla del nacimiento de Jesús; pero de forma diferente. No cuenta los hechos según la historia: no hay niño ni madre, ni pastores ni cántico de ángeles; pero sí habla de luz que ilumina las tinieblas y de gloria de Dios que podemos contemplar, y sobre todo de la Palabra, que se hace carne, de Dios que pone su tienda entre nosotros, del Señor que es aceptado por unos y rechazado por otros. 

San Juan comienza desde el misterio de Dios y cómo desde siempre existía la “Palabra”. Este vocablo “palabra” o “verbo” recuerda a la “sabiduría”, de la cual habla ya el Antiguo Testamento, “que jugaba con Dios”. ¡Qué difícil es expresar con palabras materiales el misterio de Dios y lo que es espíritu! También sería difícil entender lo de “Hijo de Dios”, pues en lo material un hijo siempre es menor que el padre. Para que comprendamos un poco, distinguimos entre el pensamiento y su expresión, entre una palabra cuando la pensamos y cuando la pronunciamos. Esta es la semejanza que hoy usa el evangelio. Esta “Palabra”, que es Dios mismo, estaba desde siempre en Dios; pero un día fue pronunciada, y lo importantísimo es que esa “Palabra”, que es Dios mismo, vino a nosotros y se hizo de nuestra propia naturaleza, “se hizo carne”.

A veces se traduce: “Y se hizo hombre”. Y está bien, porque en nuestra lengua la carne es sólo una parte del ser humano; pero en la lengua hebrea no era así, sino que “carne” era la expresión de toda la verdadera naturaleza humana; sobre todo en el sentido de debilidad. Dios se hizo en verdad un ser humano con todas sus debilidades. Lo único que no podía tener era el pecado. Por eso era la luz que brilla en medio de las tinieblas. Si se piensa profundamente, nos puede parecer demasiado hermoso para ser cierto. Pero esto es lo que proclama nuestra fe y hoy de una manera especial: Que Dios no es como muchos creían un Dios lejano, al que no se le podía llegar, sino que está tan cerca que ha venido a habitar entre nosotros. Quizá el evangelista, cuando decía estas expresiones, estaba pensando en algunos herejes que decían que Jesús, Palabra de Dios, era sólo una apariencia, una sombra o un fantasma. Pero nos dice que Jesús, que es Dios, es un ser humano verdadero. Todos le pueden ver y tocar. 

Otra de las falsedades que quería delatar el evangelista era el de algunos discípulos de Juan Bautista, que todavía seguían diciendo que el Bautista era superior a Jesús. Hoy se nos muestra a Jesús como luz que ilumina a todos, también al mismo Bautista, porque es Dios mismo. Así también la Iglesia, el papa, los obispos y sacerdotes son sólo precursores o intermediarios. Son como “la voz” de la Palabra. Nuestra finalidad es acoger a Jesús y recibirle plenamente para que nos ilumine a todos.

Y “acampó” entre nosotros. Acampar no es lo mismo que instalarse, residir o asentarse, sino es vivir nuestra propia vida de “peregrinos hacia la casa de Dios”, es vivir nuestra misma pobreza y debilidad. Y lo terrible, pero grandioso, es que nos deja en total libertad para aceptarle o no aceptarle. El evangelista dice que “vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron”. A veces pensamos en la posada y las casas de Belén; pero tiene un sentido más profundo y más amplio, que nos toca también a nosotros, si le cerramos la puerta de nuestro corazón. A veces somos demasiado orgullosos para ver a Dios: No queremos recibir a Aquel que viene a su propiedad, porque tendríamos que transformarnos de modo que sea Él el verdadero dueño de nuestro ser.
Pero alegrémonos, porque, si le recibimos, nos da su gracia y nos hace hijos de Dios. Jesús es Dios que sale al encuentro del ser humano, para que nosotros podamos ir a su encuentro. Creer es ver a Dios, y ver a Jesús es “ver al Padre”. Por esta fe, que es entrega a su amor, nos transformamos y vivimos como hijos de Dios.

¡Que de su plenitud recibamos la gracia y la verdad y el amor!

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FELIZ FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

Hoy la cueva que nos recibe a todos es la acogida de la Sagrada Familia, construida con el rechazo de la familia y las posadas repletas. Una cueva y una estrella significan lo mismo: Es Navidad.

Este año nos acogen, a los que tenemos como hogar el corazón de Dios. Que se encarna en cada uno de nosotros, en nuestra vida, nuestras casas, nuestros belenes y adornos. Nos converite en cueva, pesebre y estrella.

La estrella trajo a los magos y los sobresaltados de Herodes y Jerusalén. Los reyes sigueron adelante, Herodes con los sabios y entendidos se quedaron en Palacio. Nosotros vamos a la cueva, vamos al pesebre, vamos a adorar.

Este año, en medio de pandemias, de pasados, presentes y futuros, Jesús nace en ti y tú en el corazón de Dios, por eso Feliz navidad por ti y por Él: ¡FELIZ NAVIDAD!

 

 

Le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, (...) estaban estupefactos por su inteligencia

Hoy contemplamos, como continuación del Misterio de la Encarnación, la inserción del Hijo de Dios en la comunidad humana por excelencia, la familia, y la progresiva educación de Jesús por parte de José y María. Como dice el Evangelio, «Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52).

El libro del Siracida, nos recordaba que «el Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole» (Si 3,2). Jesús tiene doce años y manifiesta la buena educación recibida en el hogar de Nazaret. La sabiduría que muestra evidencia, sin duda, la acción del Espíritu Santo, pero también el innegable buen saber educador de José y María. La zozobra de María y José pone de manifiesto su solicitud educadora y su compañía amorosa hacia Jesús.

No es necesario hacer grandes razonamientos para ver que hoy, más que nunca, es necesario que la familia asuma con fuerza la misión educadora que Dios le ha confiado. Educar es introducir en la realidad, y sólo lo puede hacer aquél que la vive con sentido. Los padres y madres cristianos han de educar desde Cristo, fuente de sentido y de sabiduría.

Difícilmente se puede poner remedio a los déficits de educación del hogar. Todo aquello que no se aprende en casa tampoco se aprende fuera, si no es con gran dificultad. Jesús vivía y aprendía con naturalidad en el hogar de Nazaret las virtudes que José y María ejercían constantemente: espíritu de servicio a Dios y a los hombres, piedad, amor al trabajo bien hecho, solicitud de unos por los otros, delicadeza, respeto, horror al pecado... Los niños, para crecer como cristianos, necesitan testimonios y, si éstos son los padres, esos niños serán afortunados.

Es necesario que todos vayamos hoy a buscar la sabiduría de Cristo para llevarla a nuestras familias. Un antiguo escritor, Orígenes, comentando el Evangelio de hoy, decía que es necesario que aquel que busca a Cristo, lo busque no de manera negligente y con dejadez, como lo hacen algunos que no llegan a encontrarlo. Hay que buscarlo con “inquietud”, con un gran afán, como lo buscaban José y María.

La Sagrada Familia: sacramento de vida y escuela del amor

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy celebramos una de las fiestas más importantes del año: el día de la Sagrada Familia, modelo de confianza en Dios, de disponibilidad y de fidelidad a su plan de salvación, para pasarlo a limpio con el ejemplo de nuestras vidas, imitando sus virtudes y su unión en el amor.

Un año más, quisiera destacar, por encima de todo, la belleza, la ternura y la bondad que nos presenta la familia de Nazaret: el hogar donde experimentamos el primer amor, donde aprendemos a amar y donde descubrimos la mirada profunda de Dios.

Todos pertenecemos a una familia, a un núcleo fundamental que nos configura, nos mejora y nos regala un rostro, una meta, un nombre. Desde este horizonte de manos llenas, a medida que vamos ahondando en este misterio, descubrimos que cuidar la familia es cuidar a las personas y a la sociedad. ¿Cómo? A la luz de la Sagrada Familia: un sacramento de vida  que, cuidadosamente, nos enseña a coser las grietas con ternura, a acoger las fragilidades, a acompañar las soledades de dentro, a comprender el dolor y a acoger el río de la misericordia de Dios que nunca acaba.

«Estamos llamados a acompañar, a escuchar, a bendecir el camino de las familias; no solo a trazar la dirección, sino a hacer el camino con ellas», exhortaba el Papa Francisco, al inicio del Año de la Familia. Una llamada que nos anima a «entrar en los hogares con discreción y con amor, para decir a los esposos: la Iglesia está con vosotros, el Señor está cerca de vosotros y queremos ayudaros a conservar el don que habéis recibido».

Ciertamente, si la vida cristiana es la respuesta al amor de Dios, la propia familia es el mejor curso prematrimonial, es la escuela de generosidad donde aprendemos a amar, a imagen y semejanza de la familia de Nazaret. Al modo de Jesús, quien hecho hombre, tuvo la necesidad de una familia: allí donde vivió la mayor parte de su existencia sin otro propósito que la vida cotidiana. Él, el Hijo de Dios, se hizo hombre consagrando la familia como el lugar adecuado para nacer e ir creciendo en sabiduría, estatura y gracia.

Y qué importante es cuidar nuestro amor cotidiano, apretar con todas nuestras fuerzas los lazos familiares y vivir en comunión, sostenidos en el amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los vínculos de carne y de sangre, cuando están íntimamente alimentados por el inabarcable amor de Dios, dan estabilidad a la comunidad humana. Y cuando nos asolen las dudas, los miedos y las preocupaciones, solo tenemos que recordar la mirada del Niño Jesús, de la Virgen María y de san José para contemplar cómo el reflejo de sus vidas marca la senda hacia el corazón de la Belleza. En sus miradas ha de esconderse nuestro amor, algunas veces roto, otras habitado por entero, pero siempre confiado en su compasivo y delicado deseo de amarnos.

También la Iglesia es una gran familia y, por esta razón, tenemos que echar mano de la misericordia y del perdón para limar las aristas, las faltas y las ofensas. Hemos de hacerlo con caridad y con alegría, desde la acción y la contemplación, en fraternidad y en cada sendero donde habita la Palabra de Dios.

La Iglesia, tal y como reza la exhortación apostólica Familiaris consortio, del Papa san Juan Pablo II, «consciente de que el matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad, quiere hacer sentir su voz y ofrecer su ayuda a todo aquel que, conociendo ya el valor del matrimonio y de la familia, trata de vivirlo fielmente».

La familia es un tesoro precioso, es la escuela del Evangelio. Pero solo lo es cuando está sin descanso con las personas que conocen de cerca el dolor, cuando abandona todas sus comodidades para auxiliar al herido, cuando ama con el que ama y cuando sufre con el que sufre. Solo así, en esta misión de amor gratuito, siguiendo el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret, podremos entender una vida de familia en el Señor (Col 3, 12-21) donde, como elegidos de Dios, siendo santos y amados, podamos –siguiendo la mirada de san Pablo– revestirnos de «compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia» para poder cantar, eternamente y con Jesús, María y José, la alegría perpetua del amor.

Con gran afecto pido a Dios que os bendiga y os deseo una feliz fiesta de la Sagrada Familia.

Parroquia Sagrada Familia