Evangelio del domingo, 4 de septiembre de 2022

Comienza hoy el evangelio diciendo que una gran muchedumbre seguía a Jesús. Muchos ciertamente le seguían de buena fe, con deseos de escuchar su palabra y ponerla por obra. Otros muchos lo harían por curiosidad. Y no faltaban quienes le seguían de mala fe. Hoy nos habla Jesús con palabras fuertes, casi hirientes, para enseñarnos algo fundamental a los que queremos ser discípulos suyos.

Nos dice Jesús que ser cristiano no consiste sólo en guardar los mandamientos, ya que eso lo deben hacer los de todas las religiones, ni consiste en ser “buenos”, que lo deben ser todos, sino en ser personas diferentes porque nuestro centro de vida debe ser seguir a Jesucristo, por encima de todos los compromisos familiares y de todos los intereses personales. De hecho cuando se bautiza a una persona, se suele exigir muy poco. Si es niño, se pide alguna charla a los padres y un compromiso para que le eduquen según las leyes de la Iglesia. Si es mayor, poco más.

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El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío

Hoy, Jesús nos indica el lugar que debe ocupar el prójimo en nuestra jerarquía del amor y nos habla del seguimiento a su persona que debe caracterizar la vida cristiana, un itinerario que pasa por diversas etapas en el que acompañamos a Jesucristo con nuestra cruz: «Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío» (Lc 14,27).

¿Entra Jesús en conflicto con la Ley de Dios, que nos ordena honrar a nuestros padres y amar al prójimo, cuando dice: «Si alguno viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26)? Naturalmente que no. Jesucristo dijo que Él no vino a derogar la Ley sino a llevarla a su plenitud; por eso Él da la interpretación justa. Al exigir un amor incondicional, propio de Dios, declara que Él es Dios, que debemos amarle sobre todas las cosas y que todo debemos ordenarlo en su amor. En el amor a Dios, que nos lleva a entregarnos confiadamente a Jesucristo, amaremos al prójimo con un amor sincero y justo. Dice san Agustín: «He aquí que te arrastra el afán por la verdad de Dios y de percibir su voluntad en las santas Escrituras».

La vida cristiana es un viaje continuo con Jesús. Hoy día, muchos se apuntan, teóricamente, a ser cristianos, pero de hecho no viajan con Jesús: se quedan en el punto de partida y no empiezan el camino, o abandonan pronto, o hacen otro viaje con otros compañeros. El equipaje para andar en esta vida con Jesús es la cruz, cada cual con la suya; pero, junto con la cuota de dolor que nos toca a los seguidores de Cristo, se incluye también el consuelo con el que Dios conforta a sus testigos en cualquier clase de prueba. Dios es nuestra esperanza y en Él está la fuente de vida.

San Agustín y la búsqueda de la Verdad

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, festividad de san Agustín de Hipona, recordamos a este doctor de la Iglesia y patrono de los que buscan, de manera incasable, la Verdad.

«Como el amor crece dentro de ti, la belleza crece, porque el amor es la belleza del alma». Esta frase del orador, filósofo y teólogo nacido en el norte de África, considerado uno de los Padres de la Iglesia más importantes en el cristianismo, aúna todo lo que Dios, al encontrarse con él, dejó escrito en lo profundo de su mirada: amor, belleza, verdad y bien.

Sin embargo, toda su vida no fue un canto a la fe. Su carácter inquieto le mantuvo lejos de la religión cristiana durante muchos años. Pero su madre, Mónica, rezaba día y noche por la conversión de su esposo y de su hijo. Después de varios años, Agustín, que había llegado a la península Itálica en busca de nuevas escuelas filosóficas, al escuchar un sermón de San Ambrosio de Milán y la salmodia cantada en el templo sintió que su coraza interior se derrumbaba y amanecía una luz y un amor nuevos para él totalmente desconocidos. Abandonó sus malos vicios y costumbres y, en el Domingo de Resurrección de ese mismo año, decidió bautizarse y aceptar la fe cristiana.

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Evangelio del domingo, 28 de agosto de 2022

Jesús estaba invitado a comer un sábado, día de fiesta, en casa de un fariseo rico. En varias ocasiones nos narran los evangelios situaciones parecidas. Ello debía ser porque, aunque algunas veces nos cuentan palabras terribles de Jesús contra ellos, normalmente les trataría con mucha bondad y cortesía. Ellos sabían que su charla era amena y provechosa y se sentían halagados invitándole, por ser Jesús muy famoso.

Jesús aceptaba porque era la ocasión para dar a los fariseos y a sus discípulos alguna enseñanza interesante. Hoy da dos consejos: uno para los invitados y otro para quien invita. El primero nos cuenta el evangelio que se debió porque Jesús se dio cuenta de lo que pasaba entre los invitados: todos querían estar entre los puestos principales. Es una actitud mundana: querer ser más que los demás y eso se manifestaba en el puesto a ocupar. Hoy normalmente en los banquetes de cierta categoría todos los puestos están ya señalados según cierto protocolo; pero esa actitud de vida vale para otros muchos momentos. Hasta en las cosas religiosas o los que creemos que vivimos como discípulos de Cristo, tenemos una gran tentación de comportarnos como los fariseos o los mundanos al actuar casi “pisando” a los demás.

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Los invitados elegían los primeros puestos

Hoy, Jesús nos da una lección magistral: no busquéis el primer lugar: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto» (Lc 14,8). Jesucristo sabe que nos gusta ponernos en el primer lugar: en los actos públicos, en las tertulias, en casa, en la mesa... Él conoce nuestra tendencia a sobrevalorarnos por vanidad, o todavía peor, por orgullo mal disimulado. ¡Estemos prevenidos con los honores!, ya que «el corazón queda encadenado allí donde encuentra posibilidad de fruición» (San León Magno).

¿Quién nos ha dicho, en efecto, que no hay colegas con más méritos o con más categoría personal? No se trata, pues, del hecho esporádico, sino de la actitud asumida de tenernos por más listos, los más importantes, los más cargados de méritos, los que tenemos más razón; pretensión que supone una visión estrecha sobre nosotros mismos y sobre lo que nos rodea. De hecho, Jesús nos invita a la práctica de la humildad perfecta, que consiste en no juzgarnos ni juzgar a los demás, y a tomar conciencia de nuestra insignificancia individual en el concierto global del cosmos y de la vida.

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Parroquia Sagrada Familia