Era de noche, y, en la cocina de una casa, se armó un gran revuelo. Los alimentos discutían acerca de quién era el más importante.
Cada uno enunciaba sus cualidades, pero no se pusieron de acuerdo. Entonces, decidieron elaborar un plan: de a uno por comida, se iban a esconder y verían, de esa forma, cuál de ellos era el más importante, según lo que dijeran los habitantes de la casa. Así, fue que, por turno, empezó a faltar algo en la cocina: un día, las patatas, otro día, la calabaza, y otro día, fueron los tomates...
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Con la celebración de la fiesta de Pentecostés finaliza el tiempo pascual. Pentecostés, que significa “quincuagésimo”, designa el punto de llegada a los cincuenta días de la Pascua, centro y núcleo del año litúrgico. Pentecostés es punto de llegada, pero a la vez punto de partida; es clausura de un acontecimiento, y a la vez apertura e inicio de un tiempo nuevo, el tiempo de la de la Iglesia. En Pentecostés, podríamos decir, comienza nuestra historia como Iglesia. A los discípulos, refugiados en el cenáculo por el miedo, se les convierte en testigos dándoles el don del Espíritu Santo y con Él los dones de la paz, de la alegría, de la comunión, del perdón, del envío a la misión de la Iglesia. Por ello es tan importante para nosotros celebrar esta fiesta en su verdadero sentido.
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Esta palabra de Pentecostés quiere decir: cincuenta días. Era una de las tres principales fiestas de los judíos. A los cincuenta días de la Pascua celebraban en cuanto a lo material el hecho de que la cosecha estaba ya crecida, por lo que daban gracias a Dios, y en cuanto a la historia celebraban el recuerdo de la llegada de los israelitas al monte Sinaí y la entrega de las tablas de la Ley a Moisés entre truenos y relámpagos. Con ese motivo tocaban fuertemente las trompetas del templo.
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Estamos en Betania pero no en casa de los amigos de Jesús sino al aire libre. El Resucitado ha venido con sus discípulos. Será la última vez que estará con ellos de forma visible. A partir de hoy no les dejará huérfanos pero ya no le verán con los ojos de la cara. Antes de despedirse les confirma en lo que ya les ha dicho en otros momentos: desde ahora serán ellos los que saquen adelante el anuncio del evangelio, la conversión de los hombres en discípulos suyos y la preparación del advenimiento del Reino. “Seréis testigos de esto”, les dice. “Esto” no es un reino político y humano, como piensan todavía. “Esto” es que Él es el Mesías que ha muerto y ha resucitado y ha hecho posible que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Su testimonio no se fundamentará en especulaciones, en ideas u opiniones personales sino en acontecimientos históricos y en las instrucciones que él les ha dado.
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