Un hecho real
Hace algún tiempo, tuvimos la oportunidad de hablar largamente con un sacerdote que había pasado unas semanas en El Impenetrable, en el norte de la Argentina, y regresó de su viaje cargado de experiencias nuevas.
Mientras nos mostraba unas fotos, nos contó algo que vivió en una de sus visitas. Su relato, verdaderamente, nos impresionó mucho. Resulta que él, Pedro, tenía un amigo, también sacerdote, que vivía en medio de la selva ayudando a los nativos en todo lo que estuviera al alcance de sus posibilidades.
No se dedicaba sólo a anunciar a Jesús en la misa o en la catequesis, sino que, también, les hacía descubrir a Jesús en el amor que él mismo sentía por ellos; un amor muy profundo y marcado por la entrega total, que le llevó a compartir plenamente sus condiciones de vida y costumbres.
Uno de esos días que estaban pasando juntos, ese sacerdote misionero invitó a Pedro a recorrer los ranchos para saludar a los pobladores. En uno de ellos, los invitaron a comer. El rancho no era otra cosa que un techo de paja y algunos palos que lo sostenían. No tenía paredes y las camas estaban al aire libre, como en todos los ranchos de la zona.
El padre de familia había cazado un pequeño animal, y la madre lo había cocinado. En la mesa, solo había dos platos, a pesar de que había varios chicos jugando y dando vueltas alrededor.
Inmediatamente comprendieron que esos platos eran para ellos, para los invitados de honor, para los sacerdotes que estaban de visita.
La señora sirvió la comida. La familia se sentó alrededor de la mesa y hablaban, mientras solo los sacerdotes comían. Pedro sabía que tenía que comer aunque no estaba cómodo en esa situación, pero le habían dicho que si no aceptaba lo que le ofrecían lo podían considerar como un desprecio.
Saber esto no le impedía sentir un nudo en medio del estómago. Su amigo también le había enseñado que debía raspar la grasita de los huesos para demostrar que le gustó la comida. Así lo hizo, y su asombro fue enorme cuando vio que la señora tomaba los huesitos que él había dejado y se los daba a sus hijos para que los chuparan.
Fue uno de los peores momentos de la vida de Pedro. No podía creer que los chicos comieran de las sobras que ellos dejaban.
Después de despedirse y de agradecer, emprendieron el regreso. Durante el trayecto le comentó a su amigo cómo se sentía. El misionero le sugirió que tomara las cosas de otra manera: ellos eran los invitados y esa familia los había homenajeado brindándoles lo mejor que tenían. Lo poco, lo único fue para ellos.
¿No es un ejemplo para los que tenemos mucho más que ellos, pero no somos capaces de compartirlo?
¿Comprendes gestos y signos de otra cultura aunque sean extraños y ajenos a tu forma de pensar?
¿Eres generoso? ¿En qué medida? ¿Con qué?. Hoy celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nosotros no creemos en tres dioses, creemos en un solo Dios que se manifiesta a través de sus obras y palabras, un Dios que es familia, es amor y es comunidad. Mucho más no podemos explicar ni saber acerca de Dios. Lo que podemos hacer es sumergirnos en su gran amor y vivir a imagen de él, es decir, amando y dejando de lado el individualismo que nada tiene que ver con lo que Jesús nos enseñó.