Pentecostés: enviados por el Espíritu
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Con la celebración de la fiesta de Pentecostés finaliza el tiempo pascual. Pentecostés, que significa “quincuagésimo”, designa el punto de llegada a los cincuenta días de la Pascua, centro y núcleo del año litúrgico. Pentecostés es punto de llegada, pero a la vez punto de partida; es clausura de un acontecimiento, y a la vez apertura e inicio de un tiempo nuevo, el tiempo de la de la Iglesia. En Pentecostés, podríamos decir, comienza nuestra historia como Iglesia. A los discípulos, refugiados en el cenáculo por el miedo, se les convierte en testigos dándoles el don del Espíritu Santo y con Él los dones de la paz, de la alegría, de la comunión, del perdón, del envío a la misión de la Iglesia. Por ello es tan importante para nosotros celebrar esta fiesta en su verdadero sentido.
En Pentecostés hacemos memoria del protagonismo y de la acción del Espíritu Santo en la resurrección de Jesús y en la vida de la Iglesia. El Espíritu estaba ya presente en el acto de la creación, descendió sobre la Virgen María para que tuviera lugar la encarnación, ungió a Jesús en su bautismo y le glorificó en su resurrección.
Ese mismo Espíritu acompañó y alentó los primeros pasos de la Iglesia. Empujó a los discípulos a salir del cenáculo como misioneros, para que fueran al encuentro de la humanidad, atravesada por fracturas, divisiones y enfrentamientos, en toda su diversidad de lenguas, de razas y de culturas. La Iglesia inició aquel día -en Pentecostésuna misión de alcance universal: anunciar el Evangelio que restaura a las personas y reconcilia a los grupos humanos. Para esa misión el Espíritu regala a los bautizados sus dones y carismas. También hoy, entre nosotros. Nuestro Papa, Francisco, nos transmite con fuerza esta realidad:
Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo Resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos. Jesús dice a los discípulos: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16)... Es el Espíritu Santo, el que da el valor para recorrer los caminos del mundo, el que nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo... El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia... El mundo tiene necesidad de hombres y mujeres no cerrados, sino llenos de Espíritu Santo”.
Es lógico por ello que la Iglesia dedique esta fiesta al apostolado de los laicos, más concretamente al apostolado asociado, de modo especial a la Acción Católica. Nosotros, como Iglesia, celebramos Pentecostés porque aquel acontecimiento sigue siendo actual para nosotros hoy; y lo hacen especialmente visible quienes asumen un compromiso y una responsabilidad concreta en la misión de nuestra Iglesia, no sólo de modo individual sino asociado, en comunión con otros, trabajando unidos para poder servir mejor a todos.
Como obispo de esta Iglesia diocesana debo reconocer y agradecer el trabajo, la constancia y la generosidad de todos los grupos, movimientos y asociaciones que he ido conociendo de cerca; constituyen una riqueza irrenunciable de nuestra Iglesia, pues le dan solidez, estabilidad y apertura. Su testimonio EL SEÑOR comunitario, su ilusión compartida, sus proyectos renovados, su discernimiento de los signos de los tiempos, muestran que la vida cristiana y eclesial es más que el cumplimiento de prácticas devocionales o la recepción de los sacramentos; su acción misionera envuelve y penetra la existencia entera para sintonizar con las necesidades y desafíos de nuestro mundo, con los gozos y las angustias de nuestros contemporáneos.
Porque valoro lo que sois para la Iglesia quienes vivís vuestra fe y el anuncio del Evangelio de modo asociado, en esta fiesta de Pentecostés siento también el gozo y la responsabilidad de invitar a todos los católicos de nuestra diócesis a seguir vuestro testimonio, a escuchar la voz del Espíritu en su corazón.
A todos, como cristianos bautizados, discípulos de Jesús, el Espíritu os ha regalado, sin duda, más dones y carismas de lo que pensáis. ¿Por qué no los compartís con otros en alguna de las asociaciones existentes? Algunas son de larga tradición, otras más recientes, y sin duda podrán surgir otras nuevas. ¡No apaguéis el fuego del Espíritu! Desearía que los sacerdotes promovieran con interés esta tarea. ¡Qué hermoso sería para nuestra diócesis que los laicos se asociaran en mayor número para vivir más eficazmente el anuncio de Jesucristo! ¡Cuánto la enriquecería una Acción Católica que pudiera representar el apostolado asociado de todas nuestras parroquias!
Dejemos que nos siga dirigiendo y alentando el Espíritu que hizo salir a los discípulos del cenáculo para contagiar la alegría del Evangelio a quienes encontraban en su camino. Y en la espera del cercano Pentecostés unamos nuestra súplica a la de toda la Iglesia: ¡Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra!