El ministerio público de Jesús está tan avanzado que dentro de unos meses sus enemigos le darán muerte. La parábola del buen Samaritano que recoge el evangelio de hoy será uno de los motivos principales para acelerarla. Se le ha acercado un doctor de la Ley a preguntarle: “¿Qué tengo que hacer para ir al Cielo?”. Él le devuelve la pregunta: ¿Qué enseña la Ley de Moisés”. El doctor responde correctamente: “Amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo”. Jesús aprueba la contestación, pero el doctor insiste: “Bien, pero ¿quién es mi prójimo?” Jesús da un rodeo y le cuenta una parábola. Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y fue asaltado por unos ladrones, que le robaron y le apalearon de tal suerte, que le dejaron medio muerto. Poco después pasaron por allí un sacerdote, un levita y un samaritano. Los dos primeros miraron para otro lado y siguieron su camino. El samaritano no. Al verlo, bajó de su caballería, le hizo una cura de urgencia, le llevó a una posada y dijo al posadero: cuida de él y, cuando vuelva, ya haremos cuentas”. El malherido era “un hombre”. Jesús no dice si era judío, samaritano o pagano. El que le auxilió no fueron quienes tenían la obligación de ser ejemplares ante los demás sino un samaritano.
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En otros lugares del evangelio encontramos que Jesús manda a predicar a los doce apóstoles. Hoy envía a 72. Estos eran como seglares seguidores de Jesús. Ello nos quiere decir que para ser misionero no es necesario ni ser aspirante a sacerdote, sino que todos, por el hecho de estar bautizados, debemos sentir la llamada de Jesús para predicar el Reino de Dios. No es que todos tengan que marchar a otro país, como a veces lo hacen algunas familias enteras; sino que siempre debemos estar dispuestos a manifestar nuestra fe y la alegría de ser cristianos más allá de nuestro ambiente. Este hecho de mandar a 72 es un significado de que la misión de Cristo debe ser universal. En aquel tiempo 72 era el número que se creía eran las naciones todas de la tierra.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Durante esta primera quincena de julio los burgaleses podremos disfrutar, entre otras muchas ofertas formativas, de dos muy relacionadas con nuestra Iglesia diocesana desde hace bastantes años. Durante los días 4 al 7 celebraremos la 69 Semana Española de Misionología, dedicada a Misión y diálogo interreligioso. Y los días 11 al 14, dentro de los múltiples Cursos de Verano organizados por la Universidad de Burgos, nuestra Facultad de Teología patrocina uno sobre Libertad religiosa en un mundo globalizado. Qué duda cabe que os invito a participar en ambos encuentros a todos los que podáis y tengáis interés en estos temas. Sin duda, son realidades que ya forman parte de nuestra vida cotidiana.
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Paragcort no es el nombre de un remedio, aunque suene como tal, sino el de un pueblo; y fue inspirado por un curioso objeto inventado por sus fundadores. Cada habitante de Paragcort sale a la calle metido dentro de un paraguas con cortina. Pueden verse de todas las clases. Osados transparentes, de los que no temen ser vistos; opacos, con agujeros pequeños a la altura de los ojos para ver para afuera y no caer en un pozo, usados por los más tímidos o por los que por algún motivo desean ocultarse.
Los adultos usan paraguas son sobrios, de un solo color, como mucho tienen dos. Azul y celeste, marrón y amarillo... Nunca rojo y verde o violeta y amarillo. Los funcionarios los usan negros. Los niños, multicolores o con dibujos de animales o algún super héroe. Los de los médicos y maestros son blancos. También los Paragcort de los cocineros... cosa que genera más de un problema cuando al médico se le pregunta la receta del flan de chocolate o se le pide al cocinero que coloque una vacuna. No importa si brilla el sol o hace mucho calor. Nadie sale sin su paraguas con cortina. Viven felices y creen haber resuelto muchos problemas. Es cierto que algunas cosas se complican; darle la mano a un niño para cruzar la calle, o llevar a un bebé en brazos... pero es cuestión de práctica. Las ventajas valen la pena; ya no se ven peleas, nadie reconoce a su vecino molesto, o al jefe mandón, o al amigo que engaña. Tampoco es posible saber si el otro está alegre o triste, si le duele la muela o la tripa o si está tomando una gaseosa o sacándose un moco.
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