Paragcort

Paragcort no es el nombre de un reme­dio, aunque suene como tal, sino el de un pueblo; y fue inspirado por un curio­so objeto inventado por sus fundadores. Cada habitante de Pa­ragcort sale a la calle metido dentro de un paraguas con cortina. Pueden verse de to­das las clases. Osados transparentes, de los que no temen ser vis­tos; opacos, con aguje­ros pequeños a la altu­ra de los ojos para ver para afuera y no caer en un pozo, usados por los más tímidos o por los que por algún motivo desean ocultarse.

Los adultos usan paraguas son sobrios, de un solo color, como mucho tienen dos. Azul y celeste, marrón y amarillo... Nunca rojo y verde o violeta y amari­llo. Los funcionarios los usan negros. Los niños, multicolores o con dibujos de animales o algún super héroe. Los de los médicos y maestros son blancos. También los Paragcort de los cocine­ros... cosa que genera más de un proble­ma cuando al médico se le pregunta la receta del flan de chocolate o se le pide al cocinero que coloque una vacuna. No importa si brilla el sol o hace mucho ca­lor. Nadie sale sin su paraguas con corti­na. Viven felices y creen haber resuelto muchos problemas. Es cierto que algu­nas cosas se complican; darle la mano a un niño para cruzar la calle, o llevar a un bebé en brazos... pero es cuestión de práctica. Las ventajas valen la pena; ya no se ven peleas, na­die reconoce a su ve­cino molesto, o al jefe mandón, o al amigo que engaña. Tampoco es posible saber si el otro está alegre o tris­te, si le duele la mue­la o la tripa o si está tomando una gaseosa o sacándose un moco.

Con el Paragcort, ca­da uno puede hacer lo que quiera sin ser juzgado. No hay que ceder el asiento en el colectivo, porque no hay cómo com­probar si debajo del paraguas hay una mujer embarazada o un anciano. En Pa­ragcort, se sienten libres, nadie mira ni controla.

Pueden consumir alimentos en el cine aunque no los hayan comprado ahí y salir vestidos de cualquier forma, sin preocuparse por el qué dirán.

Para los pobladores, todo va bien, y les parece que el Paragcort es el mejor in­vento del mundo. Se utiliza en la escue­la, en los lugares públicos y en los salo­nes de fiesta. La maestra no sabe si en el aula están los niños que corresponden u otros intercambiados debajo del Para­gcort... ¡quizás, no hubiera nadie! Pero por otro lado, se terminaron las burlas, el bulling, nadie habla con el otro en clase y en el recreo no se golpean, porque no pueden correr ni jugar a la pelota.

Las maestras, están felices, o eso creen, porque no se ven la cara, y en la sala de maestros, no se puede hablar mal de alguien porque no se sabe si la que está corrigiendo una pila de cuadernos es la de cuarto o la de quinto.

Hasta que un día, se sintió en Parag­cort, un gran ruido, todo se estremeció, se sacudió... se escuchó una voz, y una fuerte luz lo invadió todo.

Marta se despertó de golpe.

—Levántate que tienes que ir a la es­cuela, hoy te toca estar en la puerta cuando entran los niños— le decía su madre mientras la acariciaba para des­pertarla.
Marta era la joven maestra de tercer grado, un curso con muchas dificulta­des. Se había dormido preocupada por sus chicos y chicas, pensando en la so­lución a los problemas de relación que tenían. Es evidente que estar aislado y que la paz venga de no relacionase con el otro, es una solución solo en sueños. ­

¿Podemos ser libres sin relacionar­nos con los demás? ¿Qué es la libertad? ¿Cuándo somos libres?

Jesús desea que la paz descienda sobre nosotros. La paz la edifi­camos entre todos, día a día. Si recibimos a Jesús en el corazón podremos trabajar por la paz con más fuerzas y ser verdaderamente libres.

Parroquia Sagrada Familia