Por un trabajo decente

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

Ayer sábado se celebraba la Jornada Mundial por el Trabajo Decente. Si se nos habla de la urgencia de reivindicar un «trabajo decente» es porque para muchos hermanos nuestros la realidad del trabajo se presenta verdaderamente como «indecente» por lo que supone, en muchos casos, de precarización, negación de derechos, explotación, injusticia, economía sumergida, siniestralidad laboral... Al celebrar esta Jornada, todos estamos llamados, y así os lo propongo, a tomar conciencia de esta realidad y a no quedarnos indiferentes, porque nada humano nos debe ser ajeno, y porque «no hay peor pobreza material, como nos dice el Papa, que la que no permite ganarse el pan y priva a las personas de la posibilidad del trabajo y de que éste sea digno».

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Evangelio del Domingo, 1 de octubre de 2017

Pocas palabras han sido más manipuladas y tergiversadas como las que aparecen en el Evangelio de este domingo: "Las prostitutas y los publicanos os prece­derán en el Reino de los Cielos". El fraude a lo dicho por Jesús es tan grande, que hasta se ha llegado a decir que Él alaba a quienes venden su cuerpo o son corruptos y ladro­nes, y condena a los bienpensantes y prac­ticantes. Jesús dice otra cosa. Él tiene delan­te a un grupo de escribas y fariseos, fieles observantes de la Ley, que, cuando ha llega­do él, que es "el fin de la Ley", le han recha­zado y le condenarán a muerte. En cambio, las prostitutas y los publicanos, que no ob­servaban ni practicaban la Ley, se arrepin­tieron con la predicación del Bautista. Por eso, les preceden en el Reino de Dios, que es Él mismo. Y se lo ilustró con una parábo­la breve y sencilla.

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50 años de nuestra Facultad de Teología

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

Este próximo martes nuestra Facultad de Teología celebra la inauguración de curso. En esta ocasión la celebración adquiere un relieve especial porque tiene lugar en el marco del 50 aniversario de su fundación. Por eso, como arzobispo de Burgos y a la vez Gran Canciller de la Facultad, deseo y es una satisfacción para mí dedicar a este tema mi reflexión semanal. De este modo quiero haceros a todos partícipes de esta conmemoración de la Facultad y del Instituto de Ciencias Religiosas, que considero un regalo de Dios para nuestra diócesis y para nuestra ciudad.
Un aniversario como este es un acto de recuerdo, de gratitud y de reconocimiento, por el servicio que la Facultad ha prestado de modo directo a la diócesis, y que también se ha extendido más allá de nuestras fronteras. Quienes, como yo, venimos de fuera estamos en condiciones de valorar y apreciar la calidad y la eficacia de este servicio; algo que, como sucede a veces, no siempre es percibido por los que están más cerca.

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Hacer y decir

En la escuela se estaba organizando una fiesta. Con los fondos que se recaudarían comprarían libros, arreglarían ordenadores, pintarían la escuela.... Los estudiantes de sexto B se ofrecieron para organizar la difusión. Los de sexto A, estaban ocupados organizando el viaje de graduados. Muchos de ellos no podían pagárselo y por eso, llevaban tartas a la escuela y las vendían durante el recreo, para juntar dinero. También cortaban la hierba en la casa de los abuelos y ponían en común el dinero que ganaban. Juntaban cada monedita que podían en una hucha. Parecía poco, pero cuando la abrieron, tenían como para un billete de viaje. Tuvieron que buscar un lugar más cercano y más barato, para que pudieran participar todos los compañeros. Los padres los alentaban y algunos abuelos y abuelas también, pero la mayoría trabajaba y no tenían tiempo de andar yendo de un lado a otro averiguando precios, así que los chicos se encargaban de averiguar y luego, entre todos, resolvían qué hacer. Los chicos del B vivían otra realidad. Los padres se pusieron de acuerdo y eligieron el lugar rápidamente; la mayoría podía pagar y no se preocuparon si alguno no podía ir por cuestiones económicas. No porque fueran malos, sino porque nadie lo planteó y nadie preguntó.

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Una injusticia

Por las tarde, después de comer, Francisco se encontraba en la plaza con un amigo para jugar a la pelota. Muchas veces se enfadaba con su mamá porque lo iba a buscar y se lo llevaba para hacer la tarea. Disfrutaba el verano, cuando las horas de la plaza parecían interminables. Luego empezaban las clases y la diversión se reducía. ¡Qué bien que jugaba al fútbol Marquitos! Y claro, estaba practicando el día entero. “No es justo”, decía Francisco a sus padres. “Él tiene más tiempo para jugar, puede entrenar más, por eso juega mejor”. Pese a sus protestas, los padres aseguraban que tenía que ir a la escuela y luego, dedicarle un tiempo a la tarea. Por supuesto que era bueno que jugara en la plaza, pero también era bueno leer y resolver problemas. Marcos y Francisco crecieron y cada vez se veían menos. Hasta que un día, Marcos no encontró a Francisco en la plaza. “Vinieron unos señores de un club y se lo llevaron a la capital para que jugara en un club”, le dijeron los otros chicos.

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Parroquia Sagrada Familia