La dignidad de la mujer
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
El próximo jueves, 8 de marzo, se celebra el Día Internacional de la Mujer que conmemora, como cada año, la presencia y la misión de la mujer en el mundo, en nuestra sociedad. Con ese motivo, a lo largo de la semana, nos encontraremos con noticias, reflexiones y actos que tratarán de visibilizar, sensibilizar y reivindicar diversos aspectos acerca de la realidad de la mujer. Una vez más comprobaremos situaciones sangrantes de su discriminación referidas a la igualdad en el trabajo, en el ejercicio de los derechos, en el salario, en la combinación de su específica realidad de mujer y madre, en la presencia pública, en los ámbitos de decisión... Algo que también nos recuerda la Evangelii Gaudium cuando dice que «las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente» (nº 104).
Ciertamente que en el curso de estos últimos decenios, junto a otras transformaciones culturales y sociales, también la identidad y el papel de la mujer, en la familia, en la sociedad y en la Iglesia, ha conocido notables cambios y, en general, la participación y la responsabilidad de las mujeres ha ido creciendo. Nuestra sociedad ha avanzado en este campo; ahí las mujeres habéis tenido un protagonismo muy especial; y hay que agradecer justamente toda esta labor por remover los obstáculos injustos que impiden la plena inserción en igualdad de las mujeres en la vida social, política y económica. No obstante, urge seguir tomando mayor conciencia en la defensa de la dignidad de la mujer.
Hace ahora treinta años, el papa Juan Pablo II escribía un documento, que os invito a releer. Llevaba por título precisamente: «La dignidad de la mujer». En él trataba de iluminar la realidad del momento y pretendía poner las bases para un acertado feminismo. En efecto, algunas corrientes de feminismo actual se han desarrollado en confrontación con respecto al varón y han tratado de minusvalorar el elemento diferenciador de la mujer que es la maternidad. San Juan Pablo II, en aquella Exhortación apostólica, presentaba tres características que subyacen en la antropología cristiana, que se enriquecen mutuamente y en las que es preciso reflexionar: la unidad, la igualdad y la diversidad-complementariedad entre varón y mujer.
Varón y mujer poseen la misma naturaleza humana, pero son dos formas de realización de lo humano que tiene su plenitud en la unidad de ambas. Además, la igualdad no es únicamente desde el ámbito de lo jurídico, sino en su mismo fin de autorrealizarse a través de la propia entrega generosa. La diversidad entre varón y mujer es también evidente y una riqueza para nuestra sociedad. Juan Pablo II invitó a enriquecer esta vida social, económica, política y eclesial con lo que él denominó el «genio femenino». Éste consiste en la aportación genuina que la mujer está llamada a ofrecer desde su propio ser y que tiene mucho que ver con la capacidad de conciliar razón y sentimiento a fin de edificar realidades vitales más ricas en humanidad.
Todavía tenemos mucho que hacer en el campo de la liberación de la mujer de toda forma de abuso y dominio. En el Evangelio nos encontramos con infinidad de pasajes en los que se nos presenta esta radical novedad. En ellos vemos cómo Jesús superó toda tentación de discriminación y supo abrir caminos de promoción y desarrollo desde la toma de conciencia de la dignidad de la mujer. En esta tarea, la actitud misma de Jesús es siempre luz en nuestra búsqueda, y modelo que podemos también ofrecer desde la Iglesia al mundo actual.
Quiero terminar con unas palabras que aparecen en la Exhortación citada y que recogen hoy también mis sentimientos: «La Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios; por las mujeres dedicadas a tantos seres humanos; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social... Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas por su amor eterno; tal como junto con los varones, peregrinan en esta tierra» (MD 31).