Hablar con el corazón en la verdad y en el amor

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«Después de haber reflexionado, en años anteriores, sobre los verbos “ir”, “ver” y “escuchar” como condiciones para una buena comunicación, en este Mensaje quisiera centrarme en “hablar con el corazón”». Con esta confesión, promesa siempre nueva de Jesús que nos recuerda que cada árbol se reconoce por su fruto (cf. Lc 6, 44), comienza la carta que el Papa Francisco ha escrito para la LVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que hoy celebramos.

El lema elegido por el Santo Padre –Hablar con el corazón, «en la verdad y en el amor»(Ef 4,15)– deja, a su paso, una enseñanza que se convierte en mandamiento, huella y sendero para todo aquel que desee comunicar con el lenguaje del alma: para hacer una comunicación humana y veraz es necesario purificar el corazón.

La comunicación es un pilar fundamental para la sociedad, para el mundo y, sobre todo, para la Iglesia. Cuando nos comunicamos, dejamos abierta una puerta de nuestra vida para que otro hermano pueda entrar. Y qué importante es, ahí, el modo que empleamos, el tono al que recurrimos o el cariz de cada una de nuestras palabras. Porque no solo es esencial lo que decimos, sino también cómo lo expresamos: la manera de hablar, de mirar, de cuidar y de ser cauce de escucha y misericordia para con el otro. Porque si la comunicación no nace del corazón, ¿qué amor estaremos testimoniando si no busca el interés por los demás (cf. Flp 2, 4)?

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Me van faltando las fuerzas, no me abandones

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Cuando aparece la enfermedad, particularmente si es grave o crónica, no es fácil resituar la vida para hacer frente a semejante desafío. Y afloran, muchas veces sin pretenderlo, las preguntas fundamentales de la vida: ¿cómo afecta esta situación a la vida cotidiana? ¿cómo influirá en mi familia, en las personas que me quieren, en mi trabajo, en mis relaciones sociales? ¿qué me deparará el futuro? Y aparecen así mismo, otras cuestiones de gran calado: ¿cuál es el significado de la enfermedad? ¿se puede encontrar algún sentido al sufrimiento? Y también se vive de alguna manera la experiencia de la fragilidad y finitud de la vida humana.

Para un cristiano, estas cuestiones nos hacen volver la mirada a Jesús. Ante todo, Él nos escucha y nos acompaña todos los días hasta el fin del mundo. A veces la relación no es fácil: el reproche, el enfado, el rechazo… Pero también caben la confianza, el descanso en su regazo, la esperanza cierta. Él es el Siervo sufriente por amor, siervo inocente que ha experimentado nuestros dolores, sufrimientos, angustias y soledades. Él nos comprende y se ofrece para ser nuestro descanso: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28). Con Él y en Él es posible comenzar a escrutar el sentido de la propia vida y también a percibir luces que empiecen a iluminar el sentido del sufrimiento.

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María, Madre y Reina de la familia

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hemos comenzado el mes de mayo, mes de María. Todas las prerrogativas que le concedió Dios apuntan hacia su vocación fundamental de ser Madre de Dios y, en su Hijo, ser también madre nuestra. Por eso en este domingo primero de mayo celebramos a todas las madres, a la nuestra propia que con tanto amor nos acogió en su seno, nos dio a luz y se ha entregado hasta el último aliento de vida para hacer de cada uno de nosotros una creación de amor y de esperanza.

Las madres, junto a los padres, constituyen el pilar fundamental de la familia. Por eso, me ha parecido oportuno instituir en la archidiócesis la Pascua de la familia, que se celebrará cada quinto domingo de Pascua. Así, lo que celebramos el domingo de la Sagrada Familia, inmediatamente después de Navidad, culmina en la Pascua, donde el Resucitado llena de luz y misericordia a cada una de nuestras familias. ¡Cuánto necesitamos de esta luz y vida pascual, particularmente aquellas familias probadas por el dolor, el desamor o cualquier tipo de sufrimiento!

Efectivamente, «La familia tiene carta de ciudadanía divina. Se la dio Dios para que, en su seno, crecieran cada vez más la verdad, el amor y la belleza». Bajo el amparo de estas preciosas palabras que el Papa Francisco dedicó a los asistentes al Encuentro Mundial de la Familia, celebrado en Filadelfia en 2015, quisiera vivir este día junto a cada uno de vosotros para celebrar esta primera Pascua de la Familia. Un don preciado, un tesoro incomparable, una ofrenda infinita nacida de la belleza de la Sagrada Familia de Nazaret.

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Sacerdotes con corazón de Buen Pastor

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

«Yo soy el Buen Pastor: conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por las ovejas» (Jn 10, 14-15).

Inmersos en este tiempo de Pascua, celebramos la misericordia del Señor con el Domingo del Buen Pastor: Aquel que se encarna hasta el extremo de entregarnos su propia vida.

El Cordero inmolado en la Cruz (cf. Ap 5, 6-12), con sus brazos abiertos y resucitados, se hace guía, pastor, defensor y refugio de sus ovejas por medio de nuevos pastores que Él elige para cuidar su rebaño. El «Pastor de los pastores» (1 Pe 5, 4) conoce personalmente a todas sus ovejas, las llama por su nombre, las resguarda de los peligros de la noche, las preserva de la muerte y cada mañana, al despertar, las está esperando para guiarlas durante la jornada.

Porque el pastor «no puede contentarse con saber los nombres y las fechas, su conocimiento debe ser siempre también un conocimiento de las ovejas con el corazón», afirmó en 2006 el Papa Benedicto XVI durante la ordenación de quince diáconos de la diócesis de Roma. El sacerdote, mediante el sacramento del Orden, «es insertado totalmente en Cristo para que, partiendo de Él y actuando con vistas a Él, realice en comunión con Él el servicio del único Pastor, Jesús, en el que Dios como hombre quiere ser nuestro Pastor».

Jesucristo es el único Sacerdote. Y solo se puede ser pastor de su rebaño por medio de Él y en la más íntima comunión con Él. La voz fiel del Padre desea recordarnos que llevó nuestras heridas en su cuerpo sobre el madero, uno a uno, sin excepción alguna, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia, pues por sus heridas hemos sido curados: «porque erais como ovejas extraviadas; mas ahora os habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas» (1 Pe. 2, 24-25).

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La Pascua del trabajo

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, III Domingo de Pascua, cuando celebramos la Pascua del Trabajo, retomo aquellas palabras del Santo Padre para recordar la dignidad del trabajo y la necesidad de promoverlo en condiciones justas y humanizadoras. Un canto a la Doctrina Social de la Iglesia, que desea con todas sus fuerzas velar por la integridad de las personas y de la sociedad: «Cada vez que esta se vea amenazada, o reducida a un bien de consumo, la Doctrina Social de la Iglesia será voz profética que nos ayudará a todos a no perdernos en el mar seductor de la ambición. Cada vez que la integridad de una persona es violentada, toda la sociedad empieza a deteriorarse».

En este alto en el camino que Dios nos concede, tomamos conciencia de los desvelos, las alegrías y las esperanzas de nuestros hermanos y que deben ocupar nuestro corazón.

Si la conversión a Cristo que celebramos en esta Pascua nos hermana en su amor y constituye un nuevo nacimiento (cf. 1 P 1, 3), no podemos permanecer indiferentes ante el que sufre, por las circunstancias que sean; personales, familiares, laborales…

Cuando el trabajo deja de ser una expresión digna de la persona, que la perfecciona, entonces deja de formar parte de la preciosa obra que Dios pensó para ese hijo suyo. Porque nuestro compromiso cristiano adquiere autenticidad cuando abrimos de par en par el alma a quienes sufren porque, desgraciadamente, se ven obligados a sobrevivir en los márgenes de la sociedad. Solo así, quedándonos donde más sangran la pobreza, el desamparo y la marginación, apreciamos verdaderamente el inmenso amor que el Padre nos tiene.

En este sentido, se debe garantizar la protección plena de los trabajadores mediante el respeto de sus derechos fundamentales. Aún tengo grabadas las palabras del Papa Francisco en la Misa de Gallo de 2021: «¡No más muertes en el trabajo! Y esforcémonos por lograrlo». Una llamada especial a concienciarnos de la necesidad de sensibilizarnos ante la siniestralidad laboral que abandona el cuidado de la vida en el ámbito del trabajo. Jesús vino a «ennoblecer a los excluidos», exhortaba el Santo Padre, y por eso eligió nacer cerca de los pastores y «de los olvidados de las periferias». Dios «viene a colmar de dignidad la dureza del trabajo; nos recuerda qué importante es dar dignidad al hombre con el trabajo, pero también dar dignidad al trabajo del hombre, porque el hombre es señor y no esclavo del trabajo», confesó durante aquella celebración que hoy está más presente que nunca.

Y si la vida, queridos hermanos y hermanas, es el mayor bien que atesoramos, hemos de tener presente que el trabajo tiene que realizarse en plenas condiciones de dignidad. Cuando la persona deja de estar en el centro, todos los derechos se desmoronan. Como Iglesia, recojamos esta llamada a poner a la persona en el lugar que le corresponde y a hacer, del ámbito laboral, un espacio humano, saludable, que nos permita expresar la capacidad creadora que Dios ha puesto en nuestras manos. ¡Qué importante es no olvidar jamás la dimensión del cuidado en todas y cada una de nuestras acciones!

Le pedimos a la Virgen María que este llamamiento a la caridad profesional que hoy celebramos con la Pascua del Trabajo, sirva para que el vínculo de fraternidad en Cristo nos haga más fraternos, hasta que podamos escuchar, como dijo a sus discípulos: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15).

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga en este domingo de Pascua.

Parroquia Sagrada Familia