6 Abr
Jueves Santo - Confesiones
06.04.2023 10:30 - 13:00
6 Abr
Jueves Santo - Santa Misa
06.04.2023 17:00

Encuentro Mundial de las Familias: un abrazo de esperanza y plenitud

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Estos días se ha venido celebrando en Roma el Encuentro Mundial de las Familias, que concluye hoy. Un encuentro marcado, de principio a fin, por el amor. Desde las catequesis que han ido entretejiendo el corazón del evento, pasando por las distintas conferencias y las mesas redondas, hasta el abrazo final con lo más importante: la Eucaristía.

Hablar de familia es abrir la puerta al esfuerzo, a la lealtad, a la escucha, a la confianza y al cuidado. Es un mosaico admirable que, aunque a veces no sea perfecto del todo, encuentra su esperanza si responde al plan de Dios en la Sagrada Familia de Nazaret.

El lema El amor familiar: vocación y camino de santidad ha estado presente, en todo momento, como una «oportunidad de la Providencia», tal y como señala el Papa Francisco, «para realizar un evento mundial capaz de involucrar a todas las familias que quieran sentirse parte de la comunidad eclesial».

Y así ha sido. El evento de Roma ha supuesto abrazar el mundo de la Pastoral Familiar que tanto embellece a la Iglesia. El Festival de las Familias, con los diversos testimonios, el Congreso Pastoral, con las celebraciones y las adoraciones eucarísticas, conferencias y paneles para poner en diálogo experiencias de todo el mundo, la Santa Misa… Todo, desde la mirada de familias enteras, parroquias, comunidades, delegaciones, movimientos y asociaciones, todo hablaba de Dios.

Un acontecimiento mundial desplegado, a su vez, por todas las diócesis del mundo. Un momento de encuentro, pero también de escucha y discusión entre los agentes de pastoral familiar y matrimonial. En este sentido, me vienen al corazón las palabras del cardenal Kevin Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, cuando señaló que las familias son «el terreno que irrigar» y, al mismo tiempo, «la semilla que sembrar en el mundo para hacerlo fecundo con testimonios reales y creíbles de la belleza del amor familiar».

La familia es, siempre, un signo de alegría, de fe, de plenitud. Es esa mano generosa que, gracias a su inherente vocación al amor, inunda de esperanza a una tierra necesitada de cuidados. La familia unida lo vence todo, lo alcanza todo, lo supera todo. Y solamente escuchándonos unos a otros, como ha reiterado el Santo Padre una y otra vez, escucharemos al Espíritu que habla a la Iglesia.

«La familia es la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos» (Evangelii gaudium, n. 66). Tras esta afirmación del Papa, solo nos queda pensar que, para vivir el amor verdadero, debemos preguntarnos acerca del origen de este amor. Un amor que nos precede, pues «nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (Jn 4, 16). El amor de Dios se hace realidad en la vida humana y, desde ahí, hemos de amar como Él nos ama, siendo conscientes de que Dios se sirve del amor esponsal para revelar Su amor.

El Papa emérito Benedicto XVI, en un discurso pronunciado en la vigilia de Hyde Park en noviembre de 2010, manifestó que Cristo necesita familias «para recordar al mundo la dignidad del amor humano y la belleza de la vida familiar». Estos días, yo he sido testigo de esta belleza, experimentando la alegría del Evangelio, afianzando la promesa de volver a anunciar con audacia la hermosura de la vocación matrimonial: un camino de santidad y una llamada al amor que todos tenemos en nuestro corazón.

Un encuentro donde ha estado muy presente la bienaventurada Virgen María, la Madre de Dios, el modelo de vida familiar. Nos encomendamos a Ella, y le pedimos que continúe cuidando de la Iglesia, para que siga siendo familia de familias que acoge, que acompaña y que vive con la pedagogía de un Dios que es verdad, cercanía, consuelo, cuidado y misericordia.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Corpus Christi, Día de la Caridad y de Caritas

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

La festividad del Corpus Christi, presencia renovada y renacida en el Día de la Caridad, nos adentra en el corazón de las personas que más sufren, en sus tristezas y necesidades, en sus miedos y penurias, en sus llantos y abandonos.

Poner nuestra alma como ofrenda derramada en la carne sufriente de los más necesitados encuentra fundamento en la Eucaristía. Solamente desde ahí es posible entender el sacrificio de amor que da sentido a toda nuestra existencia. En los pobres se esconde el rostro de Cristo. Ellos tienen mucho que enseñarnos, pues «además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente» (Evangeli gaudium, 198).

El Señor, consciente de nuestra fragilidad, nos dejó un memorial: el del Amor. «Nos dio un Alimento, pues es difícil olvidar un sabor; nos dejó un Pan en el que está Él, vivo y verdadero, con todo el sabor de su amor», recordaba el Papa Francisco en un día como este, mientras invitaba a escuchar el paso de Dios que, cada día, lo hace todo nuevo. Es la promesa del Señor en Cafarnaún, en su discurso sobre el Pan de Vida: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (Jn 6,51-58).

La Eucaristía nos trae el amor fiel del Padre «que cura nuestra orfandad», insistía el Santo Padre. Asimismo, nos da el amor de Jesús «que transformó una tumba de punto de llegada en punto de partida», y nos comunica el amor del Espíritu Santo «que consuela y cura las heridas».

El mandato «Haced esto en memoria mía» (1 Co 11, 24) no es una petición cualquiera de parte del Señor; es la fuente de agua viva que inunda nuestra humanidad cansada hasta empaparnos y llevarnos a los márgenes de la historia: donde solo basta darse para, así, poder sanarse.

Dios se hace carne en quienes se dan y en quienes reciben. Porque somos lo que damos, y no debemos ser otra cosa más que amor. Y pongo la mirada, de manera especial, en tantos hermanos y hermanas que, por medio de nuestras Cáritas, forjan el corazón vivo de la Iglesia. Me detengo en vosotros, ante vuestra entrega, que es tierra sagrada para mí.

Vosotros, trabajadores y voluntarios de un Reino moldeado por los preferidos del Padre, rostros con nombre propio, ecos y reflejos del amor de Cristo, sois esa mano compasiva que se dona en la intemperie de una pobreza que, gracias a vuestra generosidad, duele un poco menos. Una labor que tiene su fundamento en el amor incondicional, y que se concreta en una forma de ser y de estar junto a los pobres y caminar con ellos que solo puede nacer de un alma concebida a la medida de Dios.

Ciertamente, hay un lazo inseparable entre la Eucaristía, los pobres y el Evangelio. Y lo hacéis verdad a través de vuestras miradas, donde advertimos que es posible lograr una vida mejor cuando entre todos lo hacemos posible: «Cuando cambiamos la mirada sobre estas personas, las escuchamos y acogemos como lo que son, personas; cuando su dolor deja de sernos indiferente y nos importa; cuando entramos en contacto con la realidad cotidiana que viven y ya no podemos mirar hacia otro lado». Es el canto que Cáritas Diocesana de Burgos desea entonar, comprometiéndose con la justicia y el bien común, poniendo en valor «el amor por los demás como propuesta de vida».

Jesús, en las Bienaventuranzas, nos demanda un posicionamiento al lado de los pobres y contra la pobreza. Un amor eucarístico que es capaz de sostenerse en el tiempo y de permanecer desde una experiencia de encuentro personal y comunitario con Jesús y su Evangelio. No podemos olvidar en la celebración del Corpus Christi, Día de la Caridad, que, en el centro de ese encuentro, la Muerte y la Resurrección de Jesús están frente a nosotros. Y en ese milagro de amor tan infinito, en ese sacrificio vivo y santo nos encontramos –de la mano de la Virgen María– con los preferidos del Padre: cada vez que comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre.

Con gran afecto,  os deseo un feliz día del Corpus Christi, día de la Caridad.

La vida contemplativa: el corazón orante de la Iglesia

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Decía san Benito de Nursia que «el corazón de Jesús es nuestro modelo, nuestro guía, nuestro todo» (c. 348). Y en ese corazón que ama sin medida descansamos hoy, solemnidad de la Santísima Trinidad, cuando celebramos la Jornada Pro Orantibus.

Con el lema La vida contemplativa: lámparas en el camino sinodal, los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada ponen su mirada en tantos rostros que lo han dejado todo para contemplar al Señor: aquellos que «se convierten en testigos de la Luz y pueden ofrecer al Pueblo de Dios su “misteriosa fecundidad”». Desde la escucha, la conversión y la comunión, pilares básicos de la vida contemplativa, «empujan a toda la Iglesia a ensanchar el espacio de su tienda y a salir en peregrinación».

No hay un solo lugar en el mundo que se encuentre solo, huérfano o abandonado, si mora un alma contemplativa. Estos centinelas del Amor, antorchas en la noche más desierta, adornan –desde la oración y en el silencio de lo escondido– cualquier corazón en ruinas.

Cuánta belleza esconde el vivir en el silencio sonoro de Dios, mirar cada instante con los ojos de Jesús, desprenderse de uno mismo para nacer en el corazón sufriente de un hermano o hacer de la entrega silenciosa una oblación personal al servicio del Amado. La vida contemplativa es un don, una ofrenda admirable para quienes anhelamos pasar toda una vida y una eternidad en Cristo, «esplendor de la gloria del Padre» (Heb 1, 3).

«¿Qué sería de la Iglesia sin la vida contemplativa?, ¿qué sería de los miembros más débiles de la Iglesia que encuentran en vosotros un apoyo para continuar el camino?, ¿qué sería de la Iglesia y del mundo sin los faros que señalan el puerto a quien está perdido en alta mar, sin las antorchas que iluminan la noche oscura que atravesamos, sin los centinelas que anuncian el nuevo día cuando todavía es de noche?», preguntó el Papa Francisco, durante la Jornada Pro Orantibus, celebrada en 2018. Cuestiones que ahora, cuando volvemos a recrear los frutos incansables de esta fascinante misión por el Reino, inundan el corazón.

Queridas comunidades de vida contemplativa: ¡cuánta falta nos hacéis y qué sería de nosotros sin vosotros! Sois el corazón orante de la Iglesia, candelas que –como el ciego del Evangelio (Lc 18, 35)– devolvéis la vista a los que no pueden ver, razón de una esperanza (1 Pe 3, 15) que solo puede comprenderse con los ojos del alma.

Hoy, la Iglesia os pone al frente de una manera especial y os llama a ser lámparas en el camino para que vuestros carismas mejores alumbren la oscuridad de nuestros miedos, unan aquello que nos separa y alivien nuestras miserias.

Hoy, acallamos tanto ruido y nos dejamos caer en vuestro silencio sonoro, consagrado a la contemplación del Amor divino, allí donde oráis sin desfallecer, donde Dios habita en vuestras moradas, donde nos enseñáis a ser «custodios para todos del pulmón de la oración» (Evangelii gaudium, n. 262). El tiempo presente «lo recorre la Iglesia entera en unidad de espíritu y de misión», destacan los obispos en su carta para esta Jornada. Las monjas y monjes de nuestros monasterios «buscan la luz de Dios y la derraman sobre el rostro de la Iglesia».

Que la Virgen María, modelo de contemplación en la escucha, el silencio, la entrega y la comunión, nos ayude –iluminados por vuestro perseverante y fiel testimonio– a buscar continuamente el rostro de Dios. Gracias por escuchar la voz del Espíritu para ser custodios de Aquel que, cuando llega la noche oscura, nos ilumina y habita, nos abraza y sostiene.

Con gran afecto, os deseo un feliz domingo de la Santísima Trinidad.

Clausura del año jubilar en Pentecostés

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy damos la bienvenida a un nuevo Pentecostés, hoy conmemoramos la venida del Espíritu Santo, memorial de plenitud que edifica la Iglesia. Jesús «ha traído el fuego del Espíritu a la tierra» y la Iglesia «se reforma con la unción, con la gratuidad de la gracia, con la fuerza de la oración, con la alegría de la misión y con la belleza cautivadora de la pobreza». Con este lenguaje, el Papa Francisco nos anima, en la solemnidad de Pentecostés, a hacernos misioneros de consolación y de misericordia para el mundo.

San Pablo, en su carta a los cristianos de Corinto, descubre que «donde está el Espíritu del Señor, hay libertad» (2 Co 3,17). Así, arraigados a la providencial venida del Espíritu Santo (Hch 2, 3-4), también celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, destacando el papel fundamental que tiene el laicado «en la corresponsabilidad eclesial y en la misión evangelizadora», junto con los pastores y los miembros de la vida consagrada, cada uno según el carisma y el ministerio recibidos.

El lema de esta Jornada «nos invita a seguir construyendo juntos el gran reto y desafío pastoral de la sinodalidad», que propone el Papa Francisco «con este proceso sinodal que está llevando a cabo la Iglesia universal y nuestras iglesias particulares, congregaciones, asociaciones y movimientos laicales».

La sinodalidad, aseveran, «consiste en ir creando un “nosotros” eclesial compartido»; es decir, «que todos sintamos como propia la biografía de la Iglesia». Una realidad que nos envía hacia un nosotros cada vez más grande, una llamada apremiante de parte del mismo Dios que nos recuerda –en palabras de los obispos de la comisión episcopal para el laicado, familia y vida– que «nadie se salva solo», porque «estamos todos en la misma barca en medio de las tempestades de la historia», y «nadie se salva sin Dios».

Hoy, prendidos por el fuego del Espíritu, también conmemoramos la clausura del Año Jubilar que hemos venido celebrando con ocasión del octavo centenario de nuestra catedral, así como la Asamblea diocesana de esta iglesia que peregrina en Burgos. Lo haremos con un festival a las cinco de la tarde en la plaza de Santa María y con una Eucaristía a las siete y media en la catedral presidida por el Sustituto de la Secretaría de Estado de la Santa Sede.

Nuestra catedral, como ya he subrayado en alguna ocasión, es un imponente testimonio de fe, esperanza y amor. Representa a Cristo, la piedra angular, a partir de Quien todos estamos llamados a formar parte del Templo santo de Dios. La fe enseña al Pueblo de Dios la presencia vivificante del Señor en medio de nosotros. Y así lo hemos podido experimentar durante esto tiempo jubilar, porque hemos vivido un año de gracia muy importante, y la Asamblea nos orientará con las pautas para la tarea evangelizadora de los próximos años. Y deseo agradecer, de manera especial, a todos los que habéis hecho posible este Año Jubilar y esta Asamblea Diocesana, así como a don Fidel, que fue quien puso la primera piedra de este precioso aniversario que ahora nos cobija.

Ochocientos años de vida que nos recuerdan, una y otra vez, que la Iglesia es el templo del Espíritu Santo. Ocho siglos de oración, fe, camino, encuentro y comunión. Un templo vivo donde se guarda el milagro más maravilloso y el tesoro más grande del mundo: la Eucaristía custodiada por la mirada amorosa de la Virgen María, a Quien está dedicado este templo.

«No hay Iglesia sin Pentecostés y no hay Pentecostés sin la Virgen María», expresó el Papa emérito Benedicto XVI, refiriéndose a la Santísima Virgen, en el rezo del Regina Coelide mayo de 2010. Ponemos nuestra esperanza en María, quien «conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón» (Lc 2, 19.51). Que Ella, que alienta el corazón de los discípulos antes de recibir el Don del Espíritu prometido por Jesús, nos acoja y nos proteja bajo Su manto en esta gran fiesta del Espíritu que, sin duda alguna, dejará una huella imborrable en nuestra archidiócesis y en nuestras vidas.

Recibid la bendición de Dios en esta entrañable solemnidad.

El próximo domingo de Pentecostés, clausura del Año Jubilar

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Estamos viviendo los últimos compases del Tiempo de Pascua. Hemos participado de muchas maneras en el año jubilar que el Santo Padre concedió a nuestra Archidiócesis con ocasión del octavo centenario de nuestra catedral. El próximo domingo, solemnidad de Pentecostés, viviremos la clausura de este año jubilar. A las cinco de la tarde comenzaremos con un festival de música con grupos procedentes de toda la provincia. Y a las siete y media de la tarde celebraremos la Eucaristía de clausura. El Sustituto de la Secretaría de Estado de la Santa Sede, Monseñor Edgar Peña Parra, presidirá la celebración a la que estamos convocados todos los que formamos esta querida Iglesia burgalesa. Os invito vivamente a participar de este evento singular que dejará una huella imborrable en nuestras vidas y en nuestras comunidades. Que la alegría de este tiempo jubilar quede sellada por el Espíritu Santo que ha animado también el transcurso de nuestra Asamblea diocesana que vivirá en esta jornada su gozosa culminación.

Este domingo, solemnidad de la Ascensión del Señor, celebramos la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Con el lema Escuchar con los oídos del corazón, la Iglesia destaca el papel indispensable de la comunicación para la vida plena: «Hay una buena noticia que debe ser comunicada y conocida para el bien de todos», tal y como proponen los obispos de la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales de la Conferencia Episcopal Española.

La buena noticia siempre es Jesús, y el camino para alcanzar la palabra adecuada siempre es el amor. Y, para ello, necesitamos aprender a escuchar, dejarnos tocar por la palabra de aquel que viene a nuestro encuentro en busca de un corazón generoso y de una mirada amable que sostenga su cansancio.

Escuchar es un verbo decisivo «en la gramática de la comunicación» y una condición imprescindible «para un diálogo auténtico», exhorta el Santo Padre para esta Jornada. En verdad, «estamos perdiendo la capacidad de escuchar a quien tenemos delante, sea en la trama normal de las relaciones cotidianas, sea en los debates sobre los temas más importantes de la vida civil».

El Evangelio es una llamada constante al corazón del otro, un camino empapado de servicio, un legado inmarcesible de amor. Pero el ardor evangelizador necesita una comunicación profunda, inseparable, real. Los cristianos hemos de comunicar la Verdad de una manera sana, delicada y constructiva. Pero esto solo es posible si escuchamos con los oídos del corazón, si despertamos nuestros sentidos a las necesidades de quienes nos hablan, si oímos a Dios en las voces laceradas de los hermanos.

Decía san Pablo que la fe «proviene de la escucha» (Rm 10,17). Una escucha paciente, afable y compasiva que «corresponde al estilo humilde de Dios», como recuerda el Papa Francisco, que «permite a Dios revelarse como Aquel que, hablando, crea al hombre a su imagen; y, escuchando, lo reconoce como su interlocutor». Dios ama al hombre: «Por eso le dirige la Palabra, por eso “inclina el oído” para escucharlo».

Y, para ello, es necesario escuchar a Dios en el silencio, que es una manera admirable de comunicar. Así lo enseñaba Santa Teresa de Calcuta cuando confesaba que «en el silencio Él nos escucha y habla a nuestras almas», pues «en el silencio se nos concede el privilegio de escuchar su voz». Y aunque sus tiempos y sus modos no son siempre los nuestros, hemos de vaciarnos de nuestras cosas para poder comunicarnos con Él; y, desde Él, a nuestros semejantes.

Esta Jornada preserva la necesidad que existe en la Iglesia de escuchar. Asimismo, nos recuerda que «no se comunica si antes no se ha escuchado», y que «no se hace buen periodismo sin una profunda capacidad de escuchar con el corazón», revelan los obispos de la comisión para las comunicaciones sociales.

Queridos comunicadores: le pido, de manera especial, a la Virgen María por vosotros, para que infunda su gracia sobre vuestros oídos, vuestras voces y vuestras manos, para que –en medio de las dificultades– podáis escuchar con los oídos de Dios hasta poder hablar con el eco compasivo de Su palabra.

Con gran afecto, os deseo un feliz domingo de la Ascensión.

Parroquia Sagrada Familia