No apartes tu rostro del pobre

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, por séptima vez desde que la instituyó el Papa Francisco, celebramos la Jornada Mundial de los Pobres: un signo copioso de la misericordia del Padre, una cita que sella –de principio a fin– nuestro compromiso con los preferidos de Dios.

Hacer del Evangelio nuestra hoja de ruta solo adquiere un sentido verdadero cuando comprendemos que el Reino de Dios es la bienaventuranza que sana y salva a todos y de modo particular a los más necesitados. La Buena Noticia proclamada por el Señor supone el triunfo verdadero sobre todo lo que nos impide ser y vivir hasta el fondo la filiación divina. Una victoria que alcanza su plenitud en los más débiles, en aquellos que sufren cualquier tipo de pobreza, la enfermedad, la soledad, la angustia o la marginación. Nosotros también estamos en este grupo de pobres y necesitados. Y, si no nos damos cuenta es que, además de pobres, estamos ciegos.

No apartes tu rostro del pobre (Tb 4, 7), reza el lema de este año para una Jornada que nos ayuda a «captar la esencia de nuestro testimonio», tal y como expresa en su carta el Papa Francisco. Y lo cuenta mediante una escena familiar: «Tobit despide a su hijo Tobías, que está a punto de emprender un largo viaje. El anciano teme no volver a ver a su hijo y, por ello, le deja su testamento espiritual». Tobit había sido deportado a Nínive y se había quedado ciego tras llevar a cabo un acto de misericordia, «por lo que era doblemente pobre». Pero siempre había tenido una certeza, expresada en el sentido que su nombre significaba: «El Señor ha sido mi bien». Este hombre, que siempre confió en el Señor, tal y como relata el Papa, «no desea tanto dejarle a su hijo algún bien material, cuanto el testimonio del camino a seguir en la vida, por eso le dice: “Acuérdate del Señor todos los días de tu vida, hijo mío, y no peques deliberadamente ni quebrantes sus mandamientos. Realiza obras de justicia todos los días de tu vida y no sigas los caminos de la injusticia” (4, 5)».

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Día de la Iglesia diocesana

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«Un día me puse a pensar cuál será el último puesto que puede haber en el mundo. Y descubrí que el último puesto es a los pies de Judas. Y quise colocarme yo allí, pero no pude, porque allí estaba Jesucristo arrodillado lavándole los pies. Desde entonces creció mi aprecio por la humildad».

Tras estas palabras que pronunció san Francisco de Borja y que dejan paso a un tímido y fecundo silencio, deseo recapitular dónde nace lo verdaderamente importante de la fiesta que hoy celebramos: el Día de la Iglesia Diocesana.

Esta casa que nos cobija y nos reúne bajo el manto misericordioso del Señor es un hogar donde nos pertenecemos mutuamente y donde las alegrías y los padecimientos de nuestros hermanos son, también, los nuestros.

Por eso, nuestra alegría como Iglesia Diocesana es dejarnos afectar por la pena o la alegría de aquel que está sentado a nuestro lado, aunque apenas diga nada de aquello que le conmueve; es hacernos prójimos dejando en casa un universo entero de incertidumbres; es abandonarlo todo porque alguien necesita una palabra de aliento, un gesto de fe o un abrazo eucarístico que dé sentido a su vivir.

La alegría de nuestra fe no consiste en hablar de nosotros mismos y de todo cuanto construimos con nuestras propias manos, sino que se trata de reforzar el sentimiento de pertenencia al corazón compasivo del Padre.

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Nuestro Seminario de San José cumple 125 años

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Nuestro Seminario de San José cumplirá el próximo domingo 125 años formando sacerdotes a la medida del inmenso amor de Dios. Os invito a conocer los actos que han preparado para dicha efeméride y participar en ellos dando gracias a Dios por tantos dones recibidos.

Hoy recordamos, de manera muy especial, al cardenal fray Gregorio María Aguirre –entonces arzobispo de Burgos– y al hoy beato Manuel Domingo y Sol, quienes fundaron, en 1897, el Seminario Menor de San José. El 22 de abril de ese mismo año fue colocada la primera piedra del edificio. Tras concluir las obras, en noviembre de 1898, el centro formativo inició su andadura académica, encargando el cuidado y la formación de los jóvenes a la hermandad de sacerdotes Operarios Diocesanos.

La inauguración de aquel curso guarda un detalle imborrable: comenzó con la celebración de la Eucaristía y la posterior reserva del Santísimo Sacramento en el sagrario de su capilla. Desde entonces, el Seminario recuerda, cada segundo domingo de noviembre y con especial emoción, aquella primera reserva eucarística con su entrañable fiesta del Reservado, a la que asisten no solo los seminaristas y sus familias, sino también numerosos sacerdotes que se han formado entre los viejos muros del edificio del Paseo del Empecinado.

Qué importante es contemplar cómo permanece y sigue dando frutos en abundancia esta comunidad de vida: como semilla de futuros sacerdotes, como lugar de crecimiento interior, como comunidad educativa y misionera, como experiencia fuerte de Dios y como respuesta a una llamada que cambia por completo la mirada, el alma y el corazón para la tarea evangelizadora.

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Llamados, como los santos, a la perfección del amor

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

El Señor nos eligió a cada uno de nosotros «para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1,4). Esta semana celebramos la festividad de Todos los Santos: aquellos que «ya han llegado a la presencia de Dios» y que mantienen con nosotros «lazos de amor y comunión», tal y como escribe el Papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudate et exultate, donde hace una llamada a la santidad en el mundo actual.

Con la intención de prepararnos para este gran día que celebra la Iglesia, ponemos la mirada en las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12) con la intención de señalar el camino que el Señor propone para sus discípulos. En este sentido, el Papa destaca que en ellas «se dibuja el rostro del Maestro», que estamos llamados a transparentar «en lo cotidiano de nuestras vidas».

Qué importante es encarnar la santidad en el contexto actual; ya sea en nuestras familias, en nuestros trabajos o en nuestros ambientes. El Señor nos llama a caminar en su presencia y a ser santos (cf. Gn 17, 1). Lo que quiere es que crezcamos en santidad a su lado y gastemos hasta el último aliento en ser amados y amar como Él nos ha amado. Su lenguaje es la misericordia, la entrega y el perdón; y su medida es el amor con el que nos ha amado desde toda la eternidad: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré» (Jr 1,5).

El Papa, en dicha exhortación, habla de «los santos de la puerta de al lado»; personas, como tú y como yo, que participan de la santidad del Pueblo de Dios. Una Iglesia peregrina que está inmersa en el mundo y que «viven cerca de nosotros» y «son un reflejo de la presencia de Dios».

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Domingo Mundial de las Misiones, DOMUND 2023

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Un año más, y ya van 97, celebramos el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), organizado por Obras Misionales Pontificias.  Un día especial para ponernos en camino –de la mano de los misioneros– hacia la Tierra Prometida y para dejar que nuestra vocación de bautizados arda en palabras y obras y nos impulse hacia una acción misionera que testimonie la alegría del Evangelio.

Corazones fervientes, pies en camino (cf. Lc 24,13-35). Este tema, inspirado en el relato de los discípulos de Emaús, ha sido el elegido por el Papa Francisco para esta jornada que hoy conmemoramos. «Aquellos dos discípulos estaban confundidos y desilusionados», subraya el Papa, pero el encuentro con Cristo «en la Palabra y en el Pan partido» encendió su entusiasmo «para volver a ponerse en camino hacia Jerusalén» y «anunciar que el Señor había resucitado verdaderamente».

Quien experimenta en su vida la acción del Espíritu, percibe que escuchar al Maestro transforma el corazón, reconocerle da un nuevo sentido a la mirada y seguirle insta a ponerse en camino.

Vuelvo la mirada a ese pasaje evangélico que nace en el camino de Emaús, con Jesús resucitado y el corazón de los discípulos que estaba apagado por la desilusión, pero vuelve a encenderse ante sus palabras… «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24, 32).

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Parroquia Sagrada Familia