La mirada del Maestro ante la asignatura de Religión

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

En una ocasión, Nelson Mandela dijo que «la educación es el arma más poderosa que podemos usar para cambiar el mundo». Y, efectivamente, la educación del ser humano termina el mismo día y a la misma hora en que Dios nos llama a su encuentro eterno con Él.

En este tiempo ordinario en el que celebramos la vida y las enseñanzas del Señor, Dios Padre nos recuerda que nuestro único pasaporte, como peregrinos de la Tierra y ciudadanos del Cielo, es el amor a Dios y al prójimo. Un tiempo para ese amor de cada día que tiene presente la cultura del cuidado, de la que tanto habla el Papa Francisco, como camino de paz.

«Solo la religión es capaz de dar fuerzas y valor al más flaco para sobrellevar tantas cosas como se presentan en la vida», dejó escrito santa María Soledad Torres Acosta. ¿Y qué mejor manera hay de cuidar que ofreciendo lo mejor para quienes más queremos?

Adentrados en un nuevo año y cuando acabamos de pasar el ecuador del curso académico, pienso en la educación que hoy en día acerca a los más pequeños al corazón de Dios. Y, en concreto, pongo los ojos en la asignatura de Religión Católica, esa pincelada de fe que anhela responder a la necesidad más profunda que tiene el ser humano: el deseo de infinito y la búsqueda de la Verdad.

La Iglesia, en su afán de trabajar por un mundo donde convivan el amor fraterno, la justicia y la paz, no para de reivindicar el papel de la religión en la construcción de un mundo mejor.

«La educación cristiana es el arte de conducir a los jóvenes hacia la plenitud», destacó el Papa Francisco durante una audiencia celebrada el año pasado con los miembros a los miembros de la Universidad de Notre Dame. Abogando por un «empeño solidario» ante las necesidades de los más desfavorecidos, hizo hincapié en la necesidad de apreciar, cada vez más, «la riqueza de la tradición intelectual católica», que «no significa cerrarse» sino que «es apertura».

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Congreso de Vocaciones: el amor y la santidad

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

La semana pasada, Madrid acogió el Congreso de Vocaciones ¿Para quién soy? Asamblea de llamados para la misión, que congregó a más de 3.000 participantes de todas las diócesis de España, congregaciones, movimientos y demás realidades eclesiales, con una importante presencia de nuestra Iglesia burgalesa.

El encuentro, que se celebró en torno a la Palabra, la comunidad, el sujeto y la misión, fue recorriendo estos cuatro itinerarios con la intención de proponer la vida como vocación frente al individualismo y la falta de conciencia de la propia misión que imperan en la sociedad actual. La propuesta era clara: en un tiempo donde todas las vocaciones son esenciales para la comunión y la misión de la Iglesia, hemos de presentar a la persona principalmente como un don.

Sólo en la medida en que se vive como don, se descubre el sentido. Una premisa que, indudablemente, conlleva las dimensiones comunitaria, eclesial y social en la vida de todo cristiano: el servicio a los demás nace de entender la vida como una respuesta a la llamada de Dios y a las llamadas que percibo de quienes nos rodean.
Con el objetivo de avivar en el Pueblo de Dios el deseo y la necesidad de las vocaciones, el congreso se planteó como un interrogante que ha de acompañarnos durante todos los días de nuestra vida: ¿Para quién soy?

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Manos Unidas: Compartir es nuestra mayor riqueza

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Compartir es nuestra mayor riqueza. Este lema, que da vida a la Jornada de Manos Unidas que hoy conmemoramos, propone el reto de compartir los bienes para erradicar la pobreza, el hambre y la desigualdad.

Con el deseo de remar mar adentro a ejemplo del Señor Jesús, celebramos esta Campaña contra el Hambre donde Manos Unidas, la organización de la Iglesia Católica en España para la ayuda, promoción y desarrollo de los países más empobrecidos, desea hacer una declaración de intenciones: «Por tu palabra, Señor, echaré las redes» (Lc 4, 31-37).

Manos Unidas surgió en 1959 «como respuesta de las mujeres de Acción Católica de España al llamamiento de la FAO», para denunciar «el hambre de pan, el hambre de cultura y el hambre de Dios que padece gran parte de la humanidad», recordó el papa Francisco a una delegación de la Comisión Permanente de la entidad que visitó al Santo Padre en diciembre del año pasado.

Con esta premisa, ayudando y contribuyendo a la promoción y al progreso de los países con economías emergentes, intentan eliminar de la faz de la Tierra el hambre espiritual y material. Y así, el Papa afirma: «Pensando en la labor que realizáis en la erradicación de esos males que siguen golpeando a tantas naciones, quisiera hacer referencia a la Madre de Dios como modelo de tantas mujeres que llevan adelante el mundo, la familia y los pueblos».

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La Vida Consagrada: peregrinos y sembradores de esperanza

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

La Iglesia, que mira de manera especial a esos hombres y mujeres de corazón humilde y sencillo que guardan en su alma el tesoro que vale más que todas las riquezas del mundo, celebra hoy la XXIX Jornada Mundial de la Vida Consagrada.

El lema Peregrinos y sembradores de esperanza sigue la ruta del camino sinodal y del jubileo ordinario, y pone el foco en las personas consagradas a Dios que dedican por completo su vida al Señor: «Queremos ayudar a descubrir, conocer y apreciar a las personas consagradas, que buscan configurarse con Cristo a través de su preciosa vocación y esperan cada día en el Señor, siendo figura e imagen de una peregrinación y una siembra cargadas de esperanza», señalan, en su mensaje para esta Jornada, los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada.

La esperanza que brota del corazón de Dios no defrauda (cf. Rom 5,5), porque quien se enamora de Jesús y se deja cautivar por su mirada, abandonándolo todo, incluso lo que más cuesta, recibe el don del amor derramado plenamente en sus manos. Y ante tal gracia, sólo cabe llevar en el costal de la siembra un agradecimiento eterno por ellos que me hace repetir, cada noche, antes de abandonarme al sueño, una plegaria: Gracias, Padre, por tus hijos e hijas consagrados, porque mis ojos han visto al Salvador a través de tantas vidas ofrendadas a tu fidelidad. Sus miradas, como la de Jesús de Nazaret, alumbran a las naciones sedientas de fe y empapan de gloria al pueblo al que sirven hasta amar como Él nos amó (cf. Jn 15, 9).

La vida consagrada, acostumbrada a poner los pies –con cuidado y en la piel herida– en tierra sagrada, sabe convertir el barro en belleza, la caricia en delicadeza, el silencio en abrazo habitado.

El papa Francisco, en su carta apostólica escrita con motivo del año de la Vida Consagrada, les anima a despertar al mundo, siendo fieles a la promesa del Padre: «La radicalidad evangélica no es sólo de los religiosos; se exige a todos, pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de modo profético».

Así mismo, el Papa afirma que «Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia» (EG, 3) y que la evangelización «obedece al mandato misionero de Jesús: “Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20)».

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La Palabra de Dios y el corazón de san Lesmes

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, cuando celebramos el Domingo de la Palabra de Dios, recordamos a san Lesmes Abad, santo patrón de la ciudad de Burgos.

Natural de la ciudad francesa de Loudun, el abad benedictino llegó a Burgos en el siglo XI. Su encargo principal era llevar las riendas del monasterio de San Juan Evangelista, de la Orden de San Benito, así como de su hospital, que estaba destinado a atender a los peregrinos que realizaban el Camino de Santiago. Merced a su encomiable labor espiritual y caritativa, siendo siempre un mediador entre el Cielo y la Tierra, entre Dios y los peregrinos que atendía, se convirtió en una persona muy querida por todos los que acudían a su encuentro.

Este monje nos recuerda la importancia de la hospitalidad para acoger, siempre y sin descanso, a todos los que llaman a nuestra puerta: no sólo a los que están cerca de nuestra propia casa sino, también, a aquellos que se ven obligados –por la miseria, el hambre o la guerra– a desplazarse de su lugar de origen en busca de una vida mejor y más digna.

La vida de este monje nos recuerda la importancia de ser refugio, compañía, fidelidad, lugar seguro y hogar para todos, sin excepción. Como lo es Dios y como lo refleja su Palabra.

Este VI Domingo de la Palabra de Dios, instituido por el papa Francisco, nace para difundir el conocimiento de la Sagrada Escritura hasta el confín del mundo, de manera que cada página del Evangelio cale en nuestro corazón y lo conduzca hacia la vida eterna (cf. Sal 19).

Con el lema Espero en tu Palabra (Sal 119, 74), el Papa pone los ojos en un himno de esperanza que clama, en medio de la angustia, el miedo y la tribulación, a la misericordia de Dios. Si Cristo es nuestra esperanza (cf. 1 Tim 1, 1), como promulgaba una y otra vez la vida y obra de san Pablo, en ella hemos de morar sin despegar los ojos del Padre. Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el Autor de la Promesa. Y Dios, al contrario que nosotros, no se contradice nunca (cf. Heb 10, 23).

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Parroquia Sagrada Familia