Con los templos de nuestros pueblos y con los jóvenes en el corazón
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Nuestra Iglesia burgalesa cumplirá pronto 950 años de historia, además de sus antecedentes en Oca, Valpuesta o Sasamón. Durante estos casi mil años, nuestros antepasados han construido bellísimos templos, testigos de una profunda vivencia de fe, esperanza y amor y memoria viva de nuestra historia.
Cuando los pueblos estaban más habitados que en la actualidad, buscaban los recursos necesarios para mantener ese espléndido patrimonio custodiado en sus parroquias, iglesias y ermitas. Con la progresiva disminución de la población en las zonas rurales, mantener el patrimonio para legarlo a las futuras generaciones se ha convertido en una tarea difícil y en muchos casos angustiosa.
Quisiera agradecer a tantas personas, asociaciones, instituciones privadas y organismos públicos su ayuda para mantener nuestros templos. Hay ayuntamientos que se implican con generosidad en esta tarea, y el convenio con la Diputación de Burgos que coloquialmentedenominamos “convenido de las goteras” ayuda muy significativamente en la conservación de los templos.
Pero todo sigue siendo insuficiente frente a los más de mil templos parroquiales y unas trescientas ermitas, que precisan de mantenimiento y conservación. Es por ello que, como cada año, este domingo siete de agosto realizaremos la colecta para el mantenimiento de los templos, particularmente en las zonas donde existen menos recursos. Os pido humildemente vuestra colaboración para seguir sosteniendo este patrimonio que constituye un eje fundamental de nuestra historia y nuestra vida.
Así mismo, desde el miércoles me encuentro en Santiago de Compostela acompañando a los jóvenes que participan en la Peregrinación europea de jóvenes que se celebra con ocasión del Año Santo Compostelano. «¡Buscad a Cristo! ¡Mirad a Cristo! ¡Vivid en Cristo! «Que Jesús sea “lapiedra angular” (Ef 2, 20) de vuestras vidas y de la nueva civilización que, en solidaridad generosa y compartida,tenéis que construir». Qué difícil es sacar de mi corazón estas palabras que el Papa san Juan Pablo II pronunció alos jóvenes chilenos en su viaje apostólico que realizó en 1987. Su fuerza, su entusiasmo, su vitalidad; sus ojos cargados de esperanza, mientras los animaba a construir su vida en Cristo, dejándose comprometer por Su amor.
Santiago, la ciudad del apóstol, ha sido testigo primordialde este encuentro que ha inundado sus calles de esperanza, alegría y plenitud en medio del Año Santo Compostelano. No era fácil, en medio de una situación como la que estamos viviendo en Europa, aunar a tantos jóvenes en torno a una experiencia que, realmente, cambia la vida. La pandemia provocada por la COVID-19 o las crisis de todo tipo no han sido capaces de parar el torrente de gracia que esta semana ha inundado de gozo el corazón de tantos y tantos jóvenes que han elegido al Amor por encima de cualquier otra expectativa.
En medio de un contexto eclesial y mundial como el que estamos viviendo, es verdaderamente conmovedor ver cómo jóvenes de Europa siguen fiándose del Señor y de su Palabra para decir, una vez más, que «sí», que la vida empieza de nuevo en Cristo y que desean levantarse para ser testigos enraizados en la fe y en el amor.
Joven, levántate y sé testigo. El apóstol Santiago te espera. Este lema ha ido recorriendo los pasos peregrinos de los presentes; tanto, que la mayor parte de los jóvenes llegaron a Santiago de Compostela haciendo el camino a través de varias rutas. Aquí, hemos podido disfrutar de un ambiente admirable, gozoso y sano, de una Iglesia viva que se ha vestido de fiesta merced a unos discípulos amados que se han dejado tocar por la voz de Cristo mientras les decía a cada uno: «Contigo hablo, levántate» (Mc 5, 41).
«Los jóvenes sois la esperanza de una sociedad mejor y de una Iglesia más viva», ha dicho, en más de una ocasión, el Santo Padre. Y en ese mismo lenguaje se dirigía a un grupo de jóvenes que se reunió en la plaza de San Pedro el último lunes de Pascua: «Jesús nos repite una y otra vez: «¡Sígueme!». No importa si somos grandes o pequeños, fuertes o débiles, si tenemos más victorias o más derrotas. Jesús sigue repitiendo a Pedro y a cada uno de nosotros: ¡Sígueme!».
Un mandato que he visto estos días en esta Peregrinación Europea de Jóvenes, que ha cubierto Santiago de Compostela con una luz nueva, magnífica y radiante, que solo puede nacer en los ojos de la Virgen María. Una alegría inmarcesible que, sin duda alguna, «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Evangelii gaudium, n. 1).
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.