Evangelio del domingo, 16 de junio de 2024

El evangelio de hoy está formado por dos parábolas muy breves: la de la semilla que germina y crece por sí, y la del grano de mostaza.

A través de estas imágenes tomadas del mundo rural, Jesús presenta la eficacia de la palabra de Dios y las exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro empeño en la historia.

En la primera parábola centra atención sobre el hecho que la semilla echada en la tierra, prende y se desarrolla por sí misma, sea que el campesino duerma o esté despierto. Él confía en la potencia interna de la misma semilla y en la fertilidad del terreno.

En el lenguaje evangélico la semilla es símbolo de la palabra de Dios, cuya fecundidad es invocada por esta parábola. Así como la humilde semilla se desarrolla en la tierra, así la Palabra obra con la potencia de Dios en el corazón de quien la escucha. Dios ha confiado su Palabra a nuestra tierra, o sea a cada uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad.

Podemos tener confianza, porque la palabra de Dios es palabra creadora, destinada a volverse 'el grano lleno en la espiga'. Esta parábola si es acogida, trae seguramente sus frutos, porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre podemos verificar y de una manera que no conocemos. Y de una manera que no sabemos.

Todo esto nos hace entender que es siempre Dios quien hace crecer su Reino. Por esto rezamos tanto, 'Qué venga tu Reino'. Es él quien lo hace crecer, el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se alegra de la acción creadora divina y espera con paciencia los frutos.

La palabra de Dios hace crecer, da vida. Y aquí quiero recordarles la importancia de tener el Evangelio, la Biblia al alcance de mano. El Evangelio pequeño en la cartera, en el bolsillo, de nutrirnos cada día con esta palabra viva de Dios. Leer cada día un párrafo del Evangelio o un párrafo de la Biblia. Por favor no se olviden nunca de esto, porque esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del Reino de Dios.

(Homilía de S.S. Francisco, 14 de junio de 2015).

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El Corazón de Jesús, modelo de todo corazón humano

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

«Son innumerables las riquezas celestiales que el culto tributado al Sagrado Corazón infunde en las almas: las purifica, las llena de consuelos sobrenaturales y las mueve a alcanzar las virtudes todas», afirma el Papa Pío XII en su carta encíclica Haurietis aquas sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús, festividad que celebramos el viernes pasado.

Cuenta la tradición que en el año 1675, el Señor Jesús le dijo a santa Margarita María de Alacoque que deseaba que la fiesta del Sagrado Corazón se celebrara el viernes después de la octava del Corpus Christi. En 1856, la fiesta del Sagrado Corazón tomó la condición de universal.

A menudo, cuando pienso en el Corazón de Jesús, siento que si conociéramos verdaderamente el amor que Dios nos tiene (cf. Jn 4, 10), quedaríamos completamente extasiados ante el Cuerpo Místico de Cristo. El Señor, el Unigénito de Dios que nos estimula a devolverle amor por amor, sólo tiene un deseo: enseñarnos a amar como Él nos ama, también con un corazón profundamente humano. Y así hemos de entregarnos, participando de su Amor por y para todos, viendo a las personas como Él las ve, cuidándolas como Él las cuida, amándolas como Él las ama.

Esa implicación en la santidad de los demás, que nace a los pies de la Eucaristía para quedarse en el corazón del más necesitado, es lo que nos enseña el Sagrado Corazón de Cristo.

Esta «práctica religiosa dignísima de todo encomio», como el Papa León XIII llamaba a la fiesta que hoy conmemoramos, traspasa toda condición, sentido y planteamiento; porque bebe de la fuente que nace de la expresión más humana del Amor, porque rinde homenaje al Sagrado Corazón de Nuestro Señor, a través del cual se nos manifestó el amor eterno de Dios por todos.

El propio san Juan Pablo II, quien fuera un devoto incansable del Sagrado Corazón, llegó a confesar que esta advocación «recuerda el misterio del amor de Dios por el pueblo de todos los tiempos». Una oración que la Iglesia recoge en el Catecismo cuando afirma que «adora al Verbo encarnado y a su corazón» que, por amor a los hombres, «se dejó traspasar por nuestros pecados» (CCC 2669).

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Evangelio del domingo, 9 de junio de 2024

La fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión, como si fuese un pastel que se lo decora con nata. No, la fe no es esto. La fe comporta elegir a Dios como criterio- base de la vida, y Dios no es vacío, Dios no es neutro, Dios es siempre positivo, Dio es amor, y el amor es positivo. Después de que Jesús vino al mundo no se puede actuar como si no conociéramos a Dios. Como si fuese una cosa abstracta, vacía, de referencia puramente nominal; no, Dios tiene un rostro concreto, tiene un nombre: Dios es misericordia.

Queridos amigos, también entre los parientes de Jesús hubo algunos que a un cierto punto no compartieron su modo de vivir y de predicar, nos lo dice el Evangelio. Pero su Madre lo siguió siempre fielmente, manteniendo fija la mirada de su corazón en Jesús, el Hijo del Altísimo, y en su misterio. Y al final, gracias a la fe de María, los familiares de Jesús entraron a formar parte de la primera comunidad cristiana. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a mantener la mirada bien fija en Jesús y a seguirle siempre, incluso cuando cuesta.

(Homilía de S.S. Francisco, 18 de agosto de 2013).

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Corpus Christi: El pan que nos abraza

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

«Cuántos baños de eucaristía necesitamos». Como si de gestionar los melanomas se tratara, estar delante del Señor es similar a ponerse ante el sol. «El Señor está para ti en miles de sagrarios; se expone ante ti en la custodia. Yo me expongo ante el sol de tu amor, Señor, para que tú puedas sanar mis llagas y dolores». Con esta imagen, el arzobispo ha invitado a los burgaleses a vivir la solemnidad del Corpus Christi. Para mons. Mario Iceta, la eucaristía es el pan de la libertad, el pan que ayuda a caminar y fortalece en en recorrido de la vida, el pan del amor, el pan que anticipa el Paraíso. Así lo ha desgranado en su homilía, pronunciada en una concurrida catedral. En la celebración han cobrado especial protagonismo los niños que este año han recibido su primera comunión y los voluntarios y agentes de Cáritas diocesana.

«No se puede amar sin libertad», ha explicado. Y frente a un mundo en el que obedecer no está de moda, ha asegurado que «la perfección de la libertad es la obediencia a Cristo, porque nos libera de las esclavitud». Y «si no obedeces al Cristo por amor, obedeces a la serpiente como esclavo», ha recomendado. Por eso, y porque «la vida nos cansa porque es compleja y tiene oscuridades», Cristo se regala en este pan «de fortaleza, de esperanza; el pan que nos abraza» para poder avanzar por el camino de la vida.

Para el pastor de la Iglesia en Burgos, la eucaristía es también «el pan del amor», «es el don que posibilita que nosotros podamos ser don para los demás, para amar a los enfermos, a los que no tienen, a los migrantes; para amar hasta nuestros enemigos… Cuánto necesitamos este pan», ha insistido. Por eso, coincidiendo con el Corpus Christi hoy también se celebra el día de Cáritas. Porque esta entidad de la Iglesia, a la que ha agradecido especialmente su tarea, nos «espolea a entregarnos a los demás, a darnos como el Señor».

Por último, la eucaristía es también anticipo del banquete celestial. «Es el pan que une el cielo y la tierra, anticipo de aquel banquete donde no se sirven viandas humanas, sino que Cristo mismo se nos da para toda la eternidad», ha concluido.

Evangelio del domingo, 2 de junio de 2024

A veces nos vienen ganas de haber nacido en tiempos de. Jesús. Quisiéramos verlo con nuestros propios ojos, escuchar su voz, tocarlo con nuestras manos. En tales momentos olvidamos que Jesús todavía sigue estando presente entre nosotros. Porque su Encarnación continúa en los sacramentos.

Los sacramentos son el cuerpo, la carne, la voz de Jesús, perpetuados para nosotros. Así Él se ha hecho el más cercano, el más accesible, el más realmente presente. Lo podemos tocar, ver y escuchar durante toda nuestra vida, ahora mismo y siempre que queramos. Él se entrega a nosotros, se nos da, se pone en nuestras manos. En cada Eucaristía podemos oír: “Esto es mi Cuerpo”, “este es el cáliz de mi sangre”, podernos verlo y hasta comerlo. Cuando nos sentimos solos, encerrados en nosotros mismos, tristes, pesimistas – entonces basta venir junto a Él, saciarnos con Él, y nuestra alma conocerá de nuevo la gracia, la alegría, la paciencia, el amor.

Cuando nos falta la fe, alimentémonos con la fe en él y sorprendidos notaremos, cómo empieza a nacer en nosotros una nueva fe que no viene de nosotros. Cuando hemos perdido la esperanza, comamos, recibamos la esperanza de Él y sentiremos cómo se despierta en nosotros una esperanza renovada. Cuando no tenemos ni amor ni caridad, acerquémonos a su mesa para que Él cambie nuestro corazón y nuestra entrega al darnos su alimento celestial.

“El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. Al haber comido ese cuerpo sobrenatural ya no somos los mismos. Otro se ha puesto a vivir en nuestro lugar. El mismo Jesús nos abre a Dios, a nosotros mismos, a los demás.

En su corazón podemos encontrarnos con cada hombre: con nuestros padres, con los hijos, con el cónyuge, con todos los que amamos, e incluso con nuestros muertos. A todos ellos los podemos encontrar en la misa, en una buena comunión. Y la gracia, como un río, circulará de nosotros hacia ellos y de ellos hacia nosotros.

Así se desarrolla y se profundiza la vinculación y la unidad entre todos nosotros, los que formamos la Familia de Dios. Como el pan sobre el altar está compuesto de muchos granos de trigo, y el vino de muchos granos de uva, así también nosotros, en la comunión, nos convertimos en un solo cuerpo, en el cuerpo de Cristo, en el cuerpo de los hijos de Dios.

 

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Parroquia Sagrada Familia