«A todos lo digo: ¡Velad!»

Hoy iniciamos con toda la Iglesia un nuevo Año Litúrgico con el primer domingo de Adviento. Tiempo de esperanza, tiempo en el cual se renueva en nuestros corazones el recuerdo de la primera venida del Señor, en humildad y ocultación, y se renueva el anhelo del retorno de Cristo en gloria y majestad.

Este domingo de Adviento está profundamente marcado por una llamada a la vigilancia. San Marcos incluye hasta tres veces en las palabras de Jesús el mandamiento de “velar”. Y la tercera vez lo hace con una cierta solemnidad: «Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!» (Mc 13,37). No es sólo una recomendación ascética, sino una llamada a vivir como hijos de la luz y del día.

Esta llamada está dirigida no solamente a sus discípulos, sino a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, como una exhortación que nos recuerda que la vida no tiene sólo una dimensión terrenal, sino que está proyectada hacia un “más allá”. El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, dotado de libertad y responsabilidad, capaz de amar, tendrá que rendir cuentas de su vida, de cómo ha desarrollado las capacidades y talentos que de Dios ha recibido; si los ha guardado egoístamente, o si los ha hecho fructificar para la gloria de Dios y al servicio de los hermanos.

La disposición fundamental que hemos de vivir y la virtud que hemos de ejercitar es la esperanza. El Adviento es, por excelencia, el tiempo de esperanza, y la Iglesia entera está llamada a vivir en la esperanza y a llegar a ser un signo de esperanza para el mundo. Nos preparamos para conmemorar la Navidad, el inicio de su venida: la Encarnación, el Nacimiento, su paso por la tierra. Pero Jesús no nos ha dejado nunca; permanece con nosotros de diversas maneras hasta la consumación de los siglos. Por esto, «¡con Jesucristo siempre nace y renace la alegría!». (Papa Francisco).

Evangelio del domingo, 3 de diciembre de 2023

Comenzamos hoy un nuevo año litúrgico. Lo comenzamos con estos 4 domingos que llamamos de Adviento, palabra que significa “venida” o llegada del Señor. Venida en su triple dimensión: recordamos la primera venida en la primera Navidad, sabemos que viene continuamente, porque está continuamente entre nosotros, y esperamos la segunda venida, que será triunfal, al final de los tiempos. De esta segunda y final venida nos fijamos un poco más en este primer domingo de Adviento, para que nuestra vida sea una continua y digna preparación para toda venida del Señor. Por eso el comienzo de un nuevo año litúrgico debe ser para nosotros como el comienzo de un nuevo curso, en el que, como buenos alumnos, debemos desear progresar en nuestra formación espiritual. Para este progreso, en este curso del ciclo B, se nos da un texto en los evangelios que será, en buena parte, el evangelio de san Marcos, aquel discípulo inquieto, primero de san Pablo y por fin de san Pedro, que, a instancias de los oyentes de san Pedro en Roma, escribió lo que el apóstol predicaba sobre Jesús.

El evangelio de hoy es el final del capítulo 13 donde, con lenguaje apocalíptico, que significa algo misterioso y con símbolos, nos habla de cosas grandiosas como son el fin de Jerusalén y del mundo. La destrucción de Jerusalén, cuando san Marcos escribió todo esto, quizá no se había dado, pero se preveía porque los israelitas, sobre todo los zelotes, se habían revelado de una manera sangrienta y se preveía el duro castigo de los romanos. Entonces falsos profetas anunciaban milagros de Dios y muchos cristianos creían que la 2ª venida de Jesús, ahora resucitado y triunfal, estaba para llegar. San Marcos les recuerda, con palabras de Jesús, que no es así, que sobre esa venida nadie lo sabe; pero que en toda nuestra vida debemos tener vigilancia.

Estas palabras son muy apropiadas para nosotros. 4 veces dice la palabra: “Velad”. Hoy Jesús nos invita a la vigilancia. Debemos estar alerta, despiertos. Y Jesús nos pone el ejemplo de un amo que se va de viaje y no dice la hora de llegada. Los criados deben estar alerta las 24 horas del día. Debemos estar despiertos, porque, si estamos dormidos, puede venir el maligno a sembrar la cizaña, que son ideas o costumbres que entorpecen nuestra fe o nuestra fidelidad a la palabra dada a Dios. Estar atentos es lo contrario de “distracción”. Y desgraciadamente hay muchas cosas que nos distraen del verdadero camino de nuestra salvación. Pueden ser hasta enfermedades o dolores morales, desgracias personales o catástrofes; pero más frecuentes son las ideas y las costumbres mundanas. En este primer domingo de Adviento debemos tener muy presente cuál es el final o la finalidad de nuestra vida, que es la salvación.

Estamos demasiado metidos en las preocupaciones mundanas. Por eso debemos vigilar. Estas palabras de Jesús algunos creen que sirven para aumentar el temor. Esto viene de épocas medievales por la imagen de los señores feudales demasiado despóticos hacia sus siervos. Pero Jesús nos quiere dar esperanza, porque esta vida es un prepararse al encuentro de nuestro Dios, que es el Padre de mayor bondad.

Vigilar es esperar, pero no con esperanza pasiva sino activa: En la vigilancia Jesús nos hablaba de oración. Hay que orar, pero con los ojos abiertos a la realidad y las manos ocupadas en la redención del mundo. Vigilancia activa es, como dice la primera oración de la misa: “para salir al encuentro del Señor con nuestras buenas obras”.

Vigilar es estar atentos a la Palabra de Dios y ver a Dios en los acontecimientos de cada día. Vigilar es hacer el bien y, como dice la 1ª lectura, practicar la justicia. Sobre todo cumplir la voluntad de Dios, que es principalmente el amor. El amor tiende a mejorar el mundo, pero en actitud de servicio. Para ello se requiere esfuerzo y renuncia y una actitud humilde y pobre, como decía la Virgen en el Magnificat: Dios “despidió vacíos a los ricos”, que son los que creen que lo tienen todo, “y llenó de bienes a los hambrientos”, que son los que sienten la necesidad de Dios.

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«Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis»

Hoy, Jesús nos habla del juicio definitivo. Y con esa ilustración metafórica de ovejas y cabras, nos hace ver que se tratará de un juicio de amor. «Seremos examinados sobre el amor», nos dice san Juan de la Cruz.

Como dice otro místico, san Ignacio de Loyola en su meditación Contemplación para alcanzar amor, hay que poner el amor más en las obras que en las palabras. Y el Evangelio de hoy es muy ilustrativo. Cada obra de caridad que hacemos, la hacemos al mismo Cristo: «(…) Porque tuve hambre, y me disteis de comer; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; en la cárcel, y vinisteis a verme» (Mt 25,34-36). Más todavía: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).

Este pasaje evangélico, que nos hace tocar con los pies en el suelo, pone la fiesta del juicio de Cristo Rey en su sitio. La realeza de Cristo es una cosa bien distinta de la prepotencia, es simplemente la realidad fundamental de la existencia: el amor tendrá la última palabra.

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Evangelio del domingo, 26 de noviembre de 2023

Con la fiesta de Cristo Rey terminan los domingos del año litúrgico. Como decía Juan Pablo II, esta solemnidad es “como una síntesis de todo el misterio salvífico”.

Cuando el papa Pío XI instituyó esta fiesta, lo hizo para mostrar a Jesús como único soberano ante una sociedad que parecía querer vivir de espaldas a Dios. Hoy también queremos expresar que Jesús debe ser soberano total para cada uno y para la sociedad. Claro que su reino no quiere ser de fuerza y poder, sino de bondad y amor.

La palabra “rey” tiene hoy muchas connotaciones. Nosotros nos atenemos al sentido antiguo y total, ya que aparece muchas veces en la Sagrada Escritura. Jesús desde el principio predicaba sobre el “Reino de Dios” o de los cielos. Y muchas veces tratamos de las diferentes cualidades de ese “Reino”, según nos enseña Jesús. 

Lo cierto es que Él se tenía por rey. Así se lo dijo a Pilato: “Yo soy rey”. Pero a continuación explicó que su reino no es como los de este mundo. En la historia ha habido grandes errores al querer convertir el reino de Jesús a la manera del mundo. Y a veces en el nombre de Cristo se han justificado crímenes y victorias materiales de unos sobre otros. Pero el Reino de Dios es la victoria sobre la opresión y la muerte por medio del perdón. Es fundamentalmente un reino de amor. Hoy se nos dice la manera de entrar en el Reino de Dios: por medio del amor.

En la Última Cena Jesús hacía la distinción de los dos reinos y decía: “Los reyes de la tierra dominan sobre las personas”; pero Él estaba en medio como el que sirve. Y les decía a los apóstoles que quien quiera ser el primero, que se haga el último, el esclavo de todos. Bien podemos decir que en nuestra religión “servir es reinar”.

Cristo es nuestro rey, porque es el único que nos ama de una manera total. Y por lo tanto es el único por quien vale la pena entregarse en cuerpo y alma. La mejor forma de honrar a Jesús es imitándole en su actitud de servicio hacia la humanidad. 

Y como es Dios, rey dueño de todo, un día nos juzgará sobre nuestras obras en la vida. Dios es tan bueno que nos da la oportunidad de poder ganar con nuestros méritos la alegría eterna. Pero también corremos el riesgo de perderla. Hoy en el evangelio nos cuenta de qué nos va a juzgar aquel día. Es algo muy serio y de vital trascendencia.

Jesús nos juzgará no sobre las ideas y las palabras, ni siquiera sobre las prácticas religiosas, aunque pueden ser muy buenas, pues nos ayudan a conseguir lo principal que es el amor.  Hoy nos dice el evangelio que nos juzgará sobre las obras que hayamos hecho o dejado de hacer en cuanto a la caridad: las obras de misericordia. Y lo más impresionante es que El, siendo juez, se identifica con los pobres y necesitados. Por lo tanto las obras que pueden salvarnos son las obras de amor. Esto sirve para los cristianos y para todos los pueblos.

Por eso, aunque hagamos cosas maravillosas, en el sentido material y humano, si no lo hacemos con amor y para el bien de los demás, no nos servirán. Así que las obras de misericordia no es algo que debamos hacer, cuando no tengamos otra cosa importante que hacer. Es lo más importante. Es la manera de corresponder al inmenso amor de Jesús, porque en el necesitado está Jesús.

Y cuando se habla del necesitado, no es sólo en el sentido material. Hay otras muchas necesidades, psicológicas y sobre todo espirituales. Por eso todos nos podemos ayudar. Aunque uno crea que es un pobrecito, siempre puede ayudar a otros. 

Jesús no nos pide un amor idealista, sino efectivo, traducido en obras concretas. Haciendo el bien es como podemos hacer que el Reino de Dios sea apetecible. Todos estamos obligados a extender el Reino de Dios. Es difícil ir a predicar a otros lugares; pero sí podemos hacer el bien, entre nosotros, en la misma casa y en la familia. Y el Reino de Dios, que es de paz, de justicia, de vida y verdad, se habrá extendido. Que Cristo reine en nuestras personas y, por nuestro amor, se irá extendiendo.

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El Reino de la justicia, el amor y la paz

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, conmemora que Cristo es el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin (cf. Ap 22, 13), el Pastor de la Iglesia peregrina hacia el Reino de Dios que alcanzará su plenitud en el cielo.

Hoy, el Amor derramado por entero vuelve a escribirse con los tintes de la esperanza, de la vida entregada en plenitud, de la eternidad.

Esta fiesta que celebramos hoy, instituida por el Papa Pío XI en el año 1925, expresa el sentido de consumación del plan amoroso de Dios, con el comienzo de la época de Adviento: un tiempo de espera y expectación ante la llegada del Rey de Reyes, Jesucristo. Con el Adviento comenzará un nuevo año litúrgico en la Iglesia, y su sentido nos alienta en este sendero de plenitud.

El Reino de Cristo es eterno y universal, abraza la justicia, el amor, la santidad y la paz en el servicio por encima de cualquier barrera, y es para siempre y para todos los que deseen ser parte de su Cuerpo y de su Sangre. Y como verdadero Rey del universo, lo gobierna y renueva todo, para poder entregar al final la Creación al Padre, como Reino de santidad y justicia, «para que Dios sea todo en todos» (1 Co 15, 28).

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Parroquia Sagrada Familia