Nuestra Señora de la Merced: el alma de la Pastoral Penitenciaria

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

«Que la cárcel sea laboratorio de esperanza, no solo lugar de pena». Estas palabras del Papa Francisco, pronunciadas en su última visita al personal de la prisión romana Regina Coeli, nos recuerdan la festividad de Nuestra Señora de la Merced, patrona de las instituciones penitenciarias, que celebramos la próxima semana.

Esta advocación mariana, que insta a trabajar en comunión para transformar los centros penitenciarios en lugares de redención y pone el foco de manera especial en los internos, sus familias y los trabajadores, evoca la misericordia de Dios.

«Tú, oh Dios, haciendo maravillas, mostraste tu poder a los pueblos y con tu brazo has rescatado a los que estaban cautivos y esclavizados». Estas palabras del Salmo 76 fueron repetidas por san Pedro Nolasco, fundador de la Orden de Nuestra Señora de la Merced (los Mercedarios), poco antes de morir. Tenía 77 años y, en la primera mitad del siglo XIII, dejaba a sus espaldas un legado de gracia, compasión y perdón que da sentido a un apostolado que sigue transformando vidas rotas en hogares de luz y salvación.

La vida de Pedro Nolasco, llamado para salvar vidas y a preservar la fe, marca el alfa y la omega de una orden religiosa que guarda un detalle sumamente especial: los mercedarios se comprometen con un cuarto voto, añadido a los tradicionales de pobreza, obediencia y castidad de las demás congregaciones, que es el de liberar a otros debilitados en la fe, aunque su vida corra peligro.

El fundador, que llegó incluso a comprar esclavos para rescatarlos, jamás dudó en entregar su propia vida si fuera necesario, cumpliendo así ese cuarto voto que distingue a esta Congregación religiosa. Y así se lo hizo saber a todos y cada uno de los hermanos que decidían entrar a formar parte de la Orden. Y así lo hicieron, en aquellas épocas difíciles, ocupando el lugar de algún cautivo que estuviese en peligro de perder la vida y la fe, en caso de que el dinero no alcanzase a pagar por su liberación.

Un gesto que hoy, en los tiempos en los que vivimos, interpelan nuestro ser cristiano y que, tal vez, sobrepasan nuestra razón. En los comienzos de este año 2023, la primera celebración del sacramento de la Confirmación que realicé fue precisamente en la cárcel. Todavía hoy recuerdo con especial cariño aquel encuentro, así como el rostro de quienes participaron en aquella celebración donde el Espíritu Santo inundó de luz y calor aquél lugar necesitado de esta presencia que conforta y llena de esperanza.

La Pastoral Penitenciaria, que acompaña a las personas privadas de libertad y sus familias a través de diferentes talleres, encuentros y actividades formativas, sella un compromiso de acompañar a quienes atraviesan esos momentos difíciles que marcan la vida.

Y ahora me refiero a vosotros, voluntarios que os entregáis a este servicio, porque sois un regalo que siempre está presente para los demás, que acompaña y sana las pobrezas personales y espirituales. Pedro Nolasco reconoció siempre a la Virgen María como la auténtica fundadora de la Orden Mercedaria. Le pedimos a la Virgen de la Merced, patrona de las instituciones penitenciarias, que nos enseñe a amar a su manera y a no claudicar ante las dificultades; para que siempre estemos dispuestos a visitar al Señor sin que sea necesario preguntarle cuándo le vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verle; porque Él ya ha dejado escrito en nuestros corazones el mandamiento de nuestras vidas: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 39-40).

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él

Hoy, el Evangelio propone que consideremos algunas recomendaciones de Jesús a sus discípulos de entonces y de siempre. También en la comunidad de los primeros cristianos había faltas y comportamientos contrarios a la voluntad de Dios.

El versículo final nos ofrece el marco para resolver los problemas que se presenten dentro de la Iglesia durante la historia: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Jesús está presente en todos los períodos de la vida de su Iglesia, su “Cuerpo místico” animado por la acción incesante del Espíritu Santo. Somos siempre hermanos, tanto si la comunidad es grande como si es pequeña.

«Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18,15). ¡Qué bonita y leal es la relación de fraternidad que Jesús nos enseña! Ante una falta contra mí o hacia otro, he de pedir al Señor su gracia para perdonar, para comprender y, finalmente, para tratar de corregir a mi hermano.

Hoy no es tan fácil como cuando la Iglesia era menos numerosa. Pero, si pensamos las cosas en diálogo con nuestro Padre Dios, Él nos iluminará para encontrar el tiempo, el lugar y las palabras oportunas para cumplir con nuestro deber de ayudar. Es importante purificar nuestro corazón. San Pablo nos anima a corregir al prójimo con intención recta: «Cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Gal 6,1).

El afecto profundo y la humildad nos harán buscar la suavidad. «Obrad con mano maternal, con la delicadeza infinita de nuestras madres, mientras nos curaban las heridas grandes o pequeñas de nuestros juegos y tropiezos infantiles» (San Josemaría). Así nos corrige la Madre de Jesús y Madre nuestra, con inspiraciones para amar más a Dios y a los hermanos.

Evangelio del domingo, 10 de septiembre de 2023

Acababa Jesús de hablar sobre la oveja perdida, la que se ha apartado de las otras 99, y dice que la voluntad del Padre del cielo es que no se pierda ni uno sólo, aunque ése nos parezca pequeño o de poca relevancia. Ahora Jesús nos da algunos consejos para ver qué podemos hacer nosotros para atraer o ganar a ese hermano perdido.

Hoy nos habla de la “corrección fraterna”. De hecho directamente se trata del que nos ha ofendido, ya que el que se siente ofendido debe dar normalmente el primer paso para la reconciliación; pero las palabras de hoy se aplican para otros muchos casos. Y ello es porque no nos salvamos solos. Somos seres sociables y formamos parte de una comunidad. Y todos debemos preocuparnos de los demás.

Esto quiere decir que no debemos ser indiferentes ante las acciones de los demás. Un padre no siempre tiene que callar, ni el maestro o el educador deben permitirlo todo, ni un amigo desentenderse cuando ve que su amigo va por mal camino. No es que nos vayamos a meter siempre en los asuntos de los demás, pero sí debemos sentirnos corresponsables de su bien. No es lo mismo indiferencia que respeto a la libertad. Porque hay personas que aparentan ser respetuosos; pero en el fondo es porque no les importa nada la otra persona. Hay gente que dice que no se mete con nadie, pero es porque nadie tiene sitio en su vida egoísta. Creen que no necesitan de nadie; pero todos nos necesitamos y, pensando en cristiano, todos somos hermanos, que vamos juntos en este caminar hacia Dios. Ser indiferente es tener la actitud de Caín, cuando respondió a Dios: “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?”

Tenemos que corregirnos, porque la Iglesia no es una comunidad de “puros”, sino de pecadores. Lo difícil es saber cómo debemos hacerlo. Jesús lo ha previsto y ha dispuesto una serie de actitudes a tomar. Lo primero es que la corrección debe ser entre dos. El que ha visto el “mal” en otro debe dar el primer paso: un paso discreto, que no debe trascender a ser posible, para que el hermano pueda conservar su honor y reputación. Jesús nos enseña la delicadeza y el no airear los defectos de los demás; porque esto no sólo no le salvaría, sino que le hundiría aún más. Lo esencial es el amor. La corrección debe hacerse con humildad y sobre todo no dejarse llevar por simpatías o antipatías, sino por un amor verdadero: desear el bien del hermano. Por ello es tan importante el diálogo. Y si lo es para todos, mucho más para los esposos.

Este es el primer paso: el diálogo entre dos, no las críticas externas, con las cuales no se consigue nada positivo. Con el diálogo personal a veces sí se consigue. Si es así, podemos escuchar las palabras de Jesús: “Has ganado a un hermano”. Pero hay veces que tampoco lo consigue el diálogo personal. No hay que resignarse a los fracasos. Tampoco hay que condenar enseguida sin probar otros medios. Jesús nos habla de llamar a algunos otros: puede ser la familia, especialmente los padres o superiores. A veces tampoco resulta. Entonces es que el mismo pecador se excluye de la comunidad. En la historia de la Iglesia se ha empleado la excomunión, como signo de autoridad. Pero de hecho lo que significaba es que la Iglesia constata la separación que ya se ha dado en el corazón de aquel cristiano: su propia autoexcomunión.

Estas palabras de Jesús no son sólo para que aprendamos a corregir, sino también para que aprendamos a ser corregidos, porque todos somos pecadores. Todo ello realizado dentro del amor cristiano y en clima de oración. La Iglesia es una comunidad que ora. El ambiente de oración debe influir nuestra vida cristiana, como influye particularmente la vida de una familia cristiana. Esta vida de oración no sólo es signo de la presencia de Dios, sino que en realidad Jesús dijo que iba a estar presente cuando ve que una comunidad se reúne para orar. De hecho esta oración es el signo real de que ha habido perdón y que ese perdón está actual en la comunidad. Por medio de esta unión es como la Iglesia es signo ante el mundo de la presencia de Dios.

Continuar leyendo

Abrazar la Cruz con el Santísimo Cristo de Burgos

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Comenzamos un nuevo curso pastoral, una nueva oportunidad para dejarnos alentar por el amor misericordioso del Padre y para abrazar la cruz de Jesús: el consuelo infinito con el que Dios responde a los males que desfiguran a la humanidad.

«El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa», dejó escrito san Juan de la Cruz. Hoy, con este recuerdo del querido santo carmelita, traigo a la memoria del corazón la festividad que conmemoramos el 14 de septiembre: la Exaltación de la Santa Cruz y también la fiesta del Santísimo Cristo de Burgos. Este día, ya próximo en el calendario, por la tarde, celebraremos la Eucaristía y portaremos al Santísimo Cristo a las calles de nuestra ciudad para recibir su bendición y manifestarle nuestro amor y agradecimiento.

La Cruz es el camino, la palabra y el gesto más grande del Amor. Y aunque muchas veces parece que Dios permanece en silencio y que no atiende a nuestra voz suplicante, su sentir nos habla desde donde mana la fuente de la misericordia, desde la Cruz de Cristo.

Abrazar el Madero supone recorrer la Vía Dolorosa hasta hacer, de nuestra vida, un camino acompasado con el amor de Jesús que siempre nos acompaña. La Resurrección es el culmen, la Tierra Prometida, pero hemos de ir configurando ese encuentro de rodillas, abarcando la soledad o el gozo de una oración que habla sin palabras o con el corazón colmado. Como escribía san Josemaría Escrivá, que pasó una larga temporada entre nosotros, en Burgos, en una de sus obras relativas a los misterios dolorosos de Cristo, «en la Pasión, la Cruz dejó de ser símbolo de castigo para convertirse en señal de victoria». La Cruz es el emblema del Redentor: «Allí está nuestra salud, nuestra vida y nuestra resurrección» (Vía crucis, II estación, n. 5).

Sin duda alguna, la esperanza más firme consiste en confiar la vida a Dios, abandonarla en sus manos. Porque Él ha probado nuestros sufrimientos, ha tomado la carne débil de nuestras miserias y ha asumido en su propio Cuerpo nuestra propia humanidad para convertir la Cruz en fuente de salvación.

En nuestra ciudad, celebramos con pasión y devoción la fiesta del Santísimo Cristo de Burgos. Varios documentos aseguran que llegó a la Península en un barco transportado por un comerciante burgalés y que el baúl que lo guardaba fue rescatado de una tempestad y traído hasta Burgos. Según dicha tradición, cuando dejó el Cristo en el convento de los Agustinos, las campanas doblaron por sí solas a la entrada del Cristo en la Iglesia. Desde entonces, la fama milagrosa se extendió y el Santo Cristo se convirtió en una referencia trascendental e insustituible en el pueblo burgalés, que lo incardinó en el centro de su devoción.

Finalmente, con la exclaustración del convento agustino, el Cristo de Burgos se conserva en la capilla de su mismo nombre de la catedral y constituye un lugar privilegiado de devoción. En esta morada, día tras día, se celebra la Eucaristía y está custodiado el Santísimo Sacramento para la veneración de los fieles. También es el lugar para recibir el sacramento de la reconciliación de manos de la Iglesia. Por tanto, ahí, en la Cruz transfigurada por la Resurrección, se concentra la obra salvífica que Cristo comenzó y que nos conduce a la gracia de la salvación, que alcanzará su plenitud al final del tiempo, cuando Dios sea todo en todos (1Co 15, 28).

Ciertamente, el camino de nuestra santificación personal y comunitaria pasa, de manera cotidiana, por la Cruz. Pero no como un lugar de sufrimiento sin sentido, sino como una entrega generosa que adquiere su verdad más profunda en un acontecimiento de eterno amor, como signo de la vida alcanzada al precio de la entrega plena y definitiva. Por tanto, reflexionemos sobre la muerte de Cristo en una Cruz, donde se nos invita a unirnos para resucitar con Él y en Él, abrazados por su amor que no conoce límites.

Ante este sacrificio redentor, nace en la Santísima Virgen María la esperanza de la Iglesia y de la humanidad. Le pedimos a la Madre del Señor y Madre nuestra, aquella que «mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58), que suscite en nosotros la fe y compasión, para que sepamos acoger –en nuestra propia vida– el amor de Dios que nos impulsa a derramarlo a manos llenas, con actos concretos, sobre nuestros hermanos.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga

Hoy, consideramos que ver a Jesús y seguirle requiere tener una obediencia madura que nos permita escuchar y ser responsables (capaces-de-responder). Y esto sólo es posible en las personas que verdaderamente se han liberado de los caprichos infantiles y de las pasiones: «El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24). Escuchar y responder a la llamada de Dios en nuestras vidas cotidianas significa ser capaces de olvidarnos de nosotros mismos y de servir a los demás. Sólo el amor hace factible este “riesgo” (cf. Heb 5:8-9).

Buda dice que «para vivir una vida pura de entrega uno no debe reputar nada como propio en medio de la abundancia». Un ejemplo es la vida familiar donde los padres se entregan total y generosamente al bienestar de la familia, quizás hasta el punto de olvidarse de sí mismos. Ellos procuran actuar así para que sus hijos estén bien preparados para que tengan mejor futuro. Si es así, además, la familia será una y unida.

Tenemos cientos de conmovedores ejemplos de profesores, médicos, agentes sociales, personas consagradas y santos. El Papa Francisco nos empuja a “ver” a Jesús en nuestra vida corriente, pues «aunque la vida de una persona se mueva en un terreno lleno de espinas y malezas, hay siempre espacio en el cual la buena semilla puede crecer. ¡Tenéis que confiar en Dios!».

Un grano de trigo puede liberar toda su vitalidad sólo cuando se rompe y muere, como Jesús el cual muriendo mostró todo su amor dando la vida. El ejemplo del grano de trigo es la vida misma de Jesús y de cada discípulo que le sirve, que da testimonio de Él y que tiene vida en Él: «El que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,25). ¡Amén!

Parroquia Sagrada Familia