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Dame de beber

Hoy, como en aquel mediodía en Samaría, Jesús se acerca a nuestra vida, a mitad de nuestro camino cuaresmal, pidiéndonos como a la Samaritana: «Dame de beber» (Jn 4,7). «Su sed material —nos dice san Juan Pablo II— es signo de una realidad mucho más profunda: manifiesta el ardiente deseo de que, tanto la mujer con la que habla como los demás samaritanos, se abran a la fe».

El Prefacio de la celebración eucarística de hoy nos hablará de que este diálogo termina con un trueque salvífico en donde el Señor, «(...) al pedir agua a la Samaritana, ya había infundido en ella la gracia de la fe, y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer, fue para encender en ella el fuego del amor divino».

Ese deseo salvador de Jesús vuelto “sed” es, hoy día también, “sed” de nuestra fe, de nuestra respuesta de fe ante tantas invitaciones cuaresmales a la conversión, al cambio, a reconciliarnos con Dios y los hermanos, a prepararnos lo mejor posible para recibir una nueva vida de resucitados en la Pascua que se nos acerca.

«Yo soy, el que te está hablando» (Jn 4,26): esta directa y manifiesta confesión de Jesús acerca de su misión, cosa que no había hecho con nadie antes, muestra igualmente el amor de Dios que se hace más búsqueda del pecador y promesa de salvación que saciará abundantemente el deseo humano de la Vida verdadera. Es así que, más adelante en este mismo Evangelio, Jesús proclamará: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí», como dice la Escritura: ‘De su seno correrán ríos de agua viva’» (Jn 7,37b-38). Por eso, tu compromiso es hoy salir de ti y decir a los hombres: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho…» (Jn 4,29).

Evangelio del domingo, 12 de marzo de 2023

Hoy nos trae la Iglesia el encuentro de Jesús con la mujer samaritana. Jesús había salido de Judea y quería ir a Galilea. Había dos caminos; uno más largo dando un rodeo por el Jordán y otro pasando por las montañas de Samaría. Los samaritanos no se trataban bien con los judíos; pero el camino era más corto y más agradable en tiempo de calor. Por eso, cuando llegó a la ciudad de Sicar, Jesús estaba cansado y tenía sed. Los discípulos se fueron a la ciudad; pero El se quedó a las afueras junto a un pozo. Esto nos indica cómo Jesús era perfectamente humano y sentía los inconvenientes de un camino caluroso. Llega una mujer y Jesús va a comenzar un diálogo, que será causa de vida y gracia para aquella mujer. Esto era raro y era un saltarse los prejuicios sociales, ya que estaba mal visto que un judío hablase en lugar público con una mujer y más si era desconocida y más si era samaritana.

Jesús no se presenta como un maestro que todo lo sabe, sino como uno que tiene una necesidad: tiene sed. Era verdad, pero además es una buena manera de poder comenzar una conversación. La mujer se extraña de que le hable un judío, y Jesús salta la conversación de lo material a lo espiritual. Comienza pidiendo, pero ofrece mucho más. Ha pedido un poco de agua del pozo, pero ofrece un agua que salta hasta la vida eterna. La mujer no lo ha entendido, pero formula una petición: “Dame de esa agua”. A Sta. Teresa, que era muy devota de esta escena, le gustaba mucho hacer esta oración, “dame de esa agua”, porque en esa agua que promete Jesús veía las principales gracias: la paz, la alegría, la plenitud, hasta la contemplación infusa. Son los mismos sentimientos que tendría en la cruz: sed material y espiritual.

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Se transfiguró delante de ellos

Hoy, camino hacia la Semana Santa, la liturgia de la Palabra nos muestra la Transfiguración de Jesucristo. Aunque en nuestro calendario hay un día litúrgico festivo reservado para este acontecimiento (el 6 de agosto), ahora se nos invita a contemplar la misma escena en su íntima relación con los sucesos de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

En efecto, se acercaba la Pasión para Jesús y seis días antes de subir al Tabor lo anunció con toda claridad: les había dicho que «Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día» (Mt 16,21).

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Mujeres fuertes de Dios

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

El 8 de marzo celebramos el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y más allá de cifras y datos que apuntan a una injusta desigualdad en diversos aspectos laborales, sociales y económicos que deben ser superados, quisiera centrarme de modo particular en todas esas mujeres que sacan adelante sus familias con arrojo, valentía y entrega.

«La Iglesia desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el misterio de la mujer y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las maravillas de Dios que en la historia de la humanidad se han realizado en ella y por ella», escribía el Papa san Juan Pablo II, primer Pontífice en abordar específicamente la cuestión de la mujer, en su carta apostólica Mulieris dignitatem (n. 31).

Volviendo la mirada al Santo Padre y haciendo memoria de una carta que escribió en 1995 a las mujeres del mundo entero, quisiera perpetuar en nuestra memoria la entrega de cada una de ellas, por lo que son para el mundo, por lo que hacen desde su compromiso sin límite y por lo que representan en la vida de la humanidad. Cada una de las palabras del Papa es una acción de gracias hacia aquellas que, en nombre del Padre, nos dieron la vida: «Te doy gracias, mujer-madre […] mujer-esposa […] mujer-hija y mujer-hermana, […] mujer-trabajadora […] mujer-consagrada […] Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas» (n. 2).

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Evangelio del domingo, 5 de marzo de 2023

Todos los años en el 2º domingo de Cuaresma la Iglesia nos propone a nuestra consideración el pasaje de la Transfiguración del Señor. Si hemos comenzado la Cuaresma, como debe ser, con verdadero sentido penitencial, quiere darnos la Iglesia una gran enseñanza: Nuestro fin no son los sufrimientos, sino la gloria de la resurrección. Dios, que es esencialmente bueno, no desea para nosotros el dolor por el dolor, sino que quiere la felicidad. Igual que la muerte de Jesús, que era necesaria para expiar todos nuestros pecados, debía tener un final de gloria, que sería la Resurrección.

Los días anteriores a este suceso, Jesús pretendía darles a entender a los apóstoles que ser Mesías no es ser poderoso y dominador, sino fiel servidor hasta ser entregado a la muerte. Después vendría la glorificación. Pero los apóstoles no lo entendían y estaban muy apesadumbrados. Entonces Jesús que, como otras veces, va a subir a un monte a orar, aprovecha para invitar a tres de los apóstoles, que estaban algo mejor preparados o les tenía un especial afecto, a subir con él al monte. Allí se transfiguró: Dejó transparentar algo de su divinidad. En el lenguaje simbólico está expresado por lo de los “vestidos blancos” y su rostro “brillante como el sol”.

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Parroquia Sagrada Familia