Oración del Papa Francisco por las familias

Jesús, María y José
A ustedes, la Sagrada Familia de Nazaret,
Hoy miramos con admiración y confianza;
En vosotros contemplamos
La belleza de la comunión en el amor verdadero;
A ustedes encomendamos a todas nuestras familias,
Y a que se renueven en las maravillas de la gracia.

Sagrada Familia de Nazaret,
Atractiva escuela del Santo Evangelio:
Enséñanos a imitar sus virtudes
Con una sabia disciplina espiritual,
Danos una mirada limpia
Que reconozca la acción de la Providencia
En las realidades cotidianas de la vida.

Sagrada Familia de Nazaret,
Fiel custodia del ministerio de la salvación:
Haz nacer en nosotros la estima por el silencio,
Haz de nuestras familias círculos de oración
Y conviértelas en pequeñas iglesias domésticas,
Renueva el deseo de santidad,
Sostener la noble fatiga del trabajo, la educación,
La escucha, la comprensión y el perdón mutuo.

Sagrada Familia de Nazaret,
Despierta en nuestra sociedad la conciencia
Del carácter sagrado e inviolable de la familia,
Inestimable e insustituible.

Que cada familia sea acogedora morada de Dios y de la paz
Para los niños y para los ancianos,
Para aquellos que están enfermos y solos,
Para aquellos que son pobres y necesitados.

Jesús, María y José,
A ustedes con confianza oramos,
A ustedes con alegría nos confiamos.

La Sagrada Familia de Nazaret, escuela y santuario del amor

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

El nacimiento de Jesús dio plenitud y un nuevo sentido a la palabra familia. Hoy, fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, fijamos nuestra mirada en Jesús, María y José para ver la vida desde sus ojos, como nunca ha podido mirar nuestro corazón.

Esta familia «no se queda sólo en los altares, como objeto de alabanza y veneración», sino que «está cercana a toda familia humana; se hace cargo de los problemas profundos, hermosos y, al mismo tiempo, difíciles que lleva consigo la vida conyugal y familiar», señaló el papa san Juan Pablo II durante una audiencia general pronunciada en 1979.

De la humanidad que desprenden los Tres nace la primera Iglesia doméstica: un hogar de Amor Trinitario que es principio, belleza y camino del amor humano. Así, iluminados por este Misterio, podemos conocer la profundidad inmensa del bien que se esconde en la familia.

María es la Madre del amor y de la entrega, imagen y modelo de la Iglesia, la mujer que nace de la entraña delicada del Padre. Todo en Ella es un «sí» prolongado y pulcro que desentraña cada uno de los hilos del misterio: la Bienaventurada Virgen «avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz» (Lumen Gentium, n. 58).

José es el Padre custodio, la fidelidad que no conoce límites, la entrega silenciosa y justa. Él, guardián del Redentor, es el patrono de la Iglesia universal. Tanto es así que la economía de la Salvación pasa por sus manos, trabajadas en el taller y en la vida diaria, al servicio de María y de Jesús, a quienes no deja de cuidar ni un solo instante. No es casualidad que el papa san Juan XXIII, gran devoto de san José, estableciese que en el Canon romano de la Misa se incluyese su nombre junto al de María y antes que el de todos los santos.

Y Jesús, el Verbo Encarnado, es el Hijo de Dios (cf. Lc 1, 35) y de María y José en virtud del vínculo matrimonial que los une, la Palabra que se hizo carne para habitar eternamente entre la pobreza de nuestro barro (cf. Jn 1, 14).

Los tres conforman el Misterio revelador del profundo amor que Dios profesa a la familia humana. Su presencia arroja una luz nueva sobre la familia como origen, creación y cuna, de donde brota el corazón humano que peregrina en la fe hacia la Vida Eterna.

Su mirada es escuela y camino de amor y santidad, la promesa que nos enseña a ser una verdadera familia cristiana, donde todos caben en la mesa y donde nadie se queda fuera para compartir un gesto de afecto y entrega. Su ejemplo es fidelidad, sacramento y bienaventuranza, porque permanecieron fieles a la llamada de Dios hasta el final, hasta sus últimas consecuencias.

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Evangelio del domingo, 29 de diciembre de 2024

En el Evangelio no encontramos discursos sobre la familia, sino un acontecimiento que vale más que cualquier palabra: Dios quiso nacer y crecer en una familia humana. De este modo, la consagró como camino primero y ordinario de su encuentro con la humanidad.

En su vida transcurrida en Nazaret, Jesús honró a la Virgen María y al justo José, permaneciendo sometido a su autoridad durante todo el tiempo de su infancia y su adolescencia. Así puso de relieve el valor primario de la familia en la educación de la persona. María y José introdujeron a Jesús en la comunidad religiosa, frecuentando la sinagoga de Nazaret. Con ellos aprendió a hacer la peregrinación a Jerusalén, como narra el pasaje evangélico que la liturgia de hoy propone a nuestra meditación. Cuando tenía doce años, permaneció en el Templo, y sus padres emplearon tres días para encontrarlo. Con ese gesto les hizo comprender que debía "ocuparse de las cosas de su Padre", es decir, de la misión que Dios le había encomendado.

Este episodio evangélico revela la vocación más auténtica y profunda de la familia: acompañar a cada uno de sus componentes en el camino de descubrimiento de Dios y del plan que ha preparado para él. María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus padres conoció toda la belleza de la fe, del amor a Dios y a su Ley, así como las exigencias de la justicia, que encuentra su plenitud en el amor. De ellos aprendió que en primer lugar es preciso cumplir la voluntad de Dios, y que el vínculo espiritual vale más que el de la sangre.

Benedicto XVI, 31 de diciembre de 2006.

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En Navidad, el Amor de Dios cambia la historia

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

«El asombro de la Navidad es la ternura de Dios». Comienzo esta carta con estas palabras que el papa Francisco pronunció el año pasado en la Basílica de San Pedro durante la Santa Misa de Nochebuena. «Esta noche el amor cambia la historia. Haz que creamos, Señor, en el poder de tu amor, tan distinto del poder del mundo», confesó el Santo Padre, a modo de plegaria, a fin de que seamos capaces de testimoniar con nuestra propia vida la belleza del rostro de Jesús.

A las puertas de una nueva Navidad, con el corazón dispuesto para acoger al Príncipe de la Paz, somos testigos de ese Amor que llega para mudar el rumbo de la historia, para empapar de paz cada esquina adusta y desapacible de esta Tierra (cf. Lc 2, 14), para transformar en posada sosegada nuestro corazón de piedra.

Todo un Dios se encarna en la pequeñez de un Niño, en unas manos que nacen veladas por la sencillez y la pobreza. Dios se abaja hasta abrazar nuestra carne débil y, en vez de rechazarla para evitar los restos de nuestra fragilidad, la acoge como suya y la ama.

Dios hecho Niño se hace mendigo de nuestra mirada en los ojos de María, su Madre, y nos ama con un amor que no conoce límites ni fronteras, porque es paciente y benigno, no es envidioso ni egoísta y no lleva cuentas del mal. En cambio, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. Y, por eso, es un amor que no pasará jamás (cf. Cor 13).

Jesús de Nazaret, en la intemperie de la noche, nos muestra el camino para llegar hasta el pesebre del Cielo. Es su lenguaje el de la pobreza, la humildad y la fragilidad. Y si nosotros somos capaces de llegar, es porque Él llegó primero (cf. 1 Jn 4, 19).

La llegada del «Dios vivo y verdadero» (1 Ts 1,9) tendrá lugar esta Nochebuena de una manera muy especial: con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro por parte del Papa para dar inicio al Jubileo Universal.

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Evangelio del domingo, 22 de diciembre de 2024

Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno materno que nos acoge es la primera “escuela” de comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mama?. Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que nos acomuna a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre.

Después de llegar al mundo, permanecemos en un “seno”, que es la familia. Un seno hecho de personas diversas en relación; la familia es el “lugar donde se aprende a convivir en la diferencia”: diferencias de géneros y de generaciones, que comunican antes que nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son las edades, más rico es nuestro ambiente de vida.

Mensaje de S.S. Francisco, 23 de enero de 2015

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