Evangelio del domingo, 29 de diciembre de 2024

En el Evangelio no encontramos discursos sobre la familia, sino un acontecimiento que vale más que cualquier palabra: Dios quiso nacer y crecer en una familia humana. De este modo, la consagró como camino primero y ordinario de su encuentro con la humanidad.

En su vida transcurrida en Nazaret, Jesús honró a la Virgen María y al justo José, permaneciendo sometido a su autoridad durante todo el tiempo de su infancia y su adolescencia. Así puso de relieve el valor primario de la familia en la educación de la persona. María y José introdujeron a Jesús en la comunidad religiosa, frecuentando la sinagoga de Nazaret. Con ellos aprendió a hacer la peregrinación a Jerusalén, como narra el pasaje evangélico que la liturgia de hoy propone a nuestra meditación. Cuando tenía doce años, permaneció en el Templo, y sus padres emplearon tres días para encontrarlo. Con ese gesto les hizo comprender que debía "ocuparse de las cosas de su Padre", es decir, de la misión que Dios le había encomendado.

Este episodio evangélico revela la vocación más auténtica y profunda de la familia: acompañar a cada uno de sus componentes en el camino de descubrimiento de Dios y del plan que ha preparado para él. María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus padres conoció toda la belleza de la fe, del amor a Dios y a su Ley, así como las exigencias de la justicia, que encuentra su plenitud en el amor. De ellos aprendió que en primer lugar es preciso cumplir la voluntad de Dios, y que el vínculo espiritual vale más que el de la sangre.

Benedicto XVI, 31 de diciembre de 2006.

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En Navidad, el Amor de Dios cambia la historia

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«El asombro de la Navidad es la ternura de Dios». Comienzo esta carta con estas palabras que el papa Francisco pronunció el año pasado en la Basílica de San Pedro durante la Santa Misa de Nochebuena. «Esta noche el amor cambia la historia. Haz que creamos, Señor, en el poder de tu amor, tan distinto del poder del mundo», confesó el Santo Padre, a modo de plegaria, a fin de que seamos capaces de testimoniar con nuestra propia vida la belleza del rostro de Jesús.

A las puertas de una nueva Navidad, con el corazón dispuesto para acoger al Príncipe de la Paz, somos testigos de ese Amor que llega para mudar el rumbo de la historia, para empapar de paz cada esquina adusta y desapacible de esta Tierra (cf. Lc 2, 14), para transformar en posada sosegada nuestro corazón de piedra.

Todo un Dios se encarna en la pequeñez de un Niño, en unas manos que nacen veladas por la sencillez y la pobreza. Dios se abaja hasta abrazar nuestra carne débil y, en vez de rechazarla para evitar los restos de nuestra fragilidad, la acoge como suya y la ama.

Dios hecho Niño se hace mendigo de nuestra mirada en los ojos de María, su Madre, y nos ama con un amor que no conoce límites ni fronteras, porque es paciente y benigno, no es envidioso ni egoísta y no lleva cuentas del mal. En cambio, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. Y, por eso, es un amor que no pasará jamás (cf. Cor 13).

Jesús de Nazaret, en la intemperie de la noche, nos muestra el camino para llegar hasta el pesebre del Cielo. Es su lenguaje el de la pobreza, la humildad y la fragilidad. Y si nosotros somos capaces de llegar, es porque Él llegó primero (cf. 1 Jn 4, 19).

La llegada del «Dios vivo y verdadero» (1 Ts 1,9) tendrá lugar esta Nochebuena de una manera muy especial: con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro por parte del Papa para dar inicio al Jubileo Universal.

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Evangelio del domingo, 22 de diciembre de 2024

Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno materno que nos acoge es la primera “escuela” de comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mama?. Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que nos acomuna a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre.

Después de llegar al mundo, permanecemos en un “seno”, que es la familia. Un seno hecho de personas diversas en relación; la familia es el “lugar donde se aprende a convivir en la diferencia”: diferencias de géneros y de generaciones, que comunican antes que nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son las edades, más rico es nuestro ambiente de vida.

Mensaje de S.S. Francisco, 23 de enero de 2015

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Felicitación Navideña desde el Seminario para el Arciprestazgo de Vena

¡No os dejéis robar la esperanza!

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

«La esperanza cristiana es un regalo de Dios que llena de alegría nuestra vida. Y hoy la necesitamos tanto. ¡El mundo la necesita tanto!», recuerda, con el corazón colmado de sueños por cumplir, el papa Francisco en su vídeo-mensaje del mes de diciembre, titulado Por los peregrinos de la esperanza.

En el corazón de este deseo para una Iglesia que está llamada a ser hogar con las puertas siempre abiertas, nace la intención de oración elegida por el Papa, quien recuerda el tiempo que vivimos como un lugar sagrado donde fortalecer la fe y reconocer a Cristo vivo en medio de nuestras vidas: «Llenemos nuestro día a día con el don que Dios nos da de la esperanza y permitamos que a través de nosotros llegue a todos cuantos la buscan», insiste en su petición.

Esta llamada especial, enmarcada en el contexto del próximo Jubileo 2025, nos sitúa ante el mandamiento principal de la ley de Dios, que es el verso central que acompaña cualquier poema recitado desde la esperanza cristiana: sólo amando al Señor con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, seremos capaces de amar al prójimo como a nosotros mismos (cf. Mt 22, 36-40) y aún más, como Él nos ha amado.

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Parroquia Sagrada Familia