Hace tiempo que un viajero en una de sus vueltas por el mundo, llegó a una tierra, le llamó la atención la belleza de sus arroyos que cruzaban los campos, y los sembrados. Habiendo caminado ya un rato, se encontró con la casas del pueblo, sencillas, coloridas y con puertas abiertas de par en par. No podía creerlo... él venía de un lugar muy distinto. Se fue acercando pero su sorpresa fue mayor cuando tres niños, hermanitos, salieron a recibirlo y lo invitaron a pasar, los padres de los niños invitaron al viajero a quedarse con ellos unos días.
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En un lejano pueblo vivía un labrador muy avaro. Era tanta su avaricia que cuando un pajarito comía un grano de trigo encontrado en el suelo, se ponía furioso y pasaba los días vigilando para que nadie tocara su huerto.
Un día tuvo una idea. Ya sé, construiré un espantapájaros. Así alejaré los animales de mi huerto.
Cogió tres cañas y con ellas hizo los brazos y las piernas, luego con paja dio forma al cuerpo. Una calabaza le sirvió de cabeza, dos granos de maíz de ojos, por nariz puso una zanahoria y en la boca una hilera de granos de trigo.
Cuando terminó el espantapájaros le colocó unas ropas rotas y feas y de un golpe seco lo hincó en la tierra. Pero se percató de que le faltaba un corazón y cogió el mejor fruto del peral, lo metió entre la paja y se fue a su casa.
Allí quedó el espantapájaros moviéndose al ritmo del viento. Más tarde un gorrión voló despacio sobre el huerto buscando dónde podía encontrar trigo. El espantapájaros al verle quiso ahuyentarle dando gritos, pero el pájaro se posó en un árbol y dijo:
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Si la nota dijese: una nota no hace melodía... no habría sinfonía.
Si la palabra dijese: una palabra no puede hacer una página... no habría libro.
Si la piedra dijese: una piedra no puede levantar una pared... no habría casa.
Si la gota de agua dijese: una gota de agua no puede formar un río... no habría océano.
Si el grano de trigo dijese: un grano no puede sembrar un campo... no habría cosecha.
Si el hombre dijese: un gesto de amor no puede salvar a la humanidad... nunca habría justicia, ni paz, ni dignidad, ni felicidad sobre la tierra de los hombres.
Si María dijese: una mujer pobre y virgen no puede ser madre... no habría salvación.
Como la sinfonía necesita de cada nota, como el libro necesita de cada palabra, como la casa necesita de cada piedra, como el océano necesita de cada gota de agua, como la cosecha necesita de cada grano de trigo... la humanidad entera necesita de ti, allí donde estés, único y por tanto irremplazable.
En estos días de Navidad, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, y os invito a pararnos a pensar en esa estampa maravillosa, en ese cuadro idílico de José, María y el niño Jesús. Frente a Dios, María cobra protagonismo en esta familia, Jesús podría haber nacido en cualquier familia, pero ¡no! eligió a María para ser la madre de Jesús, llena de virtudes y valores, de entereza, fe, confianza y esperanza, que sólo busca la voluntad de Dios. Jesús al encarnarse tenía que recorrer el camino humano, sentir en sus carnes el amor de su padre adoptivo, y empaparse de la ternura y cariño de su madre. ¡Qué olvidado tenemos a José! apenas hablamos de él, solo nos acordamos en Navidad, para ponerlo como figurita en nuestro Belén ¿por qué? Es como si no hubiese hecho nada, como si no hubiese influido en Jesús y tan sólo fuera un adorno.
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