Estamos en Jericó. Jesús ha llegado aquí para subir a Jerusalén. Jericó es una ciudad próspera e importante desde el punto de vista económico, militar y financiero. El ambiente moral está bastante relajado. Abundan los lugares de diversión para sus muchos comerciantes, soldados y viajeros.
Hay un grupo numeroso de gente dedicada al cobro de los impuestos para Roma, potencia extranjera de la que ahora dependen políticamente los judíos. Tienen un nombre bien conocido: “publicanos”. Están muy mal vistos, porque no son honrados –pues con frecuencia cobran más de lo debido- y, además, están al servicio de Roma.
Nadie les invita a su casa ni tampoco se deja invitar por ellos. Uno de ellos hace de “jefe”, pues los demás dependen de él y trabajan para él. Se llama Zaqueo. Le conoce todo el mundo. Incluso los niños. Además, es pequeñito, casi un enano. La gente le desprecia de modo especial. No obstante no es tan mala persona como se piensa y, de hecho, quiere ver a Jesús. Como es tan bajito, se sube a un árbol en un punto estratégico por donde sabe que Jesús tiene que pasar necesariamente.
Y, en efecto, Jesús pasa, pero hace algo en lo que él no podía ni soñar: le llama por su nombre y se invita a su casa. El revuelo que se organiza es mayúsculo. ¡El Profeta de Galilea ha entrado en casa de Zaqueo y está comiendo allí con muchos publicanos! ¡Increíble, pero cierto! El escándalo es monumental. Pero Jesús no renuncia a emplear sus criterios revolucionarios: “Ha venido a salvar lo que está perdido, a curar lo que necesita médico, a traer al buen camino a los pecadores”. Por eso, en lugar de tratar mal a quienes se encuentran en esa situación, les acoge, empatiza con ellos y les llega así tan al corazón, que terminan confesando con Zaqueo: “Señor, daré la mitad de mis bienes a los pobres y si he robado algo, devolveré cuatro veces más” Si dejáramos entrar a Jesús en nuestras vidas, nos pasaría como a Zaqueo. Si tratáramos a los zaqueos de nuestra familia y de nuestro entorno como Jesús, se lograría más de un milagro. ¿Por qué nos empeñamos tantas veces en rechazar a Jesús y a los demás?
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El 11 de noviembre se celebra el Día de la Iglesia Diocesana. Dando continuidad a las campañas de los dos últimos años, el lema es «Somos una gran familia CONTIGO».
Una gran familia en la que todos debemos colaborar y contribuir para que tu parroquia funcione. Todos somos uno a la hora de construir la gran familia de la Iglesia. Todos somos corresponsables de su labor y de su sostenimiento. Todos somos la gran familia de los hijos de Dios. ¿Cómo podemos colaborar? Cada uno aportando lo que tiene: nuestro tiempo, nuestras cualidades, nuestra aportación económica.
Nuestra parroquia necesita nuestra ayuda para seguir ayudando a los demás.
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Hoy quiero dedicar nuestro habitual espacio dominical a los catequistas, a quienes dirijo esta carta con todo afecto y gratitud.
Queridos catequistas: Acabamos de empezar el curso pastoral y todas las parroquias han iniciado ya la catequesis parroquial dirigida a niños, muchachos, jóvenes y adultos. Están siendo muy intensos estos días por lo que conlleva comenzar el curso, hacer las programaciones, adaptar los grupos, ajustar los calendarios... Muchos de vosotros, queridos catequistas, lleváis ya años en esta tarea tan importante para la Iglesia. Otros, quizás habéis comenzado este curso por primera vez, acogiendo la llamada apremiante de vuestras comunidades, que siempre buscan nuevos catequistas para poder cubrir todas las necesidades de la catequesis parroquial.
Al comenzar estas palabras que hoy quiero ofreceros, especialmente a vosotros, me surge en primer lugar mi más profundo agradecimiento por la tarea que estáis realizando. Bien sabéis lo importantes que sois para nuestras comunidades cristianas por lo que significa y comporta vuestra misión, especialmente en el proceso de la Iniciación Cristiana. La Iglesia confía mucho en vosotros, en vuestra tarea, en vuestro quehacer... Cuando pueda surgir el desánimo, porque parece que la labor resulta poco fructífera, os invito a reafirmar la esperanza que ha de caracterizar a todo agente de evangelización. La semilla del Evangelio nunca se pierde, siempre es fecunda, aunque no sepamos ni cuándo, ni cómo, ni dónde brotará lo que se ha sembrado. Desde esta certeza, profundamente evangélica, os animo a no dejaros robar la esperanza.
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En el Evangelio de hoy, Jesús cuenta la parábola del fariseo y del publicano para enseñarnos a rezar. Jesús tiene una manera distinta de ver las cosas. Ve algo positivo en el publicano, aunque todo el mundo decía de él: “¡No sabe rezar!” Jesús vivía tan unido al Padre por la oración que todo se convertía para él en expresión de oración. La manera de presentar la parábola es muy didáctica. Lucas presenta una breve introducción que sirve de clave de lectura. Luego Jesús cuenta la parábola y al final Jesús aplica la parábola a la vida.
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