Evangelio del domingo, 25 de julio de 2021

Escuchar lecturas y homilía

Puedes ver la oración y santa misa del sábado tarde aquí:

Hoy celebramos la fiesta del apóstol Santiago. El nombre de Santiago viene de dos palabras: Sant y Jacob. Parece que su nombre en hebreo era Jacob. Se le llama “el mayor”, para distinguirle de otro discípulo, que sería menor en edad o en estatura. Santiago era hijo de Zebedeo y de Salomé. Vivían en Betsaida y tenían una especie de pequeña empresa pesquera, pues tenían algunos obreros. Por eso Juan, su hermano, puede irse libremente a “escuchar” a Juan Bautista. Cuando éste se encuentra a Jesús le anima a su hermano a seguir también a Jesús. Al principio en plan experimental, hasta que después de una pesca milagrosa se decidieron a seguir plenamente a Jesús. Santiago debía ser de un temperamento ardoroso, pues, juntamente con su hermano Juan, eran llamados los “hijos del trueno”. Los dos, llevados de un ardor imperfecto, cuando unos samaritanos no quisieron hospedar a Jesús, le dijeron a éste que debía mandar caer fuego del cielo para arrasar aquella ciudad. Pero le seguían a Jesús con mucho amor, tanto que Jesús les escogió, juntamente con Pedro, para ser testigos de hechos importantes: la resurrección de la hija de Jairo, la Transfiguración y la oración en el huerto de Getsemaní, donde fueron testigos de la agonía de Jesús.

Cuando ya recibió al Espíritu Santo el día de Pentecostés, ese ardor lo trasladó a su apostolado. Por eso nos dice la tradición que quiso ir a lo que entonces era “el fin del mundo”, que era España y especialmente Galicia. Vuelto a los pocos años para estar con los compañeros y especialmente con su hermano Juan, fue el primero que dio su sangre por Jesucristo muriendo mártir. Herodes, queriendo agradar a los judíos y queriendo hacer un escarmiento entre los cristianos, hizo matar a Santiago, que con toda seguridad sería de los que más ardientemente defendían la fe en Jesús.

Hoy el evangelio nos trae el momento en que la madre de Santiago y Juan pide a Jesús los primeros puestos en su Reino. Jesús acababa de anunciar, por tercera vez, que subían a Jerusalén, donde El iba a morir y luego resucitar. Los apóstoles no acababan de entender estas palabras. Ellos tenían muy metida en su mente la idea del pronto establecimiento del reino mesiánico. En ese reino, que lo veían como muy material, tendría que haber honores y dignidades y puestos especiales para los amigos de Jesús. Y con esta idea se acerca la madre de Santiago y Juan, que era de las mujeres que solían acompañar a Jesús. Como veía que Jesús les estimaba bastante, se atreve a pedir los primeros puestos en su reino para ellos. Todos deseamos lo mejor para nosotros y para los nuestros. Eso es bueno. Lo que pasa es que muchas veces nos equivocamos en lo que sea lo mejor. Hoy Jesús enseña a Santiago y Juan, y también a todos los discípulos y a nosotros mismos, que lo mejor es el servir, el estar a disposición de los demás para hacer el bien. Lo principal es el amor a todos.

Santiago es un ejemplo para nosotros en saber poner a disposición del Reino de Dios las cualidades que cada uno tenga. No es malo el ardor y el entusiasmo, sino el ser soberbio, fanfarrón y egoísta. Dios nos quiere como somos en temperamento; pero debemos actuar con la fuerza del Espíritu Santo, que nos hará humildes, es decir: ser verdaderos, pero sobre todo serviciales con todos. En nuestra religión no tienen valor las exigencias ni las pugnas por “llegar arriba”, ya que el Reino de Jesús consiste sobre todo en ponerse al servicio de los demás. Por eso dice Jesús que su reino no se puede comparar con los reinos o gobiernos de la tierra, donde existen tantas ambiciones.

Jesús les propone a aquellos dos hermanos “beber el cáliz que El ha de beber”. Con toda seguridad Santiago no entendía del todo lo que significaba. Mucho piensa que tendría relación con lo que les había dicho sobre el ir a Jerusalén... Pero Santiago, viendo que sobre todo significaba tener un mismo destino con Jesús, con mucho ardor y con mucho amor a Jesús, junto con Juan, responde: “Somos capaces”. Un día lo haría realidad dando su vida por Cristo y por todo lo que significaba su gran ideal.

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Evangelio del domingo, 18 de julio de 2021

Puedes ver la oración y santa misa del sábado tarde aquí:

El Evangelio de hoy nos dice que los apóstoles después de la experiencia de la misión, están contentos pero cansados. Y Jesús lleno de comprensión quiere darles un poco de alivio. Entonces les lleva a aparte, un lugar apartado para que puedan reposarse un poco. "Muchos entretanto los vieron partir y entendieron... y los anticiparon".

Y a este punto el evangelista nos ofrece una imagen de Jesús de particular intensidad, 'fotografiando' por así decir sus ojos y recogiendo los sentimientos de su corazón. Dice así el evangelista: “Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato”.

Retomemos los tres verbos de este sugestivo fotograma: ver, tener compasión, enseñar. Los podemos llamar los "verbos del Pastor".

El primero y el segundo están siempre asociados a la actitud de Jesús: de hecho su mirada no es la de un sociólogo o la de un fotoreporter, porque Él mira siempre "con los ojos de corazón".

Estos dos verbos: "ver" y "tener compasión", configuran a Jesús como el Buen Pastor. También su compasión no es solo un sentimiento humano, pero es la conmoción del Mesías en la que se hizo carne la ternura de Dios. Y de esta compasión nace el deseo de Jesús de nutrir a la multitud con el pan de su palabra. O sea, enseñar la palabra de Dios a la gente. Jesús ve; Jesús tiene compasión; Jesús enseña. ¡Que bello es esto!

(S.S. Francisco, Angelus del19 de julio de 2015).

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La catedral de Burgos cumple 800 años

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Este martes, 20 de julio, se cumple el 800 aniversario de la colocación de la primera piedra en nuestra catedral de Burgos. Una fecha, sin duda, especial, que abre la senda de una esperanza que no se marchita y que nos recuerda cómo Dios, cuando más elevada es la finitud de nuestra existencia, edifica para hacer, con nosotros, la historia de amor jamás imaginada.

Sois templo de Dios, reza el lema de este Año Jubilar, desde la voz de san Pablo a los Corintios (1a Cor 3, 16). Un eco que hoy resuena, a corazón abierto, en cada una de las paredes de nuestra catedral: una morada inundada de belleza para el alma, de quietud para el espíritu y de bálsamo para las heridas.

Dios, a golpe de latido, quiere hacer de la humanidad su morada, situando su santuario en medio de nosotros por los siglos (Ez 37,27; cf. 43,7), como piedras vivas para un sacerdocio santo (1 Pe 2,5), haciéndonos templo suyo para que el Espíritu Santo nos habite por dentro (1 Cor 3,16).

Y, a la luz de este sentir, pongo mi recuerdo en el obispo Mauricio; quien, en 1221, que junto al rey Fernando III el Santo, colocó la primera piedra de la nueva catedral de Burgos para convertirla, por la inconmensurable gracia de Dios, en el edificio más emblemático del gótico español.

La catedral, pilar fundamental en torno al que se estructura la celebración de este centenario, es un sueño de Dios, un símbolo que encarna la vida cristiana. Desde su corazón de carne, aunque su rostro esté revestido de piedra, han brotado raudales de cultura, de fe, de caridad, de misericordia y de humanidad durante 800 años.

Desde la primera piedra, que simboliza al propio Cristo como «piedra angular», el sueño de Dios Padre se fue fraguando en cada uno de sus rincones. De esa manera, «el Verbo se hizo carne» hasta habitar entre nosotros (Jn 1, 14).

800 años de vida, y una vida en abundancia. 800 años en los que Dios eterno se introduce en el tiempo y planta su tienda en los lugares más insospechados para habitar el corazón de las personas. 800 años de humanidad, siendo testigo de una historia que lleva inscrito el reflejo compasivo de su nombre.

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Evangelio del domingo, 11 de julio de 2021

Escuchar lecturas y homilía

Oración

Puedes ver la oración y santa misa del sábado tarde aquí:

Cuántas veces pensamos la misión en base a proyectos o programas. Cuántas veces imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas, maniobras, artimañas, buscando que las personas se conviertan en base a nuestros argumentos. Hoy el Señor nos lo dice muy claramente: en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino simplemente aprendiendo a alojar, a hospedar.

La Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La Iglesia, como la quería Jesús, es la casa de la hospitalidad. Y cuánto bien podemos hacer si nos animamos a aprender este lenguaje de la hospitalidad, este lenguaje de recibir, de acoger. Cuántas heridas, cuánta desesperanza se puede curar en un hogar donde uno se pueda sentir recibido. Para eso hay que tener las puertas abiertas, sobre todo las puertas del corazón.

Hospitalidad con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo, con el enfermo, con el preso, con el leproso, con el paralítico. Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha perdido. Y, a veces, por culpa nuestra. Hospitalidad con el perseguido, con el desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes, de las cuales esta tierra paraguaya es tan rica. Hospitalidad con el pecador, porque cada uno de nosotros también lo es.

(Homilía de S.S. Francisco, 12 de julio de 2015).

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Conducir bien es un acto moral y un ejercicio de caridad

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Esta semana, coincidiendo con el brote de los desplazamientos masivos que inundan las carreteras de todo el país, hemos celebrado la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico.

Con el lema El transporte y la movilidad: creadores de trabajo y contribución al bien común, el Departamento de la Pastoral de la Carretera de la Conferencia Episcopal Española promueve esta jornada en el día de san Cristóbal, patrón de los conductores.

«Jesús recorría las ciudades y pueblos, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curanto toda enfermedad y dolencia» (Mt 9, 35), proclama el evangelista Mateo. Y así pasó el Señor, «haciendo el bien y curando a los oprimidos» (Hch 10, 37-38), esculpiendo las huellas de la cara más difícil del terreno que pisaba, tejiendo concordia, amando sin condiciones, porque «Dios es amor» (1 Jn 4,7-8).

En el corazón de esta artesanía del bien común se fragua esta jornada, cimentada desde una responsabilidad que se sustenta «no por temor a la multa», sino «por amor a Dios y respeto a mi prójimo», como escriben los obispos de la Subcomisión Episcopal de Migraciones y Movilidad Humana. Ciertamente, «ser buen conductor no es alardear de ello con arrogancia y sin rubor, y mucho menos si se pretende humillar, como a veces sucede, a algún compañero». La prepotencia y el orgullo, recuerda la subcomisión, «no son buenos compañeros de viaje», pues «el verdadero compañerismo, en la profesión o en la empresa, se construye sobre el servicio, la humildad y la ayuda mutua».

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Parroquia Sagrada Familia