Evangelio del domingo, 3 de octubre de 2021

Escuchar lecturas y homilía

Puedes ver la misa del sábado tarde aquí:

En la familia todo está entrelazado: cuando su alma está herida en algún punto, la infección contagia a todos. Y cuando un hombre y una mujer, que se han comprometido a ser “una sola carne” y a formar una familia, piensa obsesivamente en las propias exigencias de libertad y de gratificación, esta distorsión afecta profundamente el corazón y la vida de los hijos. Tantas veces los niños se esconden para llorar solos... Debemos entender bien esto.

Marido y mujer son una sola carne. Pero sus criaturas son carne de su carne. Si pensamos en la dureza con la que Jesús advierte a los adultos sobre no escandalizar a los pequeños podemos comprender mejor también su palabra sobre la grave responsabilidad de custodiar la unión conyugal que da inicio a la familia humana. Cuando el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, todas las heridas y todos los abandonos del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los hijos.

Es verdad, por otra parte, que hay casos en los que la separación es inevitable. A veces se puede convertir incluso en moralmente necesaria, cuando se trata precisamente para proteger al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la violencia, del enfado o del aprovecharse, de la alienación y de la indiferencia.

(Catequesis de S.S. Francisco, 24 de junio de 2015).

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Concluye la reforma de la entrada principal

Durante el pasado verano, la parroquia ha continuado con las mejoras en la fachada principal que como recordaréis se encontraba muy deteriorada por la presencia de las palomas y la inclemencia del tiempo.

Incialmente se sustituyeron las tres puertas principales de acceso a la parroquia. Esta vez ha correspondido la sustitución de las estructuras de plástico que cubrían la parte superior de la entrada por una nueva estructura de cristal y forjado de madera.

Hacia un nosotros cada vez más grande

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, último domingo de septiembre, la Iglesia celebra –como cada año– la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado: una oportunidad especial para expresar nuestro afecto con obras concretas hacia esos hermanos nuestros que, abrumados de vulnerabilidad, se enfrentan al desafío de encontrar una posaba digna donde reposar su cuerpo y su espíritu.

Este año, el tema elegido por el Papa Francisco es Hacia un nosotros cada vez más grande. Un mensaje que lleva implícito el deseo de que todos seamos uno, donde no haya lugar para «los otros», sino que todos «nosotros» formemos un solo cuerpo. Un lema que desea mostrar «un horizonte claro para nuestro camino común en este mundo», tal y como destaca el Papa Francisco en su mensaje para la 107ª Jornada Mundial de este año.

La Iglesia celebra esta jornada desde el año 1914. Y en el corazón de ese anhelado «nosotros», recordamos cómo Dios «nos creó a su imagen, a imagen de su ser uno y trino, comunión en la diversidad», recuerda el Santo Padre. «Y cuando, a causa de su desobediencia, el ser humano se alejó de Dios, Él, en su misericordia, quiso ofrecer un camino de reconciliación; no a los individuos, sino a un pueblo, a un nosotros destinado a incluir a toda la familia humana».

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Evangelio del domingo, 26 de septiembre de 2021

Iba Jesús caminando entre sus discípulos. Quizá comenzaban ya su viaje hacia Jerusalén, y mientras caminaban, Jesús les daba varias enseñanzas e instrucciones. La primera lección que hoy nos trae el evangelio es la de que nosotros, aunque sigamos de cerca a Jesús, no tenemos el monopolio de la verdad. Hay que respetar y apreciar las cosas buenas que veamos en otros, aunque no sean de nuestro grupo social o religioso. La enseñanza surgió porque Juan, como portavoz de otros, le dijo a Jesús que habían visto a una persona que hacía cosas buenas como expulsar demonios en el nombre de Jesús; pero como no era de su grupo, se lo habían prohibido. Esto dio pie para que Jesús les dijera, a ellos y a nosotros, que cualquiera que no está en contra de Él, está a su favor. Que es como decir que debemos estimar todo lo bueno que nos encontramos en los demás, aunque sean de otro grupo.Es algo parecido a lo que le pasó a Moisés (1ª lectura). Un día llamó a los setenta más importantes del pueblo y el Espíritu de Dios vino sobre ellos, de modo que todos se pusieron a expresar las maravillas de Dios, como solía hacer Moisés. Pero resulta que faltaban dos de ellos. Y donde estaban también se pusieron a expresar esas maravillas. Josué fue donde Moisés a contárselo y le dijo: “Prohíbeselo”. Pero Moisés, que tenía un corazón muy grande, aunque aquellos dos no habían acudido, le dijo: “¡Ojalá todo el pueblo proclame estas maravillas!”. Es la grandeza del corazón, imagen del gran corazón de Jesús que acoge a todo el que no esté realmente en contra.

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La pastoral penitenciaria en el día de la Virgen de la Merced

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

El próximo viernes, 24 de septiembre, celebramos la fiesta de la Virgen de la Merced. Una advocación mariana que nace de la misericordia de Dios con sus hijos, del corazón de un Padre generoso que nos ha dejado –en la persona de la María– una Madre compasiva a la que acudir siempre que nos habite el dolor. Los orígenes de esta advocación se remontan al siglo XIII. La noche del 1 al 2 de agosto de 1218, la Virgen se aparece a Pedro Nolasco (quien se dedicaba a rescatar esclavos maltratados) y le comunica su deseo de fundar una congregación religiosa para redimir a los cautivos.

Así, «la que le dio la carne al Hijo de Dios» (como Ella misma le dice a Nolasco cuando él le pregunta quién es) prende de pasión el corazón del fundador de los Padres Mercedarios para que, a imagen y semejanza del Cristo Redentor, sea como el grano de trigo que, si no muere, no puede dar fruto (cf. Jn 12,24). Nuestra Señora de la Merced, la Madre de misericordia, de gracia y de perdón, es la patrona de las Instituciones Penitenciarias. Y ahí, en el alma herida de esa luz difusa y derramada que advertimos desde la ventana de la cárcel, deseo poner cada palabra de esta humilde plegaria: en el corazón de la pastoral penitenciaria.

Y admiro, agradezco y aliento a tantos voluntarios, capellanes, miembros de la vida consagrada y agentes de pastoral que, durante este tiempo de pandemia, han entregado cuidado de quienes viven en las periferias existenciales. Una pastoral penitenciaria que se deja la piel durante los doce meses del año y que, como señaló el Papa Francisco en un encuentro que mantuvo en 2019 con los miembros de las fuerzas de seguridad, personal administrativo y de la justicia, supone «un apoyo a los débiles» porque cada uno de sus miembros se convierte, día tras día, en «tejedor de justicia y esperanza». Así realizáis el mandato de Jesús: “Estuve en la cárcel y vinisteis a visitarme” (Mt 35, 36), por el que seréis invitados a las bodas eternas del Señor.

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Parroquia Sagrada Familia