Evangelio del domingo, 21 de mayo de 2023

Hoy celebramos la glorificación de Jesús. Dios había venido del cielo haciéndose hombre para salvarnos, muriendo en la cruz. Ese Dios hecho hombre, que es Jesús, había resucitado y debía volver glorificado al cielo. Es lo que llamamos Ascensión. Para ello no necesitaba de hechos externos ni visuales, porque su cuerpo ya no estaba en nuestra esfera material y visible. Por eso podemos decir que desde el momento de su resurrección, ya subió o estaba en el cielo. Pero los apóstoles sí necesitaban algo externo, algo sensible, que les iluminara la mente y les diera impulso en su ánimo. De ahí que Jesús, durante cierto tiempo, les siguió adoctrinando, hasta que tuvieron esa experiencia de que Jesús ya no iba a estar más con ellos, sino que ellos eran los que debían ir por el mundo a enseñar los mensajes de Jesús y hacer discípulos.

Hoy encontramos en la primera lectura de los “Hechos” la descripción que san Lucas hace detallada del suceso. Se lee todos los años en esta fiesta. Es posible que en parte o quizá la mayoría sea como una parábola para indicarnos grandes enseñanzas. San Lucas es el evangelista más instruido y que escribe mejor literariamente. Por eso termina su libro del evangelio y comienza el de los “Hechos” con la exaltación del gran personaje, que es Jesús. Nos recuerda un poco las grandes exaltaciones que en la literatura se hace de grandes personajes, que desaparecen de modo sobrenatural, como en el Ant. Testamento, cuando Elías es arrebatado al cielo. Siempre lo hacen después de unas solemnes palabras. También Jesús da su gran mensaje, como hoy vemos al final del evangelio de san Mateo. El mensaje es que vayan por el mundo a predicar el Evangelio, al mismo tiempo que les trasmite el poder que Él ha recibido de su Padre y la promesa de que nunca les abandonará.

Nosotros en este día debemos impulsar nuestra esperanza en cuanto a nuestro final y para el presente. Si Jesús, que es nuestra cabeza, subió y está en el cielo, nosotros, que somos miembros de su Cuerpo, esperamos seguirle. Es lo que pedimos hoy en la principal oración de la Misa. Y por eso debemos mirar un poco más hacia el cielo. Ciertamente que los ángeles les dijeron a los apóstoles que no tanto miraran al cielo, sino que pensasen en la tierra, en lo que debían hacer aquí. Pero la realidad es que la mayoría de las personas están tan atadas a las realidades mundanas, que no se les ocurre mirar hacia el cielo, donde está Jesús, donde está la Virgen María con todos los santos, esperándonos con Dios en la absoluta perfección, en el amor, la luz, la gloria, la plena felicidad. Ese es nuestro destino: la glorificación con Cristo.

Pero mientras llegamos allí, debemos trabajar aquí en la tierra. Debemos ser testigos, como los apóstoles, de las enseñanzas de Jesús. Sabemos que la principal enseñanza es el amor. Por eso, aunque pensamos en la ciudad futura, en el cielo, no podemos descuidar el mejoramiento de todo lo relacionado con nuestra tierra. Y por eso debemos buscar el bien del prójimo. 

Jesús, aunque subió al cielo, no nos abandona. En primer lugar les dijo a los apóstoles que esperasen la efusión del Espíritu, como así sucedió el día de Pentecostés. El Espíritu Santo está en nuestra alma para ayudarnos a que seamostestigos con nuestras palabras y con el ejemplo de la vida. Pero Jesús mismo está y estará siempre “hasta la consumación de los siglos”. Está sobre todo en la Eucaristía.

Jesús, al terminar su enseñanza en la tierra, proclama ante los apóstoles su señorío recibido del Padre. Este poder lo trasmite a la Iglesia para convocar nuevos discípulos mediante el bautismo y la enseñanza. Y promete su permanencia espiritual. Esta asistencia suministra el coraje necesario para superar todos los temores y tempestades y confiere un ámbito ilimitado, que es todo el mundo, para la actuación de la salvación. 

El triunfo de Jesús es diferente de los humanos. Cuando aquí se triunfa es porque otros pierden. Cuando triunfa Jesús, todos salimos ganando.

Continuar leyendo

Yo le amaré y me manifestaré a él

Hoy, Jesús —como lo hizo entonces con sus discípulos— se despide, pues vuelve al Padre para ser glorificado. Parece ser que esto entristece a los discípulos que, aún le miran con la sola mirada física, humana, que cree, acepta y se aferra a lo que únicamente ve y toca. Esta sensación de los seguidores, que también se da hoy en muchos cristianos, le hace asegurar al Señor que «nos os dejaré huérfanos» (Jn 14,18), pues Él pedirá al Padre que nos envíe «otro Paráclito» (Auxiliador, Intercesor: Jn 14,16), «el Espíritu de la verdad» (Jn 14,17); además, aunque el mundo no le vaya a “ver”, «vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis» (Jn 14,19). Así, la confianza y la comprensión en estas palabras de Jesús suscitarán en el verdadero discípulo el amor, que se mostrará claramente en el “tener sus mandamientos” y “guardarlos” (cf. v. 21). Y más todavía: quien eso vive, será amado de igual forma por el Padre, y Él —el Hijo— a su discípulo fiel le amará y se le manifestará (cf. v. 21).

¡Cuántas palabras de aliento, confianza y promesa llegan a nosotros este Domingo! En medio de las preocupaciones cotidianas —donde nuestro corazón es abrumado por las sombras de la duda, de la desesperación y del cansancio por las cosas que parecen no tener solución o haber entrado en un camino sin salida— Jesús nos invita a sentirle siempre presente, a saber descubrir que está vivo y nos ama, y a la vez, al que da el paso firme de vivir sus mandamientos, le garantiza manifestársele en la plenitud de la vida nueva y resucitada.

Hoy, se nos manifiesta vivo y presente, en las enseñanzas de las Escrituras que escuchamos, y en la Eucaristía que recibiremos. —Que tu respuesta sea la de una vida nueva que se entrega en la vivencia de sus mandamientos, en particular el del amor.

Me van faltando las fuerzas, no me abandones

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Cuando aparece la enfermedad, particularmente si es grave o crónica, no es fácil resituar la vida para hacer frente a semejante desafío. Y afloran, muchas veces sin pretenderlo, las preguntas fundamentales de la vida: ¿cómo afecta esta situación a la vida cotidiana? ¿cómo influirá en mi familia, en las personas que me quieren, en mi trabajo, en mis relaciones sociales? ¿qué me deparará el futuro? Y aparecen así mismo, otras cuestiones de gran calado: ¿cuál es el significado de la enfermedad? ¿se puede encontrar algún sentido al sufrimiento? Y también se vive de alguna manera la experiencia de la fragilidad y finitud de la vida humana.

Para un cristiano, estas cuestiones nos hacen volver la mirada a Jesús. Ante todo, Él nos escucha y nos acompaña todos los días hasta el fin del mundo. A veces la relación no es fácil: el reproche, el enfado, el rechazo… Pero también caben la confianza, el descanso en su regazo, la esperanza cierta. Él es el Siervo sufriente por amor, siervo inocente que ha experimentado nuestros dolores, sufrimientos, angustias y soledades. Él nos comprende y se ofrece para ser nuestro descanso: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28). Con Él y en Él es posible comenzar a escrutar el sentido de la propia vida y también a percibir luces que empiecen a iluminar el sentido del sufrimiento.

Continuar leyendo

Evangelio del domingo, 14 de mayo de 2023

Podemos comenzar recordando una frase que hoy nos dice san Pedro en la 2ª lectura (I Pe 3, 15): “Estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pida”. La verdad es que el mundo nos pide razón de por qué creemos, por qué esperamos, por qué confiamos en la bondad de Dios en medio de tantos sufrimientos, en medio de injusticias y persecuciones. Y debemos decir que es por el amor del Padre del cielo, en que Jesucristo ha padecido por nosotros y ha resucitado y que nos da la posibilidad de llegar a la plenitud de nuestra existencia en Dios.

Hoy vemos en el evangelio que Jesús está consolando a sus discípulos en la Ultima Cena. El ha dicho que se vuelve a su Padre, y que les va a preparar allí una estancia para cada uno. Esto no les consuela demasiado, porque sólo piensan en que ya van a estar separados y sólo les quedará su recuerdo y su enseñanza. Así parece que piensan hoy muchos, también entre los cristianos. Pero Jesús les dice a los apóstoles, y a nosotros también, que no les abandona. Nosotros sabemos que Jesús permanece en el prójimo, especialmente en la comunidad creyente, en su Palabra, en sus sacramentos, y muy  especialmente en la Eucaristía; pero hoy nos dice que no nos deja porque estará en su Espíritu, el Espíritu Santo. 

La Iglesia es algo más que una organización social. Su misterio interior se basa sobre todo en la presencia de Jesús Resucitado y en la acción vivificadora del Espíritu. Este es el mayor don que Jesús Resucitado da a los apóstoles, un don que ahora les promete. Jesús le llama el Defensor o el Consolador; pero dice también que es el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Es decir, que la acción del Espíritu es totalmente diferente de la acción del mundo, envuelto en mentiras, injusticia, opresión, idolatría del dinero y el poder. Esto es lo que encontramos, si examinamos las noticias que se dan en TV o cualquier medio de comunicación. Existe también mucho amor y entrega; pero poco suele salir en las noticias. Los discípulos de Jesús deben comprometerse con los valores del Espíritu, que es amor, solidaridad, justicia, paz y fraternidad. Por lo tanto, dirá Jesús, es todo un compromiso con sus mandatos, que se reducen al amor: a Dios y al prójimo.

El Espíritu es el encargado de asegurar la presencia permanente de Cristo en la Iglesia y de que la obra de la salvación vaya siendo interiorizada y asimilada por sus seguidores. Pero nos deja en libertad y seguimos metidos en medio del mundo. Y como es tan difícil separar el trigo de la cizaña, tenemos mucha parte de malo. Por eso debemos dejarnos guiar por el Espíritu. El está con nosotros. No se trata de una presencia universal, como Dios está en todas las cosas, sino de una presencia personal e íntima. Es como la presencia plena de un amigo, que mora en medio de nuestro corazón. Lo que pasa es que no quiere violentar, sino que es una presencia oculta, sólo perceptible por la fe. Cuando la fe es grande, la llamada del Espíritu se hace más sensible. La triste realidad es que estamos aturdidos con tanto ruido externo, que no llegamos a sentir la voz suave y susurrante del Espíritu.

La promesa del Espíritu está estrechamente unida al mandamiento del amor. En el cumplimiento del mandamiento manifestamos la presencia del Espíritu, que anima a toda la Iglesia. Hoy en la primera lectura aparece esta efusión del Espíritu en la primitiva iglesia de Samaría. Allí los apóstoles por el sacramento de la Confirmación (o imposición de las manos) reafirmaron la presencia del Espíritu.

También hoy el Espíritu consolador quiere serlo a través de nosotros. Somos como sus manos y sus pies. Pidamos que se nos dé el Espíritu de fortaleza para poder luchar contra el mal, el Espíritu de paciencia para soportar las pruebas. Y sobre todo que nos dé el Espíritu de amor y de alegría para sentirnos dichosos de ser hijos de Dios y poder vivir en una intimidad plena de amor en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Continuar leyendo

María, Madre y Reina de la familia

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos comenzado el mes de mayo, mes de María. Todas las prerrogativas que le concedió Dios apuntan hacia su vocación fundamental de ser Madre de Dios y, en su Hijo, ser también madre nuestra. Por eso en este domingo primero de mayo celebramos a todas las madres, a la nuestra propia que con tanto amor nos acogió en su seno, nos dio a luz y se ha entregado hasta el último aliento de vida para hacer de cada uno de nosotros una creación de amor y de esperanza.

Las madres, junto a los padres, constituyen el pilar fundamental de la familia. Por eso, me ha parecido oportuno instituir en la archidiócesis la Pascua de la familia, que se celebrará cada quinto domingo de Pascua. Así, lo que celebramos el domingo de la Sagrada Familia, inmediatamente después de Navidad, culmina en la Pascua, donde el Resucitado llena de luz y misericordia a cada una de nuestras familias. ¡Cuánto necesitamos de esta luz y vida pascual, particularmente aquellas familias probadas por el dolor, el desamor o cualquier tipo de sufrimiento!

Efectivamente, «La familia tiene carta de ciudadanía divina. Se la dio Dios para que, en su seno, crecieran cada vez más la verdad, el amor y la belleza». Bajo el amparo de estas preciosas palabras que el Papa Francisco dedicó a los asistentes al Encuentro Mundial de la Familia, celebrado en Filadelfia en 2015, quisiera vivir este día junto a cada uno de vosotros para celebrar esta primera Pascua de la Familia. Un don preciado, un tesoro incomparable, una ofrenda infinita nacida de la belleza de la Sagrada Familia de Nazaret.

Continuar leyendo

Parroquia Sagrada Familia