Me van faltando las fuerzas, no me abandones

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Cuando aparece la enfermedad, particularmente si es grave o crónica, no es fácil resituar la vida para hacer frente a semejante desafío. Y afloran, muchas veces sin pretenderlo, las preguntas fundamentales de la vida: ¿cómo afecta esta situación a la vida cotidiana? ¿cómo influirá en mi familia, en las personas que me quieren, en mi trabajo, en mis relaciones sociales? ¿qué me deparará el futuro? Y aparecen así mismo, otras cuestiones de gran calado: ¿cuál es el significado de la enfermedad? ¿se puede encontrar algún sentido al sufrimiento? Y también se vive de alguna manera la experiencia de la fragilidad y finitud de la vida humana.

Para un cristiano, estas cuestiones nos hacen volver la mirada a Jesús. Ante todo, Él nos escucha y nos acompaña todos los días hasta el fin del mundo. A veces la relación no es fácil: el reproche, el enfado, el rechazo… Pero también caben la confianza, el descanso en su regazo, la esperanza cierta. Él es el Siervo sufriente por amor, siervo inocente que ha experimentado nuestros dolores, sufrimientos, angustias y soledades. Él nos comprende y se ofrece para ser nuestro descanso: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28). Con Él y en Él es posible comenzar a escrutar el sentido de la propia vida y también a percibir luces que empiecen a iluminar el sentido del sufrimiento.

El Papa san Juan Pablo II, cuando habla del sufrimiento en su carta apostólica Salvifici Doloris, confiesa que «es un tema universal que acompaña al hombre a lo largo y ancho de la geografía». Así, en cierto sentido, «coexiste con él en el mundo y por ello hay que volver sobre él constantemente» (SD, 2).

Volver al sufrimiento es entrar en un misterio que muchas veces no conseguimos comprender. Volvamos la mirada al Señor Jesús, quien termina venciendo al desconsuelo en la cruz (cf. Jn 16, 33) como signo de un Amor que es capaz de vencer el mal que, como la cizaña, crece junto a las espigas en el campo del mundo. Por tanto, descubrimos que el sentido profundo de la vida alcanza su respuesta más preciada en el encuentro con Jesús muerto y resucitado; descalzándonos ante el misterio del sufrimiento propio y del prójimo con el cuidado que merece, donde Cristo comienza a iluminar con la luz de la esperanza lo que al inicio todo parecía oscuridad.

La Pascua del Enfermo de este año pone el foco en las personas mayores, en quienes anhelan vivir una ancianidad lo más serena y acompañada posible, y nos invita a dejarnos cautivar por su rostro desgastado: «No me rechaces ahora en la vejez; me van faltando las fuerzas no me abandones» (Sal 71, 9).

Hoy pienso en aquellos que se dedican a cuidar de nuestros mayores, que ven el rostro de Cristo en los más llagados o que viven en soledad, que se dejan cautivar por su mirada y, ceñidos por una inenarrable ternura que nace en los brazos del cuidador, ejercen el amor que Cristo siempre tuvo con sus hermanos heridos, sus preferidos.

Nos decía el Papa Francisco que «aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia, mutila y empobrece a la misma familia» (Fratelli tutti, 19). Así, siguiendo la estela de tantos santos que han hecho, de su vocación, un servicio a la humanidad herida, reconocemos que las personas enfermas están siempre en el corazón de la Iglesia. El Papa Francisco, consciente de que la fe, el cuidado y la misericordia transfiguran el sufrimiento, incide en que «hemos sido hechos para la plenitud que solo se alcanza en el amor» y «no es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor» (FT, 68).

Configuremos nuestra vida con la de Cristo, donde adquiere sentido también nuestra propia cruz. «Yo mismo apacentaré mis ovejas y las llevaré a descansar –oráculo del Señor–. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma […]. Yo las apacentaré con justicia» (Ez 34, 15-16). Vuelvo a este pasaje de la Escritura para recordar cómo late el corazón de Jesús ante la experiencia de la enfermedad. Que esta Pascua del Enfermo nos anime a acompañar y a cuidar, a la manera del Señor y de su Madre, la Virgen María María, las heridas de todos nuestros hermanos en su fragilidad.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Parroquia Sagrada Familia