Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre

Hoy, todo el mensaje que hemos de escuchar y vivir está contenido en “el pan”. El capítulo sexto del Evangelio según san Juan refiere el milagro de la multiplicación de los panes, seguido de un gran discurso de Jesús, uno de cuyos fragmentos escuchamos hoy. Nos interesa mucho entenderle, no sólo para vivir la fiesta del “Corpus” y el sacramento de la Eucaristía, sino también para comprender uno de los mensajes centrales de su Evangelio.

Hay multitudes hambrientas que necesitan pan. Hay toda una humanidad abocada a la muerte y al vacío, carente de esperanza, que necesita a Jesucristo. Hay un Pueblo de Dios creyente y caminante que necesita encontrarle visiblemente para seguir viviendo de Él y alcanzar la vida. Tres clases de hambre y tres experiencias de saciedad, que corresponden a tres formas de pan: el pan material, el pan que es la persona de Jesucristo y el pan eucarístico.

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Corpus Christi: don de Cristo para la vida del mundo

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

La Eucaristía es el corazón de la Iglesia, la que da sentido a su nombre, a su sangre, a su cuerpo. Cristo, en su Humanidad doliente, resucitada y glorificada, se hace presencia viva y real en el Santísimo Sacramento. Él, escondido en el Pan de Vida, infunde sentido, anhelo y plenitud a cada una de nuestras pobrezas.

Hoy, en el día del Corpus Christi, la Belleza se viste de fragilidad y toda la grandeza de Dios –presente bajo la apariencia de pan vulnerable, pequeño y quebradizo– desborda su amor hasta los confines de la tierra.

Jesús «se hace frágil como el pan que se rompe y se desmigaja», afirmaba el Papa Francisco durante la celebración del Corpus. Porque precisamente ahí radica su fuerza: «En la Eucaristía la fragilidad es fuerza; fuerza del amor que se hace pequeño para ser acogido y no temido; fuerza del amor que se parte y se divide para alimentar y dar vida; fuerza del amor que se fragmenta para reunirnos en la unidad».

Solo Dios puede hacer, de lo más roto, lo más bello. Porque Él mismo se rompe, se hace pan para entrar en nuestro cuerpo y, así, unirse para siempre a nuestra vida. Y hasta nos deja verle, y tocarle, y comerle hasta saciar todas nuestras ansias de Amor.

El Señor, presente en la Eucaristía con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, transforma nuestro ser en cada comunión, impregnando lo más hondo de nuestro ser, esculpiendo ternura en nuestra fragilidad para llevarla a la eternidad. Ahí, a un paso de la Vida, se encarna a todo cuanto nos alegra, nos apasiona, o nos inquieta: «No vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20).

Recuerdo a san Agustín, quien animaba a reconocer en el Pan «lo que pendió de la Cruz» y en el Cáliz «lo que manó del Costado». Y así lo veo en los más necesitados de ese Amor incorruptible, habitado y encarnado. Como lo veía –y sentía– santa Teresa de Jesús: «Cuando yo me llegaba a comulgar y me acordaba de aquella majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que estaba en el Santísimo Sacramento, los cabellos se me espeluzaban, y toda parecía me aniquilaba» (Vida 38, 19).

Hoy, día de la Caridad, también hemos de poner nombre y rostro a los más débiles: quienes son, inevitablemente, sacramento de Cristo. El Evangelio es claro en esta tarea de ser y comunicar esa esperanza que da sentido a la fuerza del amor que todo lo cambia: «Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está y camina en las tinieblas» (1 Jn 2, 10-11).

Desde Cáritas, con el lema Tú tienes mucho que ver. Somos oportunidad, Somos esperanza, nos invitan a «tomar parte en la vida social que compartimos creyentes y no creyentes», para «abrir nuestra mente y reenfocar la mirada», para «ver juntos esa otra realidad del mundo de la que formamos parte»: la de muchas personas que no pueden acceder a los mismos derechos, los que viven en desventaja por muchas razones, los que moran en la tristeza, la soledad y la pobreza.

En esta Iglesia que camina en Burgos, desde Cáritas se han atendido a casi 7.000 familias en 2022, se ha resaltado la dimensión universal de la caridad o se ha capacitado para el empleo, con la esperanza como seña distintiva de su labor. Su trabajo incansable como testigos y discípulos de Cristo es, sin duda alguna, sal, levadura y luz de la Iglesia. Damos gracias por su preciosa e impagable labor.

Cuánto bien hace la Eucaristía en los enfermos y personas mayores, particularmente en aquellos que esperan con todas sus fuerzas el abrazo definitivo de Dios o en quienes buscan de manera incansable satisfacer esa semilla de plenitud que permanece magullada en el umbral de la esperanza.

Le pedimos a la Virgen María, que sepamos acoger en nuestra vida el don de la Eucaristía y miremos al estilo de Jesús con cada gesto, cada palabra y cada acción. Seamos, para el mundo, su Cuerpo y su Sangre, porque «el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él» (Jn 6, 56).

Con gran afecto os deseo un feliz día del Corpus Christi.

Evangelio del domingo, 11 de junio de 2023

La Eucaristía es el centro y la cumbre de nuestra fe. Siempre que los cristianos nos reunimos en la Eucaristía celebramos un gran misterio, la entrega de Jesucristo a su Padre para nuestra redención. La Eucaristía es también poder recibir como alimento espiritual el mismo Cuerpo de Jesús; y es también sentir la presencia real de Jesús entre nosotros. Esta presencia es lo que celebramos principalmente en esta fiesta del Corpus, o “del Cuerpo y la Sangre de Jesús”.

Durante los primeros siglos del cristianismo Jesús en la Eucaristía, después de la misa, se guardaba de una manera privada. Se hacía para que sirviera de viático  a los enfermos. Por el año mil o poco antes hubo varios herejes que decían que Jesús no estaba realmente presente en la Eucaristía después de la misa, sino sólo en símbolo.Desde entonces la Iglesia fomentó la adoración privada y solemne, haciendo sagrarios hermosos y custodias para la adoración, hasta que por fin se instituyó esta fiesta del Corpus, precisamente para fomentar la adoración eucarística. 

La ocasión fue un famoso milagro. Siempre ha habido milagros que han confirmado esta verdad, muchas veces ocasionados por dudas de fe o por sacrilegios. Era el año 1264 cuando un sacerdote, que dudaba de la presencia eucarística de Jesús, fue a Roma, a la tumba del apóstol san Pedro, a pedir robustecimiento de su fe. Al pasar porBolsena y celebrar la misa, la Sagrada Forma comenzó a destilar sangre hasta quedar completamente mojado el corporal. El papa Urbano VI, que estaba en Orvieto, ciudad cercana, cuando comprobó el milagro, instituyó la fiesta del Corpus y encargó los himnos de la fiesta a Sto. Tomás de Aquino. Los hizo hermosos como el “Tantum ergo”. Aquellos corporales se conservan aún en la catedral de Orvieto.

La Eucaristía no es sólo para que adoremos a Jesucristo, sino para que nos sirva de alimento espiritual. Hoy en el evangelio se nos recuerdan aquellas palabras de Jesús: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo”. Los judíos no lo entendían. Tampoco hoy los que no tienen fe entienden que Jesús ha venido del cielo para saciar los anhelos del corazón, el hambre que otros panes no lo pueden hacer como es el dinero, el sexo, el consumismo, la fama, el poder. Jesús, con sus palabras y gestos, con su propuesta del Reino y la Alianza, da pleno sentido a la existencia humana.

Algo muy importante en la Eucaristía, como nos señala san Pablo en la segunda lectura de hoy, es el ser signo y compromiso de unidad. El comer el Cuerpo de Cristo expresa el hondo sentido de una fe comprometida por la unidad, la fraternidad, el amor, la solidaridad, la entrega a los hermanos por Cristo. Por eso la comunión no es un rito o una devoción individual, sino que tiende a la unidad y universalidad, porque al comulgar “formamos un solo cuerpo”. Al comer dignamente el pan de la Eucaristía nos alimentamos del mismo Dios. Por eso, como fruto, debemos vivir más como Dios, que es misericordioso, solidario, paciente, entregado. Los alimentos, por ser organismos inferiores a nosotros, se transforman en nuestro cuerpo; pero Jesús, “el pan de vida”, por ser superior, hace que nosotros nos podamos transformar en El.

Donde hay pan partido y compartido, hay mucho de Dios. Dios quiso valerse del pan para significar su amor a los hombres. Por todo ello hoy es día de la caridad. Si se comulga dignamente y uno busca asemejarse a Cristo, tiene que estar uno dispuesto a dejarse comer en el servicio a los hermanos. De una persona que es buena se suele decir que es tan buena como el pan, porque el pan se deja comer, y nos fortalece y nos hace crecer. Que esta fiesta del Corpus nos aumente nuestra fe en la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Que cada vez que entremos en una iglesia, donde está el Santísimo, nuestra fe nos impulse a una sentida y piadosa adoración, acrecentada hoy si le acompañamos en la procesión, y que crezca con el alimento de la comunión, que nos impulse a ser fermento de unidad en la Iglesia.

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Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único

Hoy nos viene bien volver a escuchar que «tanto amó Dios al mundo…» (Jn 3,16) porque, en la fiesta de la Santísima Trinidad, Dios es adorado y amado y servido, porque Dios es el Amor. En Él hay unas relaciones que son de Amor, y todo lo que hace, activamente, lo hace por Amor. Dios ama. Nos ama. Esta gran verdad es de aquellas que nos transforman, que nos hacen mejores. Porque penetran en el entendimiento, se nos hacen del todo evidentes. Y penetran nuestra acción, y la van perfeccionando hacia una acción toda de amor. Y como más puro, se hace más grande y más perfecto.

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La vida contemplativa que genera la esperanza

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«La esperanza que brota de la fe en la realidad última de Dios se hace carne cotidiana en cada convento y monasterio, allí donde se cultivan la oración y la celebración, la fraternidad y la reconciliación, la hospitalidad y la caridad, el trabajo y el descanso». Con estas palabras, los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada desean adentrarnos en la Jornada Pro Orantibus, que celebramos hoy, solemnidad de la Santísima Trinidad, bajo el amparo de un lema que anhela dar respuesta a la sed de un mundo escéptico, quebrado y cansado: Generar esperanza.

La vida monástica construye, sustenta y edifica –desde lo más íntimo del claustro– el corazón de la Iglesia. En el rincón más escondido resuena su voz, como lámpara siempre encendida que custodia al mismo Dios, dejándose forjar por el Señor, en el silencio que lo empapa e inunda todo.

San Benito de Nursia, fundador del monacato occidental, insistía en su Regla que la oración es, en primer lugar, un acto de escucha (cf. RB Pról. 9-11) que, más tarde, debe traducirse en acción concreta: «El Señor espera que respondamos diariamente con obras a sus santos consejos» (35). Así, ofrecía una simbiosis fecunda entre acción y contemplación, las cuales deben caminar de la mano «para que en todo sea Dios glorificado» (57, 9).

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Parroquia Sagrada Familia