«Si tú, siervo de Dios, estás preocupado, debes recurrir inmediatamente a la oración y postrarte ante el Señor hasta que te devuelva la alegría». Hoy, cuando celebramos la VIII Jornada Mundial de los Pobres, deseo hacer mías estas palabras de san Francisco de Asís, el apóstol de la pobreza, quien nos recuerda que todas las preocupaciones se disipan si las dejamos descansar en el mar inconmensurable de la oración.
La oración del pobre sube hasta Dios (cf. Si 21,5) es el lema que el papa Francisco ha tomado para esta jornada. «La esperanza cristiana abraza también la certeza de que nuestra oración llega hasta la presencia de Dios; pero no cualquier oración: ¡la oración del pobre!», expresa el Papa en su carta, con la intención de recordarnos que cada uno de estos hermanos nuestros más necesitados lleva impreso el rostro del Hijo de Dios.
El pueblo de Dios ha sufrido tanto, han sido perseguidos, asesinados, pero ha tenido la alegría de saludar de lejos las promesas de Dios. Esta es la paciencia, que debemos tener en las pruebas: la paciencia de una persona adulta, la paciencia de Dios que nos lleva sobre sus hombros.
¡Qué paciente es nuestro pueblo! ¡Incluso ahora! Cuando vamos a las parroquias y nos encontramos con esas personas que sufren, que tienen problemas, que tienen un hijo con discapacidad o que tienen una enfermedad, pero llevan la vida con paciencia. No piden signos, saben leer los signos de los tiempos: saben que cuando germina la higuera, viene la primavera; saben distinguir eso. Sin embargo, estos impacientes del Evangelio de hoy, que querían una señal, no sabían leer los signos de los tiempos, y es por eso que no han reconocido a Jesús.
La gente de nuestro pueblo, gente que sufre, que sufre de muchas, muchas cosas, pero que no pierde la sonrisa de la fe, que tiene la alegría de la fe. Y esta gente, nuestro pueblo, en nuestras parroquias, en nuestras instituciones - mucha gente - es la que lleva adelante a la Iglesia, con su santidad, de todos los días, de cada día. «Hermanos míos, tengan por sumo gozo cuando se hallen en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que sean perfectos y cabales, sin que les falte cosa alguna». Que el Señor nos dé a todos la paciencia, la paciencia alegre, la paciencia del trabajo, de la paz, nos dé la paciencia de Dios, la que Él tiene, y nos dé la paciencia de nuestro pueblo fiel, que es tan ejemplar.
Cf Homilía de S.S. Francisco, 17 de febrero de 2014, en Santa Marta.
El domingo, 10 de noviembre de 2024, celebramos el Día de la Iglesia Diocesana. Nuestra Diócesis es la madre en cuyo seno todos hemos sido engendrados a la vida de hijos de Dios. Al sentirla como madre, la sentimos también como nuestra propia familia; como el hogar cálido que nos acoge y acompaña; la mesa familiar en la que restauramos las fuerzas desgastadas y la fuente de agua viva que nos purifica y renueva.
Somos vocación para la misión
La Diócesis custodia la memoria viva de Jesucristo, nos sirve la Palabra de Dios, nos congrega para la celebración de la fe y los sacramentos y nos lanza al compromiso evangelizador y misionero.
En esta Jornada estamos convocados a dar gracias a Dios por pertenecer a la Iglesia Diocesana y estamos llamados a orar con más intensidad por nuestras Diócesis de Huesca y de Jaca, que peregrinan en esta bendita tierra de Aragón, por el administrador apostólico, los sacerdotes, las personas consagradas, los fieles laicos, seminaristas, para que vivamos con fidelidad nuestra propia vocación y misión.
Somos vocación para la misión. Este año queremos insistir en el tema de la vocación en el horizonte de la celebración del próximo congreso sobre las vocaciones (febrero de 2025) y en el clima del Sínodo concluido en Roma. Estamos todos llamados a plantearnos la propia existencia como vocación, en todas las opciones de vida, y a descubrir el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros. Todos somos discípulos misioneros y tenemos una corresponsabilidad compartida en la Iglesia. Estamos llamados promover una cultura vocacional, preguntándonos a qué misión, a qué entrega somos llamados desde el Bautismo. La vida tiene sentido, porque Dios nos ha creado por amor y nos ha llamado para una misión. En un mundo lleno de ruido y saturación de mensajes, esta Jornada puede ser una oportunidad para plantearnos el tema de la vocación, buscando en nuestro interior el sentido de la vida que conduce a un compromiso personal y comunitario.
Día de la Iglesia Diocesana - Archidiócesis de Burgos Colaboración económica.
Por otra parte, para que nuestras Diócesis de Huesca y de Jaca puedan cumplir su misión evangelizadora, acompañando a todos y ayudando a los que más lo necesitan, es imprescindible la colaboración económica de los católicos y de todas las personas que valoran su labor. Las formas de colaboración son varias: con donativos, con las colectas, con la X en la campaña de la Declaración de la Renta, con una cuota periódica (mensual, trimestral, anual): es la mejor forma de colaboración económica.
Nuestra Iglesia Diocesana necesita tu oración, tu ayuda y tu compromiso económico.
Decía san Hilario que «todo lo que le sucedió a Cristo nos muestra que, después de la inmersión en el agua, el Espíritu Santo viene sobre nosotros desde las alturas del Cielo y que, adoptados por la voz del Padre, nos convertimos en hijos de Dios». Tan grande es la gracia de este don que, indefectiblemente, la entrada para formar parte de la Iglesia se realiza por medio del Bautismo. En ese momento, lavados por el agua que nos introduce en el Reino inmortal, nos convertimos en testigos y misioneros de Jesús, en miembros del Cuerpo místico y del Pueblo de Dios que es la Iglesia. A partir de ese momento, glorificados por Él, recibimos el derecho y el compromiso de participar en la misión que tiene la Iglesia de anunciar y comunicar la salvación obrada por Jesucristo con su muerte y resurrección, hasta que podamos llegar a la plenitud de la vida en Dios.
Este nuevo nacimiento en Dios Padre nos recuerda que realizar esta misión es tarea de todos los bautizados. Y como la Iglesia se concreta en esas porciones de Pueblo de Dios que, bajo la guía pastoral del obispo, llamamos diócesis, la misión de cada Iglesia diocesana corresponde a todos los que formamos parte de esta gran familia, según su específica vocación y los carismas recibidos.
En la Iglesia, como sucede en el cuerpo humano, hay muchos miembros; «así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo y somos todos miembros unos de otros» (Rm 12, 5). Fieles a esta enseñanza del apóstol Pablo, cada uno desempeña una tarea dentro de la misión compartida y del carisma que Dios le haya querido proveer.
En estos momentos de la historia se percibe con mayor nitidez que la vocación no circunscribe, como se hacía con frecuencia, al ámbito de los sacerdotes y religiosos, sino que afecta a todos los miembros de la Iglesia. En el fondo, la vocación es el proyecto que Dios tiene para cada persona y el modo concreto en que cada uno responde a ese amor ofrendado en esa llamada. A ella ha ordenado todas sus cualidades y talentos: «Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que pueda salvarse» (Gaudium et spes, n. 10).
En el Evangelio de hoy, vemos que, de la viuda, se dice dos veces que era pobre: dos veces. Y pasaba necesidad... Jesús mira a esta mujer sola, vestida con sencillez y que echa todo lo que tenía para vivir: dos moneditas.
El pensamiento vuela también a otra viuda, la de Sarepta, que había recibido al profeta Elías y había dado todo lo que tenía antes de morir: un poco de harina y aceite. Una mujer pobre en medio de los poderosos, en medio de los doctores, de los sacerdotes, de los escribas... A ellos les dijo Jesús: "Este es el camino, este es el ejemplo... Esta es la senda por la que ustedes tienen que ir".
Recemos a esta viuda que está en el cielo, seguro, a fin de que nos enseñe a ser Iglesia de ese modo, renunciando a todo lo que tenemos y a no tener nada para nosotros, sino todo para el Señor y para el prójimo. Siempre humildes y sin gloriarnos de tener luz propia, sino buscando siempre las luces que vienen del Señor...
Homilía del Papa Francisco sobre el Evangelio de hoy, 24 de noviembre, 2014