Evangelio del domingo, 22 de octubre de 2023

Eran los últimos días de la vida de Jesús. Él había contado algunas parábolas que iban directamente contra los jefes religiosos de Israel, que habían descuidado el conducir al pueblo de Dios por los verdaderos caminos. Estos jefes quieren llegar a condenar a Jesús y se les ocurre hacerle caer en una trampa: Mandan algunos de sus discípulos juntamente con partidarios de Herodes, que es lo mismo que el régimen opresor de los romanos, para hacerle una pregunta delante de la gente: “¿Tenemos que dar el tributo al César o no?” Ellos creen que la trampa está bien puesta, porque si dice que sí, se pone en contra de la gente que opina que el romano se quiere hacer más que Dios; pero si dice que no, allí están los del gobierno, que le acusarán.

Jesús les dio una respuesta, ante la cual dice el evangelio que se quedaron maravillados: “Dad al César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. Es difícil saber lo que Jesús quería afirmar a través de esta respuesta. Por de pronto Jesús les llama “hipócritas”, porque deberían saber que Él nunca se mete en política, nunca en nombre de Dios decía lo que hay que hacer concretamente en decisiones políticas.

Ha habido muchos que han interpretado estas palabras de Jesús como que hay que hacer una división entre nuestros deberes hacia Dios y los deberes hacia el Estado. Para algunos es como si nuestra vida privada fuera para Dios y nuestra vida social para el Estado. Esto es terrible y desgraciadamente muchos así lo sostienen hoy. Otros se basan en esas palabras para hacer la distinción entre la Iglesia y el Estado. Pero Jesús no está haciendo una división o contraposición. En primer lugar porque en el tiempo de Jesús no existía esta división: normalmente el jefe de Estado era también el jefe en lo religioso. Pero en el caso de Israel demasiado se fijaban en lo material y lo plenamente religioso quedaba en segundo plano. Por eso es por lo que Jesús nos dice: Si del César son las monedas, si le corresponde una obediencia a las leyes justas para la convivencia, pues dádselo; pero ante todo demos a Dios lo que le corresponde.

¿Y qué le corresponde a Dios? Pues todo el amor y la adoración por todas las cosas. Dios es Dios de toda la vida, de toda la realidad. Los políticos también están bajo la soberanía de Dios y deben actuar bajo la ley de Dios. Toda autoridad viene de Dios. Así le dijo Jesús a Pilato: “No tendrías ningún poder sobre mí, si no lo hubieras recibido de lo Alto”.  Así que por encima de la ley civil está la ley de Dios.

No debería haber oposición; pero muchas veces la hay. Y no sólo porque haya jefes políticos que no quieran saber nada de Dios, sino también porque hay jefes religiosos que se creen suplantar a Dios: En vez de estar a disposición de Dios y al servicio de los hermanos, se creen disponer de Dios para sus propios intereses. Esto es lo que les pasaba a los jefes religiosos israelitas. Por eso les quería decir Jesús que el pueblo, que es de Dios, deben dárselo a El o conducirle hacia El. Así ha pasado muchas veces en la historia que muchos “en nombre de Dios” han librado batallas y se han hecho muchas guerras, que llaman “santas”, como para defender intereses de Dios, cuando en verdad lo que defendían eran intereses muy mundanos.. Los verdaderos intereses de Dios son el hacer desaparecer el hambre, las lágrimas, las persecuciones, las injusticias. Los intereses de Dios no son tanto los templos (pueden ser en parte) o los objetos religiosos, cuanto los templos vivos que son los humanos: la dignidad, los derechos humanos, la libertad, la recta conciencia.

Así pues la respuesta de Jesús no explica ni concretiza en lo que hay que hacer con lo del César, sino que acentúa con lo que hay que dar a Dios. Para ello tengamos interés en conocer bien el Evangelio, toda la enseñanza de Jesús. Con ella se nos van dando criterios para que en cada momento sepamos qué es lo que debemos hacer en todas nuestras opciones políticas y sociales. No es fácil, porque nuestros criterios personales y los de la gente los mezclamos falsamente con los criterios de Dios.

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Domingo Mundial de las Misiones, DOMUND 2023

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Un año más, y ya van 97, celebramos el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), organizado por Obras Misionales Pontificias.  Un día especial para ponernos en camino –de la mano de los misioneros– hacia la Tierra Prometida y para dejar que nuestra vocación de bautizados arda en palabras y obras y nos impulse hacia una acción misionera que testimonie la alegría del Evangelio.

Corazones fervientes, pies en camino (cf. Lc 24,13-35). Este tema, inspirado en el relato de los discípulos de Emaús, ha sido el elegido por el Papa Francisco para esta jornada que hoy conmemoramos. «Aquellos dos discípulos estaban confundidos y desilusionados», subraya el Papa, pero el encuentro con Cristo «en la Palabra y en el Pan partido» encendió su entusiasmo «para volver a ponerse en camino hacia Jerusalén» y «anunciar que el Señor había resucitado verdaderamente».

Quien experimenta en su vida la acción del Espíritu, percibe que escuchar al Maestro transforma el corazón, reconocerle da un nuevo sentido a la mirada y seguirle insta a ponerse en camino.

Vuelvo la mirada a ese pasaje evangélico que nace en el camino de Emaús, con Jesús resucitado y el corazón de los discípulos que estaba apagado por la desilusión, pero vuelve a encenderse ante sus palabras… «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24, 32).

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«Id a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda»

Hoy, Jesús nos muestra al rey (el Padre), invitando —por medio de sus “siervos” (los profetas)— al banquete de la alianza de su Hijo con la humanidad (la salvación). Primero lo hizo con Israel, «pero no quisieron venir» (Mt 22,3). Ante la negativa, el Padre no deja de insistir: «Mirad mi banquete está preparado, (...) y todo está a punto; venid a la boda» (Mt 22,4). Pero ese desaire, de escarnio y muerte de los siervos, suscita el envío de tropas, la muerte de aquellos homicidas y la quema de “su” ciudad (cf. Mt 22,6-7): Jerusalén.

Así es que, otros “siervos” (los apóstoles) —fueron enviados a ir por «los cruces de los caminos» (Mt 22,9): «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas...», dirá más tarde el Señor Jesús en Mt 28,19— y así fuimos invitados nosotros, el resto de la humanidad, es decir, «todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales» (Mt 22,10): la Iglesia.

Aun así, la cuestión no es sólo estar en la sala de bodas por la invitación, sino que tiene mucho que ver también con la dignidad con la que se está (el «traje de boda», cf. Mt 22,12). San Jerónimo comentó al respecto: «Los vestidos de fiesta son los preceptos del Señor y las obras cumplidas según la Ley y el Evangelio que son las vestiduras del hombre nuevo». Es decir, las obras de la caridad con las que se debe acompañar a la fe.

Conocemos que la Madre Teresa de Calcuta, salía todas las noches a las calles de Calcuta a recoger moribundos para darles, con amor, un buen morir: limpios, bien arropados y, si era posible, bautizados. Cierta vez comentó: «No tengo miedo de morir, porque cuando esté delante del Padre, habrá tantos pobres que le entregué con el traje de bodas que sabrán defenderme». ¡Bienaventurada ella! —Aprendamos la lección nosotros.

Evangelio del domingo, 15 de octubre de 2023

Varias veces Jesús, para enseñarnos en qué consiste el Reino de Dios, lo compara a un banquete. En la parábola de hoy lo asemeja nada menos que a un banquete de la boda del hijo de un rey. Un banquete no es sólo para satisfacer las ganas de comer o beber, sino que es una reunión amistosa para compartir la alegría y los sucesos felices sintiéndose la unidad.  En esto se diferencia de la vida normal donde unos tienen más a costa de otros. La primera consideración que quisiera hacer es que Jesús con estas comparaciones nos quiere decir que el Reino de Dios es algo muy hermoso donde hay mucha alegría. De hecho no se identifica el Reino de Dios con la Iglesia, aunque van muy unidos. La Iglesia es la Institución fundada por Jesucristo para buscar y conseguir el Reino de Dios aquí en la tierra y un día definitivamente en el cielo. Este Reino de Dios se puede conseguir de otras maneras, aunque suele ser mucho más difícil. 

El hecho es que el Reino de Dios es algo que da la verdadera felicidad. Se ha criticado mucho a la religión como que se opone a la felicidad del ser humano. Pero no es así, ni en teoría ni en la práctica. A veces puede inducir algo los caminos que algunos emplean dentro de la religión para querer conseguir el Reino. Suele haber mucha ignorancia de la vida de las personas que viven plenamente su fe, ya que es una vida que suele “ir por dentro”. A veces hay diferencia entre el aspecto externo y la alegría que está en lo interno de las personas. Pero hay alegría cuando uno sabe por qué está en la vida, cuál es su sentido y se siente lleno del amor de Dios, que se va manifestando en el servicio a los demás. Siente así su vida plenamente realizada.

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El servicio impagable de los profesores de Religión Católica

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Con el comienzo de un nuevo curso escolar, hoy deseo dirigirme, de manera especial, a los profesores de Religión Católica. Vuestra vocación, que responde a un servicio inmensamente generoso y a una llamada que viene de Dios, nos hace comprender que nadie puede transmitir con la palabra lo que no guarda en el corazón.

Vuestro servicio impagable a la Iglesia y a todos los que formamos parte de ella, desde una mirada profundamente enamorada de Jesús de Nazaret, coloca en el primer puesto a la persona humana y su inviolable dignidad. Ciertamente, como recordaba el Papa Benedicto XVI a un grupo de profesores de Religión en escuelas italianas pronunciado en abril de 2009, «poner en el centro al ser humano creado a imagen de Dios (cf. Gn 1, 27)» es, de hecho, «lo que caracteriza diariamente vuestro trabajo, en unidad de objetivos con los demás educadores y profesores».

La dimensión religiosa es intrínseca al hecho cultural porque, como insistía Joseph Ratzinger, «contribuye a la formación global de la persona» y «permite transformar el conocimiento en sabiduría de vida». Vosotros proporcionáis el alma necesaria a la escuela y, al mismo tiempo, dejáis un poso de amor en el aula que, quizá, no es posible testimoniar y desplegar de modo tan explícito en otras asignaturas. En este sentido, volviendo a las palabras del tan recordado Papa Benedicto XVI, gracias a vuestra enseñanza «la escuela y la sociedad se enriquecen con verdaderos laboratorios de cultura y de humanidad».

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Parroquia Sagrada Familia