El evangelio de este domingo es el de la tempestad calmada. Después de una jornada de intenso trabajó Jesús sube a una barca para atravesar a la otra orilla. Rendido por el trabajo, duerme profundamente en la popa.
Mientras tanto, se levanta una gran tempestad y los apóstoles temen el naufragio. Ante tan gran peligro, despiertan a Jesús, gritándole: "Sálvanos, que nos hundirnos". Jesús manda que el mar se calme, cesa el viento y viene una gran bonanza.
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Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)

La Iglesia ha tenido siempre una gran preocupación por los más pobres y marginados de la sociedad. Es lógico, porque Jesucristo, su Fundador, privilegió en su trato y en sus acciones a los enfermos, leprosos, pobres y pecadores.
Esta preocupación no tardó en institucionalizarse, hasta el punto que pronto creó un cuerpo de personas con el encargo específico de atender a los pobres y necesitados. Esta institución –los diáconos- llegó a tener tal peso, que, durante mucho tiempo, a la muerte del Papa era elegido para sucederle el primero de los diáconos.
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El evangelio de hoy es un evangelio que os viene como el anillo al dedo. Porque si hay algo que necesitarnos los hombres y las mujeres de la Iglesia y de la sociedad actuales es ser hombres y mujeres de esperanza y de coraje.
El pesimismo y el derrotismo se han adueñado de nosotros. Todo lo vemos negro. No tenemos proyectos entusiasmantes ni ofertamos cosas atrayentes. Nos hemos instalado en la crítica negativa y en el "aquí no hay nada que hacer".
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Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)

Así como el mes de mayo va unido a la Virgen en toda la Iglesia, en la diócesis de Burgos el mes de junio está íntimamente unido a los misioneros burgaleses esparcidos por todo el mundo. De hecho, desde hace más de dos décadas se celebra una jornada cuyo titulo no puede ser más si gnificativo: 'Día del misionero burgalés'.
Es una celebración sencilla pero de hondo significado. Se trata, en efecto, de hacer presente uno de los tesoros más ricos de nuestra iglesia: traer a nuestra oración y a nuestra memoria tantos sacerdotes, religiosos/as y seglares, que nacieron a la fe en nuestras comunidades parroquiales y un día sintieron la llamada del Señor para anunciar el Evangelio en pueblos y culturas diferentes a la de origen.
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