Ningún hogar sin luz y calor

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

La Cuaresma, que vivimos los cristianos como preparación para celebrar la Pascua del Señor, es el tiempo propicio para intensificar el camino de la propia conversión, para abrirnos generosamente al don del otro y del absolutamente Otro que es Dios.

El Papa Francisco en su mensaje para esta Cuaresma se centra en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,1931) y nos invita a dejarnos guiar por este relato tan significativo para entender y tender a una sincera conversión. En palabras del Papa: «El pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que nos hace la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino».

Desde esta certeza, el pasado jueves de ceniza realizábamos en las calles de nuestra ciudad un gesto diocesano bajo el lema «Ningún hogar sin luz ni calor». Se trataba de expresar públicamente ante nuestra sociedad burgalesa el compromiso de la Iglesia por estar cerca de los más pobres y necesitados, en una situación social donde la desigualdad y la exclusión son crecientes. Desde luego que lo más importante es que nosotros como Iglesia vivamos este compromiso y bien lo saben, por ejemplo, las más de 14.000 personas que son atendidas anualmente en Cáritas. Pero también importa que lo manifestemos y puede ser un gesto que nos ayude a avanzar a nosotros mismos en nuestra necesaria dimensión social de la fe.

El plan diocesano de Pastoral, que nos orienta el camino de estos años, señala una acción concreta «realizar gestos públicos de solidaridad como Iglesia»-, para conseguir, entre otros medios, el objetivo de «poner el Evangelio al servicio de los más pobres». Y es que, como dijimos los obispos españoles en aquel importante documento «Iglesia y los pobres»: «Sólo una Iglesia que se acerca a los pobres y a los oprimidos, se pone a su lado y de su lado, lucha y trabaja por su liberación, por su dignidad y por su bienestar, puede dar un testimonio coherente y convincente del mensaje evangélico...». Con este acto, pues, se trataba de avanzar como comunidad eclesial en este camino.

La centralidad de los pobres en la experiencia de fe cristiana es un dato incuestionable. Los pobres, en las múltiples manifestaciones de la pobreza, están en el corazón del Evangelio y deben estar en el centro de los que somos sus seguidores. La labor de la Iglesia en este campo es inmensa. A nivel individual y a través de multitud de organizaciones dependientes de la Iglesia, se desarrolla una impagable tarea asistencial y promocional de tantas personas que hoy son privadas de su dignidad. Pero, junto a ello, la Iglesia desarrolla una no menos importante tarea en favor de nuestra sociedad, en la invisible misión de alimentar y formar los valores que permiten y sostienen todas estas acciones concretas de lucha por la justicia y de ejercicio de la caridad. Hoy el compromiso por los demás, si no se alimenta, corre el riesgo de fenecer sin dar los frutos necesarios de la perseverancia.

No obstante, nos quedaríamos escasos si únicamente desarrollamos esta ya loable misión. No se trata solo de hacer cosas ‘para’ los pobres, sino ‘con’ y ‘por’ los pobres. La pobreza tiene causas concretas que se fundamentan en un modelo económico, político y cultural que lo sostiene, centrado en el dinero, e incapaz de poner a la persona en el centro de sus preocupaciones. La Iglesia, por tanto, además de actuar en ese campo asistencial y promocional, ha de dar un paso más para hacerse presente y trabajar cuanto le sea posible por la erradicación de las causas estructurales que provocan la pobreza en nuestra sociedad.

El gesto que desarrollábamos nos sitúa precisamente en este lugar: Queremos ofrecernos y comprometernos, tal y como nos enseña la Doctrina Social de la Iglesia, a apoyar y caminar hacia aquellos modelos económicos, políticos y sociales que pongan a la persona en el centro de sus preocupaciones. Ahí encuentra su sentido pleno la necesaria participación de los cristianos en la vida pública, desde la búsqueda del bien común.

Vivamos, pues, la Cuaresma con este sentido y con estos deseos. Se trata de un tiempo especial de purificación y de renovación de la vida cristiana para poder participar con mayor plenitud y gozo de la Pascua del Señor.

Parroquia Sagrada Familia